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'Un pliegue en el tiempo': la peor película de Disney del último lustro

Póster de 'Un pliegue en el tiempo'

Francesc Miró

En los últimos años no son pocas las películas de Disney que han intentado, de manera uniforme y dócil, claro está, subvertir ciertos estereotipos de la narrativa aventurera clásica modernizando su discurso y aclimatándolo a generaciones cada vez más diversas e inclusivas.

De hecho, si pensamos en protagonistas que no fuesen hombres-mujeres blancos y cuyo relato no se basase enteramente en disfrazar tropos anticuados con ropajes nuevos, nos vendrían a la mente algunas de las mejores películas que el gigantesco estudio ha dado últimamente: Big Hero 6, Queen of Katwe, Vaiana o la doblemente oscarizada Coco.

A priori, Un pliegue en el tiempo podría hermanarse con estos films en su voluntad de representatividad y sensibilidad puramente contemporáneas. Sin embargo, algo en su concepción de aventura espacial falla estrepitosamente por inconsistencia emocional, por vacíos narrativos que pretenden llegar al espectador sin construir en él algún tipo de conexión. Un pliegue en el tiempo es, seguramente, la peor aventura disneyana del último lustro.

Fantasía y física cuántica

Las noticias que han ido llegando por goteo de la última producción del estudio parecían augurar una película interesante. Para empezar, el proyecto tenía tras las cámaras a la realizadora californiana Ava DuVernay, cuyos últimos trabajos dejaban entrever un talento constantemente en ciernes.

Primero con Middle of nowhere, drama carcelario lleno de sensibilidad. Después con Selma, crónica de la marcha que llevó al presidente Lyndon B. Johnson a aprobar la ley sobre el derecho al voto de los ciudadanos negros –con un poderoso David Oyelowo interpretando a Martin Luther King-. Y hace dos años con Enmienda XIII, documental sobre la racialización y criminalización de los afroamericanos en las las cárceles de EE.UU. Hasta la fecha, Ava DuVernay había firmado filmes sólidos con un andamiaje emocional y un componente político claro y valiente.

Además, el reparto contaba con Oprah Winfrey, a quien el público tenía ganas de ver en la gran pantalla desde que hiciese historia en su discurso en los Globos de Oro, y con Reese Witherspoon, cuya soberbia interpretación en la serie Big Little Lies la ha vuelto a poner en el candelero. También con Gugu Mbatha-Raw, a quien desde que la descubrimos en San Junipero, hemos visto en El caso Sloane, Los hombres libres de Jones y The Cloverfield Paradox. Nada de esto ha cuajado en el resultado final.

Un pliegue en el tiempo adaptaba una novela escrita por Madeleine L'Engle, traducida en España como Una arruga en el tiempo. Un relato lleno de fantasía que mezclaba la ciencia y la espiritualidad –con citas bíblicas constantes-, en un cocktail que se convirtió en best-seller absoluto.

Escrita en 1962, Una arruga en el tiempo tenía como protagonistas a Meg y Charles Wallace Murry, hermanos y genios cuya inteligencia y perspicacia habían heredado de sus padres, dos físicos eminentes. Sin embargo, tras la desaparición del pater familias, Meg había dejado de prestar atención en clase, sufría bullying y estaba siempre triste, y Charles Wallace hacía lo posible para ayudarla sin grandes resultados. La visita de tres señoras extrañas llamadas Qué, Quién y Cuál les lleva a ambos a un viaje espaciotemporal por varios planetas para descubrir que su padre está encerrado en un planeta llamado Camazotz, dominado por un ente maligno conocido como Ello.

Se trataba de una novela bastante inclasificable. Su imaginería retrataba lugares comunes de las pesadillas orwellianas –en Camaztoz todo el mundo era igual y se comportaba igual- y de las fantasías adorablemente retorcidas de Roald Dahl, pero su poso de relato cristiano y sus constantes diatribas sobre un universo científicamente apasionante movido por el amor, la convirtieron en una lectura cercana a la cienciología.

En 2003, la cadena ABC produjo un mamotreto de película para televisión de 4 horas y cuarto que la propia autora de la novela tachó de terrible. Desde entonces, el guion de una adaptación para cine ha dado vueltas por despachos hasta llegar a la película que nos ocupa y que L'Engle, desgraciadamente, no podrá ver nunca pues falleció en 2007.

El amor todo lo mueve

Mediante una lectura superficial de Un pliegue en el tiempo, podríamos entender que la película de Ava DuVernay nos narra el difícil proceso de aceptación de uno mismo a través de la fantasía. Meg, la niña protagonista, se odia a sí misma por no haber superado la desaparición de su padre. Gracias a un viaje interplanetario, descubrirá que sus defectos son parte de ella, que sus grandezas anidan en su interior esperando a ser despertadas.

“La herida es el lugar por donde entra la luz”, repite insistentemente la señora Qué - Reese Witherspoon-, haciendo ver que en el fondo también somos las cicatrices que tenemos, los errores que hemos cometido. Y si Un pliegue en el tiempo nos llevase por un viaje emocional para comprenderlo, para abrazar la idea del dolor sin miedo como hacía la gran Inside Out, no habría mayor problema. Pero no es así.

Desde su misma concepción estética, el último film de la factoría se antoja trasnochado y desubicado. Los vestidos de las señoras Qué, Quién y Cuál son solo lo más llamativo de una propuesta que se empeña en construir escenas climáticas e imágenes memorables, sin conseguir que las primeras trasmitan algo y las segundas perduren lo más mínimo. Desde fugaces planetas que parecen sacados de la mente Dalí, a cromas y criaturas de CGI que es imposible que transmitan vértigo o miedo, pasando por una consecución poco razonable de estética new age, Un pliegue en el tiempo se antoja como un tótum revolútum extravagante y vacuo.

Su desarrollo, por otra parte, se nos presenta dubitativo por falta de miras e incomprensión del discurso propio. Tan pronto abraza ideas tan manidas como el enfrentamiento de luz y oscuridad como motor del universo, como asume que este se rige por unas leyes matemáticas precisas sin emoción alguna, o defiende que la imaginación puede con las leyes físicas.

Tan pronto parece narrar el viaje interior de una preadolescente, la fantasía desbordada, o el drama sobre relaciones fraternales y paternofiliales. Nada se entiende en toda su complejidad porque todas sus temáticas se abordan sin ton ni son. Nada transmite un ápice de emoción porque sus protagonistas vagan por un universo creativo incomprensible. Un pliegue en el tiempo podría haberse convertido en una alegoría científica para tiempos convulsos, o en un viaje interior con una protagonista compleja y brillante, pero ha preferido convertirse en una aventura new age descafeinada.

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