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El neo-noir asiático contra la crisis medioambiental

La lavandería de Black Coal Thin Ice

Pedro Moral Martín

La ficción es el mejor recurso que tenemos para explicar la realidad. Sin embargo, muchos directores han descuidado el potencial documental que tienen los géneros cinematográficos cuando muestran el hábitat enrarecido de una sociedad y sus vicios. En China nadie comete ese error desde hace tres décadas; la generación postMao intenta burlar la censura escondiendo en el cine negro -un género ligado al neorrealismo- una crítica severa a ese desarrollo insostenible y descarnado que está ahogando el medio ambiente.

En Black Coal Thin Ice, el thriller de Diao Yinan que ha ganado el último Oso de Oro de Berlín, un detective chandleriano intenta sobreponerse al alcoholismo mientras persigue las pistas del mismo caso del que fue apartado cinco años atrás. Como una gota de agua que provoca infinitos círculos concéntricos en un pantano, en la película de Yinan una lavandería funciona como centro gravitacional de una multitud de espacios que describen con crudeza el destrozado paisaje asiático.También es el último título del “Ecocinema chino”, un término inventado por el escritor Sheldon Lu para agrupar las películas que desde los ochenta denuncian (de manera indirecta) las terribles consecuencias medioambientales de un impulso económico descontrolado.

Yinan ha conseguido burlar la censura gracias a los cambios de tono de una película que pretende relacionar la podredumbre exterior con la lucha interior de su protagonista. Jia Zhangke no tuvo tanta suerte con Un toque de violencia, que ganó el premio al mejor guión en el Festival de Cannes pero todavía no se ha podido ver en China.

El filme está dividido en cuatro historias que muestran la violenta naturaleza de una sociedad castigada por el rápido ritmo de desarrollo económico. Cuanto más aumenta su riqueza, mayor impacto negativo tiene en la vida de las personas y en los recursos naturales del país. La película de Zhangke es demasiado explícita, el encuadre abierto de sus planos cuenta demasiadas cosas como para pasar desapercibida. No hay ni trucos, ni metáforas, todo está contado con crudeza.

En 2006, Zhangke estrenó Naturaleza muerta, la historia de un minero que regresaba a la aldea de Fengjie tras la construcción de la macropresa de las Tres Gargantas en el río Yangtzé. La mastodóntica obra provocó la inundación de la aldea y el realojo de sus habitantes en un nuevo lugar. El director chino hizo un retrato costumbrista que burló la censura sin aparentes dificultades a pesar de realizar una brutal descripción del trauma que compartieron más de un millón de personas desplazadas de sus ciudades y sus pueblos.

La patología de los ríos chinos es un tema recurrente en la cinematografía del país. Las películas que tienen el agua como uno de sus temas centrales no hacen una referencia etnográfica en la que se analice la relación de los pueblos con el afluente maltratado, sino un una severa denuncia del violento cambio topográfico al que se ha sometido dicha masa de agua y sus consecuencias.

La estética cinematográfica de la película de Lou Ye titulada Suzhou River coloca a todos sus espectadores en una incómoda isleta desde la que nos hace sentir culpables por aplaudir el capitalismo más salvaje. Y todo gracias a una cámara alienada con los escombros de basura que flotan en el río. A través de ella (o a pesar de ella) Ye cuenta la historia de amor entre un mensajero y la hija de un contrabandista de alcohol.

Naturaleza, paisajes y espacios urbanos

En una época en la que en postproducción cualquiera puede borrar la contaminación real de una secuencia con un solo movimiento del dedo, como hace Zhang Yimou en esas películas de artes marciales que destacan por ese preciosismo exacerbado y falso, Zhangke continúa escarbando implacable hacia la verdad.

El romance truncado de Shijie (El Mundo) serpentea entre varios discursos narrativos, uno de ellos es la manufactura de la naturaleza, una enfermedad heredada de los precedentes imperiales que buscaban la perfección en la simulación del paisaje y que en esta película queda reflejado en ese parque temático donde se agrupan todos los monumentos del mundo. Los demás discursos giran en torno a otros problemas ecológicos como la contaminación, la escasez de agua y el dominio de unas ruinas imperecederas que antes eran parte de enormes fábricas comunistas.

En ese pequeño universo representado por las réplicas a escala reducida de los monumentos más importantes del planeta es donde transcurre todo el argumento de Shijie (El Mundo). La relación de la cantante del parque temático y el guardia de seguridad comienza a derrumbarse cuando otros personajes comienzan a meterse en medio. Cada vez es más complicado relacionares en un mundo tan artificial donde espacios tradicionalmente tan importantes como las casas de baños van desapareciendo para dar paso a la metrópolis moderna.

En el documental Al oeste de los raíles Wang Bing detalla durante tres partes: óxido, vestigios y raíles; la decadencia del distrito Tiexi en Shenyang. Las relaciones interpersonales han muerto como consecuencia del desmoronamiento de ese ideal socialista de ciudad basado en la comunidad. Las fábricas de Tiexi, su infraestructura y las construcciones sociales son devoradas por las nuevas industrias que nacen de las orientaciones políticas que impulsan el desarrollo.

Bioética y la soberanía verde

Una vez derrumbados los espacios urbanos solo queda tirar el antropocentrismo a la basura. En el neorrealismo chino destaca la figura del caballo, primero como símbolo de la transición de lo rural a lo urbano en Black Coal, Thin Ice ­ y después, y mucho más importante, como una implacable denuncia al especismo en Un toque de violencia. En la primera fábula de Jia Zhang, el protagonista emprende su sangrienta venganza contra todos los pilares de la corrupción que sostienen la mina en la que trabaja, sin embargo en mitad de su colérico arrebato decide parar un momento y disparar a bocajarro a un individuo que maltrata a su caballo. Un gesto de justicia poética que Zhang quiere subrayar en mitad de su película. O un guiño al caballo de Nietzsche.

El ‘ecocinema’ quiere despertar al pueblo chino de su letargo y convencerle de que su país está desvaneciéndose entre la contaminación y el derrumbamiento moral de sus habitantes. La sutilidad de sus mensajes discurre entre tramas neo-noir o dramas románticos y a pesar de este tratamiento oblicuo no hay duda de que cada vez hay más directores chinos con ganas de despertar a sus compatriotas al mismo tiempo que aumenta el número de espectadores que saben leer entre líneas y aplauden este neorrealismo. Se trata de asumir que el gigante asiático tiene el poder de salvar (o destruir) a la humanidad, porque ya se sabe lo que ocurre cuando un billón de chinos saltan a la vez.

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