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Sexo, hambre y violencia en La Habana de Agustí Villaronga

Reinaldo y Yuni en 'El Rey de La Habana'

Pedro Moral Martín

Hay días que el Festival de San Sebastián se convierte en un tapiz de historias que reflejan la sociedad, los colores, la política, los cambios o las costumbres de distintos lugares del mundo. La Habana, Pekin o Teherán han sido los puntos calientes de los últimos días de festival. Agustí Villaronga ha presentado en sección oficial su adaptación de la novela de Pedro Juan Gutiérrez El Rey de La Habana, pornografía de la pobreza o retrato desgarrador -dependiendo de quien la mire- de Cuba en la década de los noventa. El chino Jia Zhang Ke (Un toque de violencia) ha presentado en Perlas el filme que llevó al último Cannes, Mountains May Depart, no es una obra mayor pero sí la película de un maestro. Y también en Perlas se ha proyectado Taxi Teherán, el último Oso de Oro de Berlín del consagrado (y sin distribución en su país) Jafar Panahi.

Si Bukowski fuera cubano

El Rey de la Habana comienza con una tragedia terrible, pero el realismo mágico se apodera del tono y es inevitable no sonreír ante ese carácter de embrutecida esperanza que mantienen todos esos chulos, pícaros y pícaras, putas,  ancianitas, bici-taxistas, músicos de la calle, vendedoras de gallos y de coca. Todos ellos sufren La Habana de los noventa, entre tragos de ron y mucho sexo, tuvieron que sobrevivir a ese periodo especial en tiempos de paz que condujo a una depresión económica bestial en el país de la Revolución. El protagonista del filme de Agustí  Villaronga es “un pobre en un país pobre”, como reconoce ese miserable pero feliz enterrador que se encarga de arrebatar los dientes de oro de los difuntos.

Rey, de Reinaldo, se escapa de un correccional y comienza su viaje iniciático a través de varias mujeres. Rey tiene un tesoro entre sus piernas y a través de él consigue que las tres mujeres le ayuden, le cuiden, le quieran. El sexo en el filme de Villaronga es espontáneo, divertido y está directamente relacionado con el contexto político y social. Sin luz, sin agua caliente y sin comida lo que queda es rendirse a la carne. El director de Pa Negre rueda este Bukowski sofocante, lleno de infortunios y pordioseros con ciertas dosis de esperanza al principio que se van a pagando a favor de la fatalidad –a veces algo gratuita- y hacia la violencia más desesperada.

La luz de la película es Yuni, un travesti que desprende toda la ternura del mundo condensada en gestos delicados, una mirada absolutamente limpia (y bella). Un personaje creado por Juan Gutiérrez desde las entrañas y vestido por Villaronga con realismo y también con ese aire mágico que sirve para justificar los arrebatos violentos de una historia tremendista.

La evolución de China a través del melodrama

Jia Zhang Ke es un maestro del cine y una de las miradas más lúcidas de la cultura de su país. Y aunque Mountains May Depart sea una película menor, sí hay rastros de ese preciso estudio de una sociedad a lo largo del tiempo. El director cuenta la historia de amor de dos hombres y una misma mujer a través de tres capítulos contextualizados en 1999 primero, 2015 después y 2025 al final. Mientras la historia de estos amantes avanza entre canciones de los noventa Jia Zhang Ke coloca la lucha de clases como primera lectura del filme, la evolución económica de China a través de sus recursos, el capitalismo incipiente y la consecuente e inevitable huida de sus ciudadanos hacia otros sistemas económicos.

El director comienza sin ritmo utilizando planos largos e interminables pero el tono cambia cuando el metraje avanza y los conflictos comienzan a aparecer. Pero Jia Zhang Ke tiene varios problemas, un guion con personajes abandonados y dramas abiertos a los que nunca se vuelve y una terrible inconsciencia en el casting, sobre todo en la parte final de la película, ese capítulo fuera de lugar donde casi ningún actor sabe muy bien qué está haciendo.

Nadie callará a Jafar Panahi

El valor de este cineasta es más inmenso que su talento. Después de 88 días encarcelado, de una huelga de hambre que pudo acabar con él y de una condena por parte de su país de 6 años de cárcel y 20 de inhabilitación para hacer cine, Jafar Panahi puso una cámara en el salpicadero de su vehículo y lo utilizó de taxi por Teherán.  El director de Fuera de Juego construye con Taxi Teherán una ficción divertida y extraña donde se refleja el espíritu de la ciudad iraní, sus quejas, costumbres y argucias. En ese coche cabe un vendedor de películas pirateadas, una trabajadora social, dos señoras histéricas con una pecera, un ladrón, una profesora, la sobrina del propio director... Entre conversaciones y algún incidente Panahi firma con sutil indignación un filme humano y necesario.

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