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Cinco formas de decir adiós a Abbas Kiarostami

Abbas Kiarostami

Francesc Miró

Abbas Kiarostami dijo una vez que “el arte nos llama para extraer de nuestra realidad una verdad oculta difícil de descubrir, y que no se encuentra a un nivel material, sino espiritual”. En el espacio que cabe entre estos dos ámbitos podrían residir todas las aspiraciones artísticas humanas, y sin embargo, el cine de Kiarostami parecía estar mucho más cerca del primero que del segundo. Él quería grabar la realidad, mostrando el artificio del cine para evidenciar el de la propia vida.

Nació en Teherán el 22 de junio de 1940 y murió el lunes 4 de julio de 2016 en París a los 76 años. A lo largo de su vida no hizo más que cambiar la historia del cine iraní, que significa de una manera u otra, cambiar la historia del cine.

Estudió Bellas Artes en la ciudad que le vió nacer y allí empezó a trabajar manejando una cámara. Un aparato que le ha acompañado desde entonces, evolucionando progresivamente hacia un minimalismo efectivo en lo emotivo, pero también en su particular forma de captar la realidad. Sin embargo, sus trabajos están lejos de ser conocidos al nivel mainstream de nuestra sociedad contemporánea. Aún así, lo bueno de morir artista es que no mueres del todo. Siempre se puede despedir a un artista, volviendo sobre su obra.

Cierto es que podríamos hablar de El sabor de las cerezas, Palma de Oro en Cannes ex-aequo con la olvidadísima La Anguila del director tokiota Shôhei Imamura. También deberíamos hablar de Ten, antedecente directo de gran parte del discurso del Jafar Panahi de Taxi Teherán. O de Copia Certificada y su censura en Irán por la desbordante belleza de Juliette Binoche. Pero cada uno dice adiós como quiere. Si en algo nos queda aún hoy completa libertad, es en eso. 

Investigar sus primeros trabajos

Un modo de despedir a Kiarostami es descubrir cómo fue antes de ser el gran nombre del cine iraní. Después de trabajar como diseñador gráfico, consiguió un empleo para la organización estatal Kanun, también conocida como Centro para el Desarrollo Intelectual de Niños y Jóvenes. Se trataba de una institución fundada por la esposa del sha, cuyo director había trabajado con el de Teherán en el mundo de la publicidad. Así que éste le invitó a formar parte del equipo cinematográfico de la organización en 1969.

Así, su primera fase como cineasta estuvo dedicada al cine educativo, que recorrió de un modo muy particular, creando un cine pedagógico que era a la vez experimental y accesible. Sin saberlo, había iniciado un retrato de la infancia iraní que se perpetuaría en los años siguientes, aunque no siempre estuviese enfocado a un público infantil. De hecho, estas obras se empezaron a reivindicar en los 90 por su contenido artístico consciente de su mayoría de edad, ahondando en la anatomía del primer plano y el juego con las capacidades técnicas del cine. Prueba de ello es Dos soluciones para un problema.

Recordar su actitud como director

Mark Cousins, uno de los más certeros analistas contemporáneos de la historia del cine, repasaba su filmografía en la monumental serie documental The Story of Film. Él decía que “Kiarostami adoraba la realidad de una manera que muy pocos artistas lo habían hecho, y comenzó a rodar reduciendo toda la falsedad del proceso de rodaje”.

“Intento reducir el uso de la tecnología, la luz, la claqueta… pero sobre todo intento eliminar la figura del director”, reflexionaba el propio Kiarostami en la serie. Para él, “un director es como un entrenador de fútbol. Seleccionas a los jugadores, los preparas, pero cuando empieza el partido te quedas en el banquillo. Eres como un aficionado más. Te estresas, te tensas o te sientes feliz de cómo va pero no puedes intervenir en cómo juegan los jugadores”.

Para analizar esta posición, no hay mejor ejemplo que ver su film ¿Dónde está la casa de mi amigo? En él, Kiarostami eligió a un actor sobre el que volvería constantemente: Babak Ahmadpour. Un niño del norte de Irán al que el director pidió que actuase sin artificio. Lo hizo recorriendo espacios que el niño conocía, y recreando escenas cotidianas que podía comprender. Esto se ve en el desamparo que el crío experimenta. Para Cousins, “se trata de una de las mejores películas sobre la niñez y la amistad que ha dado el cine”.

Descubrir su compromiso con lo real

Cinco años después de rodar aquella película, un terremoto sacude la región dónde se rodó. Murieron 50.000 personas, entre ellos 10.000 niños. Nada más enterarse, Kiarostami viajó a la zona devastada en busca de Babak. Lo encontraron, pero el viaje hasta allí había sido alucinante, y el realizador iraní decidió hacer una película sobre cómo habían ido a la zona del terremoto, y cómo descubrieron allí el significado de resiliencia. El mismo Kiarostami cuenta que “fuimos en busca del chico, y lo encontramos. Pero también descubrimos algo más importante: vimos la pasión por la vida de quién lo ha perdido todo”.

