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'Los informes sobre Sarah y Saleem': las consecuencias de un 'affaire' en la Palestina ocupada

Maisa Abd Elhadi interpreta a Bisan, la mujer de Saleem

Francesc Miró

Sarah regenta una cafetería de aire hipster en Jerusalén Oeste. Saleem trabaja como repartidor en una panadería que le lleva la bollería. Ella es judía y está casada con un alto cargo militar israelí, él es palestino y su trabajo a duras penas le da para comprar una cuna decente para el hijo que espera con su mujer.

Ambos tienen una aventura. Nada romántico: es solo sexo y ninguno de los dos quiere abandonar las vidas que cada uno ha construido. Pero el contacto sexual ocasional les permite escapar de una vida que les oprime por distintas razones.

Todo se complica cuando Saleem comete el error de mentir en un informe policial para esconder su relación. Y lo que empieza siendo un romance termina convirtiéndose en una pesadilla narrada con pulso de thriller por el realizador palestino Muayad Alayan.

Los informes sobre Sarah y Saleem es un sólido filme narrado con pericia. Drama que plantea inteligentemente un discurso nada maniqueo sobre cómo la ocupación marca las relaciones afectivas de los ciudadanos israelíes y palestinos.

Todo amor es político

Un día, a Saleem le ofrecen un trabajo para ganarse un dinero extra: entregar unos móviles en Belén, al otro lado del Muro de la Vergüenza, y volver sin armar follón. Pero esa noche vive un altercado en un bar y es detenido por la policía.

Para evitar que salga a la luz su affaire, Saleem miente bajo presión en unos informes en los que asegura que se había reunido con una 'informante' israelí. Lo que empieza siendo unos papeles sin importancia, se convierte en un infierno judicial en el que termina acusado de terrorismo y sedición.

Partiendo de lo que podría ser una anécdota, Muayad Alayan despliega un thriller humanista y eficaz que centra su tensión en las relaciones de sus personajes. Atrapados en un laberinto burocrático, rodeados de militares que disponen de medios para complicarles la vida, los protagonistas de Los informes sobre Sarah y Saleem van descubriéndose cada vez más complejos y con más aristas. Y en el desarrollo de sus complicidades, afectos y conflictos, su epopeya se torna cada vez más veraz.

De ahí que Los informes sobre Sarah y Saleem empiece como un drama romántico tocado de cierto malditismo manido entre los dos personajes del título, pero que pronto desequilibre la balanza narrativa otorgando cada vez más peso a Bisan, la mujer de Saleem, y a David, el marido de Sara. Y así dibujar ante el espectador un laberinto emocional coral que se revela como retrato de un conflicto político histórico.

“Hay un rasgo en la sociedad jerosolimitana que es el miedo a tratar con el 'otro'. Se ve como traición, con sospecha y miedo”, explica Rami Mulayan, guionista de la cinta y hermano del director, en una entrevista concedida a la distribuidora de la película en España, Good Films. Por eso, las diferencias de clase y sensibilidad entre las familias de Sarah y Saleem, por su mera procedencia, marque de forma inapelable el relato.

“Simbólicamente, la complejidad de una relación casa mejor con esta parte del mundo y sus disfunciones que un romance puro y duro”, cuenta. Porque la infidelidad entre un palestino y una israelí conlleva irremediablemente a una contrapartida política.

“Cualquier idea sobre la autonomía de los palestinos hace tiempo que fue desechada”, explica Rami. “Podemos tener una ilusión de autonomía pero sin control. En realidad, son los israelíes quienes lo tienen”, sentencia sobre cómo la ocupación marca el devenir de todos ciudadanos.

En cine palestino busca su lugar

Con Los informes sobre Sarah y Saleem el cine palestino se ha apuntado un buen tanto en el panorama internacional. El premio del público y del jurado en el Festival de Róterdam, así como los galardones a mejor película y actriz en los festivales de Durban y Seattle, han situado a la cinta en el mapa de forma relevante. Pero también han vuelto a sacar a colación la viabilidad y estado de salud del cine palestino.

Cuando en 2005, Paradise Now ganó el Oscar a Mejor Película de habla no inglesa, la industria del cine occidental echó una breve mirada, casi fugaz, a la cinematografía palestina contemporánea para descubrir que en ella había miradas absolutamente relevantes sobre el mundo de hoy. Y se empezaron a distribuir muy tímidamente títulos interesantes, si bien ninguno alcanzó la relevancia de la película de Hany Abu-Assad.

La sal de este mar, de Annemarie Jacir, compitió en Cannes pero tuvo una recepción crítica dispar. A El cumpleaños de Laila, dirigida por Rashid Masharawi, le pasó lo mismo a pesar de ofrecer una brillante actuación de Mohammad Bakri. Y tuvo que volver a estrenar Abu-Assad, años después, para que un filme palestino se distribuyese dignamente en Europa en general y en España en particular. Fue con Omar, en 2013, un film magnífico que mereció el Premio del Jurado de Un Certain Regard en Cannes.

Con esta Los informes sobre Sarah y Saleem tiene en común su tratamiento de lo romántico que deviene político de forma natural. En Palestina no se puede desvincular un relato del otro. Muayad Alayan era adolescente durante los años de la Segunda Intifada, y creció en un ambiente de miedo y tensión de Jerusalén. Trabajaba en la parte oeste de la ciudad, donde vivía la comunidad judía de la capital, y allí conoció y trató de primera mano con israelíes durante años.

El realizador sabe que en la ciudad en la que ha ambientado su largometraje se respira una atmósfera fuertemente politizada, y que las diferencias culturales entre unos y otros se inmiscuyen en las relaciones íntimas. Eso penetra con fuerza en la narración de su película.

Por todo ello, es una suerte que títulos como Los informes sobre Sarah y Saleem lleguen a nuestras salas. No solo porque sea una buena película -son incontables los títulos excelentes que no llegan jamás a nuestras salas-, sino porque existen pocos medios -y menos de ficción- a través de los cuáles conocer mejor realidad diaria de ese rincón del mundo. El debate en torno a la causa palestina sigue abierto. Son ya siete décadas de conflicto pero, como decía el escritor y poeta palestino Salah Jamal, “no se trata de un tema étnico, ni geográfico ni nacionalista: se trata de hablar de derechos humanos”. Eso es lo que hace, en el fondo, este filme.

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