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Nos inventamos la adolescencia

Las nenas de Jon Savage

Lucía Lijtmaer

“¿Por qué no puedo salir cada noche si quiero? ¿Qué se supone que debo hacer, quedarme metida en casa, tirada en el sofá?”. Esta frase no te la inventaste tú, sino tu abuela. O, posiblemente, tu bisabuela. Parece mentira, ¿eh? No solo la idea de que tu abuela fuera rebelde y contestataria, sino que su generación fuera la que acuñó todo aquello que creemos nos representa o nos representó en algún momento.

La juventud, la libertad y la rebeldía adolescente que solo te pertenece a ti es anterior a tu tiempo. Es tan anterior que tiene sus propias reglas, gestadas a finales del siglo XIX, y consolidadas a mitad del siglo XX, con la Segunda Guerra Mundial. Es decir: la adolescencia tiene su propia cronología, que puede recorrerse. La originalidad, la pureza de carácter, el odio a lo adulto...todo existe desde hace tiempo. Esta es la premisa de Teenage, el documental dirigido por Matt Wolf, que se presenta en el Festival In-Edit este mes, basado en el libro de Jon Savage del mismo nombre. Siguiendo los testimonios de diferentes adolescentes entre 1875 y 1945, recorre un lenguaje tan cercano que podemos establecer los puntos que hicieron que ese estado entre la infancia y la edad adulta acabara convirtiéndose en el motor generador de identidad más importante de nuestros tiempos.

1. El momento de tránsito como momento productivo: Lo difícil de la primera juventud aparece con la propia definición. ¿Qué es un adolescente? No es un niño ni se le trata como tal, pero tampoco es un adulto. ¿O sí? La historia ha enseñado como el cuerpo adolescente es problemático incluso para cercarlo a la producción. Con la Revolución Industrial, la popularización del trabajo infantil creó obreros adolescentes, con todos los deberes del trabajador y ninguno de sus derechos. Tras la prohibición del trabajo entre los menores, éstos fueron carne de ejército. Las guerras mundiales se nutrieron de menores de 22 años y para ellos hubo que crear un discurso convincente: el adolescente importa y puede cambiar el mundo. Este eslogan que a todos nos suena ya era popular a principios de siglo XX.

2. La política como compromiso identitario: ¿Qué soy? La gran pregunta que intenta resolver el adolescente aparece marcada a lo largo los años veinte, treinta y cuarenta como un posicionamiento político necesario y tremendamente polarizado. “Eras comunista o eras nazi”, explica el testimonio de una joven alemana durante la década de los treinta, “y querías ser algo que cambiara las cosas”. La rebelión política contra la autoridad paterna se llevaba a cabo desde organizaciones de ocio juveniles – en Alemania, por ejemplo, con las Wandervogel, que después serán copadas por las Juventudes Hitlerianas-.

3. El nihilismo frente a lo adulto: “Nos hicieron apostar por un futuro y éste no existe”, dice un joven en 1920. Así, el “no future” punk se remonta a la Primera Guerra Mundial.Tras alistarse masivamente animados por la generación anterior, que les promete que el sacrificio obtendrá una recompensa los jóvenes que regresan del frente lo hacen traumatizados y sin ideales. Así, no importa lo que hagan, el optimismo y la esperanza no son algo en lo que creer.

4. La autodestrucción como identidad creativa: “Pensábamos que íbamos a morir, así que nada importaba”. Si no hay nada de que hacer, ¿qué más da lo que hagas? Los dorados años veinte son los de la permisividad sexual, el despiporre y el jazz. Las chicas despreocupadas y libres se llaman “flappers”; se cortan el pelo, pasan de sus padres y salen a beber y fumar todas las noches. Triunfa la androginia de la mano de las “freak parties” donde ellos se disfrazan de ellas y viceversa. ¿Algo que envidiar a David Bowie y Lou Reed en Berlín en los años setenta? ¿Christiane F. chutándose por los parques? Nah. La primera víctima del glamour opiáceo es Brenda Dean Paul, el alma de la fiesta, la primera it girl morfinómana que acaparó las portadas por ser y no por hacer demasiado.

5. La violencia juvenil: Lo que no puede ser controlado se convierte en algo peligroso. Esta es la premisa que permea a todo lo relacionado con el adolescente cuando campa a sus anchas por las calles. Tras las guerras, cuando no pueden acceder al trabajo, los jóvenes adquieren un estatus problemático inmediato. Son tachados de hooligans, bohos, y demás apelativos para describir a los inadaptados sociales, dependiendo de la época. Pero todo lo que se opone a lo adulto adquiere un valor en sí mismo Lo peligroso e ilegal, ligado a la adolescencia, se convierte en un valor identitario que nos acompaña hasta nuestros días, desde los tatuajes talegueros a las gangs callejeras.

6. El cuerpo incontrolable: Lo que debe ser cercado no es únicamente el ansia de rebelión intelectual o la violencia ociosa, sino el propio cuerpo en sí. A medida que avanzan las décadas, las adolescentes cuestionan también qué libertad tienen con respecto a su propio cuerpo y su deseo. Primero con la aparición de las flappers y durante la Segunda Guerra Mundial las “chicas de la victoria”- las adolescentes que ofrecen compañía a los soldados que se alistaron-, los límites morales conocidos hasta el momento se resquebrajan. Se anuncian nuevas eras en las que se cuestionará a la comunidad que fija el control social a través de la sexualidad.

7. El estilo como algo irrenunciable: Lo que ahora resulta algo incuestionable en el universo adolescente-lo identitario se muestra a través de la vestimenta y la música-, se forja realmente entre 1910 y 1945. Primero el jazz y después el swing son los primeros sonidos que provienen de la comunidad negra en Estados Unidos y son adoptadas por los adolescentes blancos. Ambas polarizan a la juventud en general y la distancian de lo adulto. Lo mismo sucede con la ropa, que pasa de ser simplemente utilitaria para definir al joven en su mundo, creando las primeras subculturas. Los jitterbugs, fanáticos del swing, y los zoot suiters con pinta de gángsters adquieren un estatus mítico desde el inicio: en Estados Unidos son encarcelados por sus pintas, y en la Alemania nazi son acusados de traición a la patria u homosexualidad y, en muchos casos, son ejecutados.

8. El consumo que define: Con el final de la Segunda Guerra Mundial se fija el nuevo modelo de adolescente, que permanece hasta ahora. El sujeto ha sido político, pero ahora además se reconoce como un mercado de gran valor. La prosperidad estadounidense permite nuevos empleos a los jóvenes y, por tanto, un poder adquisitivo nuevo. Si en la década de los treinta el adolescente debía ser motor de cambio político, a finales de los cuarenta es un nuevo grupo social glamouroso al que atraer. Nacen los ídolos juveniles -Frank Sinatra, ¿el primer Justin Biever?-, los medios de comunicación específicos, y los productos que puedan interesarles. El resto, como vemos, es historia.

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