Durante su búsqueda por encontrar con vida al niño que había protagonizado su anterior película, Kiarostami conoció a otro personaje que le cambiaría la vida. Su nombre era Hussein y era un joven que se había casado cinco días después del terremoto. Sin importarle la muerte y la destrucció que le rodeaba, él quiso celebrar su enlace con los invitados que quedasen vivos por entonces.

Aquella historia fascinó al director que grabó la historia de Hussein y la incluyó en su película Y la vida continúa. Pero pasó algo que no estaba previsto, que es lo que suele pasar cuando retratas la realidad, que la alteras. Principio de incertidumbre, lo llaman algunos. El observador, por el mero hecho de ser testigo, cambia la realidad que quiere ver. Y por culpa de este, Hussein se enamoró de la actriz que interpretaba a su esposa durante el rodaje. Y todo lo que Kiarostami retrató... dió un vuelco de sentido.

Analizar su modo de transformarla

Otra forma de decir adiós a Kiarostami es ver cómo juega con los elementos formales que componen lo que se sitúa frente al objetivo. Ante la historia de amor de Hussein, que se casó pero que se enamoró perdidamente de otra persona, Kiarostami no se quedó de brazos cruzados. Como dijo Cousins “su respuesta fue inédita en la historia del cine: rodó una tercera película que trataba justamente de los sentimientos de Hussein durante la segunda película”. 

Así nacía A tráves de los olivos, una película que falseaba el rodaje de su anterior film. Un modo de dejar en evidencia lo recreado y, a su vez, el aparato logístico que lo hace posible. Según Cousins, para interpretar A tráves de los olivos podemos ver sus distintos niveles: “la película trata sobre el encaprichamiento de Hussein por la actriz, pero también sobre el amor de Kiarostami al mismo amor”, definía en The Story of Film. Es decir que viendo cómo intentó rodar el terremoto, descubrimos cómo el cine puede filmar complejísimas capas de la realidad. Al final, Kiarostami dejó patente que una cámara puede cambiar las vidas de la gente.

Esta compleja trilogía sobre el círculo de la vida y el amor había empezado años atrás con aquella película sobre un chico tímido y marginal. Siete años después, de repente, Babak aparecía de nuevo en una escena de A través de los olivos. El niño intentaba venderle flores al director de la película. Aparecía más alto, igual de serio. El niño al fue a buscar seguía vivo.

Saber despedir la “era Kiarostami”

En los últimos años del celuloide, ante la llegada de la era digital y del nuevo milenio, Abbas Kiarostami ya había cambiado la historia del cine. Nadie como él había visto la realidad y la había desarmado, deformado y jugado con ella. Para el historiador del cine Román Gubern, “realizó originales retruécanos cinematográficos basados en la confusión entre filmación y escenificación de una ficción cinemaotgráfica”.

Para Mark Cousins, aquellos años eran “la era de Kiarostami”. Era un fenómeno increíble, “Irán: un país que no inventó el cine, que no era lo suficientemente rico como para tener una industria cinematográfica potente y que además tenía una religión reticente a la imaginación, estaba produciendo las mejores películas del final del celuloide”, decía. “El amor de Kiarostami por la realidad capturó el espíritu de su tiempo”. Tal vez estuvimos ante el fin de su era, a finales de los noventa, aunque Kiarostami siguió ahondando en los vericuetos del cine muchos años. Casi hasta el lunes.

Aunque si tuviésemos que decir un adiós definitivo, es difícil negar que el mejor ejemplo de su ímpetu artístico tal vez sea Close-Up. La síntesis de su mirada y de cómo jugar con ella. Para el mismo Cousins, Close-Up era una de las mejores películas de la historia, no en vano estaba en su Top 10 de Criterion. El mismo título ocupa el puesto 37 de los 50 mejores documentales de la historia según la prestigiosa Sight & Sound. Close-Up narra la historia, siempre en formato documental, de Hossein Sabzian, un hombre que pretende hacer creer a sus vecinos que es un importante director de cine. Para tal fin, les ofrece papeles en su nueva película. Hasta que se descubre el pastel, lo demandan y empieza la aventura.

Jonathan Rosenbaum vería el resumen de la relevancia de internacional de Kiarostami contando la historia de un neoyorquino que, pocos años después, se haría famoso con una historia semejante. Hablaba de John Guare, autor de la famosa Seis grados de separación, que contaba la historia de un marchante de arte que se hacía pasar por hijo de Sidney Poitier hasta que le descubrían. Historias sobre falsos directores de cine. “Ser director de cine hacía que las personas comunes de tu alrededor delegasen sus preocupaciones y aspiraciones en ti. Pero el director no es más que una persona corriente, y este es un tema que vehicula toda su obra”, decía Rosenbaum. Podemos despedirle así, simplemente, como una persona corriente. Al fin y al cabo, él quería eliminar la figura del director.

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