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'Phantom Boy', cine infantil… ¡para niños!

Phantom Boy

Rubén Lardín

Una de las grandes tragedias de la animación contemporánea es esa obsesión por dar un cine infantil que los adultos sin imaginación también puedan disfrutar. Los adultos, cuando se trata de que los niños atiendan una película, deberían limitarse a financiar la entrada y permanecer calladitos y aburridísimos, asumiendo que el mundo de los niños es de los niños y que, como dejó escrito Paul Hazard, salvo algunos privilegiados, un puñado de locos y poetas a quienes los dioses permitieron entender el lenguaje de los pequeños, la cosa no va con ellos. Ni siquiera la merecen.

Dos de esos locos benditos son el guionista Alain Gagnol y el dibujante Jean-Loup Felicioli, responsables de Un gato en París, una estimulante película con persecuciones por las azoteas y ladrones de guante blanco que hace unos años fue seleccionada en Berlín y accedió a los Oscar como embajadora francesa. Phantom Boy es su segundo largometraje, de nuevo orientado al público infantil y sin rastro de miedo al juicio de los mayores.

A las penas, puñalás

Phantom Boy cuenta la historia de Léo, un chaval de 11 años hospitalizado y sometido a quimioterapia que tiene la capacidad de salir de su cuerpo y trasladarse allí donde se está dando el conflicto, que en este caso se personifica en un archivillano que pretende sumir la ciudad de Nueva York en el caos y el oscurantismo. Léo se sienta en una silla del hospital, procede al viaje astral y va guiando a un policía que en realidad se limita a hablar por teléfono porque tiene la pata chula, dando a su vez indicaciones a una periodista intrépida que tal vez no lo sea tanto, ya que sin la tutela a distancia no salvaría ni a la humanidad ni el pellejo.

Las películas protagonizadas por un niño enfermo que sobrelleva su convalecencia y supera su mal tirando de fuga psicogénica suelen ser mezquinas maniobras que quedan desacreditadas en su grimosa metáfora, basura sentimental de la que huir, pero de vez en cuando se dan excepciones y esta es una de ellas. La equivalencia entre dolencia y misión heroica no puede ser más clara y sin embargo es lo de menos, porque Phantom Boy es cine digno y decente, no carga las tintas en el padecimiento porque su afán es divertir. Nadie va a derramar lágrimas de cocodrilo con esta película que declina la sensiblería y pone toda su energía al servicio de la peripecia pura y dura, clásica, folletinesca y europeísta en su mezcla de cine policíaco de quiosco y cepa fantástica, superhéroes de la golden age y nutriente atmósfera de bande dessinée. Alegría a espuertas.

Gráfica radiante

Con malabarismos invisibles, Gagnol y Felicioli subvierten los códigos de la aventura y logran una película que a priori se diría escasa en la trama pero que resulta mucho más juguetona de lo que parece a ojos adultos. En cualquier caso, más que suficiente para una obra que se encomienda a su propuesta gráfica, alejada de la suntuosidad digital y que podría vincularse a la vanguardia tradicionalista y enamorada de los géneros que en otros medios practicaron Nino Velasco, Miguel Calatayud, Loustal si se quiere e incluso Lorenzo Mattoti, por citar algunos referentes de la ilustración contemporánea que supieron traerse a la edad adulta herramientas de la infancia.

Lozana y encantadora en su aparente simplicidad, Phantom Boy cuenta con un fabuloso trabajo de color que viste la línea trémula de la animación en dos dimensiones sin escamotearnos la confección y la intimidad del dibujo. A la vista quedan el gouache, los lápices sobre papel Canson y un arsenal de recursos, más poderosos que cualquier campaña de márqueting, que aportan calidez y atizan el ánimo estético de una chavalería que de otro modo permanecería cautiva de la animación digital, atrofiándose en la luz. Pixar ya está dando la barrila con su nueva película, ahora la odisea de un pececillo hembra que estará muy bien y que nos vamos a encontrar hasta en la sopa en forma de peluche, babero, tazón, pelota de playa, macmenú, llavero, hucha, mochila, un par de calcetines y cientos de globos metalizados. Alternativas existen. Incluso para los adultos.

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