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Xavier Dolan: en el país de los youtubers, el cineasta es el rey

Xavier Dolan

Francesc Miró

La expresión enfant terrible no tiene un origen claro ni exacto, pero se cuenta que su uso fue acuñado por Thomas Jefferson. El tercer presidente de los Estados Unidos solía describir con esas palabras al arquitecto francés Pierre Charles L'Enfant, conocido por diseñar el trazado de las calles de Washington D.C. Se decía de él que era guapo, idealista y muy testarudo: tres adjetivos que podrían irle como anillo al dedo a Xavier Dolan. Aunque éste es canadiense.

Xavier Dolan tiene ahora 27 años, los mismos que Daniel Radcliffe, Dakota Johnson o Joe Jonas, por poner ejemplos. Y, aunque las comparaciones siempre son odiosas, pocos pueden negar que Dolan ha ido bastante más lejos que sus compañeros, en cuanto a su aporte artístico al mainstream mediático pop. El realizador cuenta con seis películas bajo el brazo, todas ellas premiadas, todas ellas reconocidas internacionalmente y todas ellas interesantes a su manera.

Pero lo cierto es que su presencia en festivales y la fuerte identidad de sus filmes siguen mosqueando a la prensa cinematográfica. Su última película, Juste la fin du monde, ha vuelto a poner nerviosos a muchos críticos, más de uno hasta los límites de la indignación. Se trata de una exagerada, aunque reconociblemente ágil, adaptación teatral que ha dividido totalmente a la crítica internacional tras su pase por Cannes.

Algunos la califican de “transtornada patochada”, mientras que otros aventuran una de las cintas más arriesgadas de su estelar carrera. “Histriónico, claustrofóbico, deliberadamente opresivo y sin embargo una brillante evocación, estilizada y alucinada de la disfunción familiar”, decía Peter Bradshaw en su crítica para The Guardian.

Esta vez, la premisa de Juste la fin du monde es aparentemente sencilla: un escritor regresa a su pueblo natal, después de doce años sin apenas relación con su familia, para contarles que sufre una enfermedad que le causará la muerte en breve. No parece, a priori, un punto de partida demasiado arriesgado. Y sin embargo, “de Xavier Dolan y su Juste la fin du monde se sale literalmente sudando”, comentaba a la salida del pase Antonio Cabello Ruíz, codirector de Esencia Cine. ¿Qué tiene Dolan que nos pone tan nerviosos? ¿Por qué nos hace sudar?

Una generación de cámara bajo el brazo

Llegados al momento presente, deberíamos empezar a aceptar y superar que Dolan es algo más que un enfant terrible y un talento precoz. Aunque sean etiquetas fáciles con las que movernos en los medios de comunicación. A los 16 años escribió el guión de Yo maté a mi madre. A los 17 se puso a rodarla y a los 19 ya estaba presentándola en Cannes. Es una historia “noticiable” dónde las haya. Tal vez incluso más que la propia calidad del film.

Pero resulta que aquel mismo niño compartió premio del jurado en Cannes con una de las figuras más importantes de la historia del cine contemporáneo: Jean-Luc Godard. Y lo hizo tan sólo cinco años después, habiendo hecho prácticamente una película al año. Un hecho que, más que “noticiable”, invita a pararse a pensar.

La estelar carrera de Dolan parece una síntesis compleja y acomplejada de una generación de futuros cineastas que ha crecido con un manejo del lenguaje audiovisual muy superior al de generaciones pretéritas.

En el país de los youtubers, el cineasta es el rey. Es difícil obviar que, en un mundo de imágenes como el actual, tienes que tener un discurso realmente interesante. Para conseguir elevarte sobre una masa cada vez mayor de creadores audiovisuales, tienes que apostar por la diferencia y ofrecer algo que nadie en tu entorno tenga. Tienes que defender un discurso artístico claro y propio.

El de Xavier Dolan establece una dialéctica constante entre los lazos familiares y la necesidad de expresión propia de la adolescencia. Entrando en el juego de múltiples argumentarios transversales, como los difusos límites del drama romántico contemporáneo o la ausencia, más bien amplia, de narraciones que aborden sin tópicos la transexualidad, la homosexualidad o el transgénero. A lo que cabría añadir las posibilidades de todo esto con una generación crecida entre éxitos de Oasis, Celine Dion o, por qué no decirlo, el Dragostea din tei, de O-Zone. Una canción que, por cierto, suena en Juste la fin du monde.

Su díptico formado por Yo maté a mi madre y Mommy especulaba sobre una nueva forma de entender el complejo de Edipo y las relaciones maternofiliales. Los amores imaginarios y Laurence Anyways alzaban la voz por una manera de narrar, entre moderna y kitsch, cualquier romance. Incluso una rareza de tono lynchiano como Tom à la ferme hablaba de la necesidad de aceptación y de amor de un joven inadaptado.

Ahora, con Juste la fin du monde ahonda en los problemas de comunicación familiar en los que, paradójicamente, el exceso de verbo complica el entendimiento. Y las primeras reacciones que llegan nos ponen de nuevo en evidencia. Sí, Dolan lo ha vuelto a hacer. Como un Charles L'Enfant moderno: un niño guapo, idealista y muy testarudo empeñado en dibujar los extraños caminos del cine moderno.

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