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Un nuevo Spider-Man para un viejo enemigo llamado masculinidad tóxica

Miles Morales en la portada del libro de arte de la película

Francesc Miró

Spider-Man: Un nuevo universo  se ha convertido en un fenómeno difícil de encasillar. Antes de su estreno, ya podía hablarse de rareza en cuanto a recepción crítica se refiere, pues pocas películas alcanzan un 100% de 'frescura' en la web agregadora Rottentomatoes. Y menos si se trata de un film de superhéroes. Pero, además, sucedió que su condición de película de animación -lejos de ser un cortapisas-, la hicieron romper récords el fin de semana de su estreno, tal como señalaba Box Office Mojo.

Por ahora, la película lleva amasados 209 millones de dólares, que no es poco. Aunque si la comparamos con otras hermanas de género -que no de formato-, su competidora directa el pasado mes de diciembre fue Aquaman, y esta lleva ganados la friolera de 751 millones. Numeros más acordes con los grandes títulos superheroicos consiguen del bolsillo del espectador. Al fin y al cabo, cuatro de los diez títulos más taquilleros de la historia visten capa o antifaz.

Los superhéroes son hoy, nos guste o no, el género por excelencia del blockbuster contemporáneo. Y eso hace aún más significativo el fenómeno de Spider-Man: Un nuevo universo en un panorama en el que los grandes protagonistas de este cine hacen gala de una masculinidad más propia del siglo pasado, la película del trepamuros ofrece una lectura de género totalmente distinta. Una que ahonda en el constructo social del género, sus expectativas, sus problemas y, sobre todo, sus posibles futuros.

La máscara del tipo duro

Una lectura de género del superhéroe en el cine contemporáneo -estrictamente en este arte, pues el mundo del cómic ofrece otras perspectivas-, resulta desoladora. Todas las películas del llamado Universo Cinematográfico de Marvel estuvieron protagonizadas por hombres blancos heterosexuales hasta el estreno de Black Panther. Y aún contando con la Wonder Woman de DC, estaríamos hablando de decenas de películas estrenadas desde el año 2000 que cuentan con gloriosos éxitos de público y que transmiten -como cualquier producto cultural-, valores de todo tipo.

Desligar los que tienen que ver con el género o tachar cualquier discurso relacionado con el tema de inocuo, es desvincular un tipo de cine boyante en la actualidad de su capacidad para generar, mediante la ficción, modelos de conducta reales. Y los que transmiten la mayoría de estos films, actualmente - obviamente el género cuenta con décadas de historia, pero aquí nos referimos a la actualidad-, vienen condicionados por la visión del mundo de lo que Grayson Perry llamaba 'hombre por defecto'.

La masculinidad como construcción social ha vehiculado múltiples ideas hoy puestas en duda por una sociedad más feminista que señala en el modelo de 'hombre por defecto' múltiples actitudes tóxicas. Hablamos de un concepto de virilidad atado a ideas tan antediluvianas como que el hombre no llora nunca, no habla de sus sentimientos, se mantiene impertérrito ante las dificultades, aspira al éxito y a la independencia, es el sustento de su casa, es audaz y temerario por naturaleza...

Los ejemplos son ingentes. El Tony Stark de Robert Downey Jr. iniciaba su periplo de tres películas propias haciendo chistes sexistas en un coche del ejército. Y tras fabricar su primera armadura de Iron Man, se vestía también una coraza emocional que le permitía proyectar una imagen muy concreta de hombre poderoso mientras escondía una relación de dependencia emocional ciertamente tóxica con Pepper Potts, su amante y secretaria interpretada por Gwyneth Paltrow. Una mujer que, claro, le hacía la cena, le planchaba las camisas, le llevaba las cuentas de su empresa e incluso gestionaba su salud. Porque él era incapaz de hacerlo. “Todavía no me he cruzado con nadie que sea lo bastante hombre como plantarme cara cuando tengo un buen día”, decía Stark en Iron Man 2.

De chistes sexistas también sabe bastante el Star-Lord de Chris Pratt, cuya relación con el otro sexo es no sólo cuestionable sino que, en ocasiones, se acerca al blanqueo del acoso. El Thor de la película de Kenneth Brannagh estuvo a un pelo de destruir varios mundos por no saber gestionar emocionalmente que pusiesen en duda su hombría -tras ser tildado de 'princesita', el dios del trueno pone en peligro varios mundos por el comentario-. Y el Capitán América sigue siendo incapaz de hablar de sus sentimientos, siendo la persona más cabal de la plétora de machos que es Los Vengadores.

“Durante demasiado tiempo nos ha gobernado un grupo que confunde su visión del mundo -la del hombre blanco de clase media- con la claridad imparcial”, decía Perry en su ensayo La caída del hombre. Aunque la imagen del hombre que proyecta el género superheroico actualmente es de todo menos imparcial.

El hombre 'por defecto' ha monopolizado la máscara de la seriedad y la imagen de la virilidad. Y en su representación mainstream actual, los superhéroes han ofrecido estos años una visión continuista de muchas dinámicas asociadas a viejas masculinidades. Algo que Spider-Man: Un nuevo universo no está dispuesta a prolongar. La nueva película del trepamuros pone en duda algunos lugares comunes tradicionales de este tipo de ficciones, debatiendo sobre la inteligencia emocional, cambiando la mirada del 'hombre por defecto' y reflexionando sobre papel de la paternidad en el mundo moderno.

Los hombres de verdad lloran a gusto

La nueva película basada en el trepamuros nos plantea un universo - visualmente apabullante- en el que Peter Parker ha muerto. En este mundo, un joven adolescente llamado Miles Morales debe suceder a Parker tras ser picado por una araña radioactiva. Mientras, un mafioso -conocido como Kingpin- construye una máquina capaz de abrir una puerta entre universos paralelos. Un accidente trae al Nueva York de Miles a cinco Spider-Man de otras realidades que le ayudarán a desbaratar los planes del villano.

Miles Morales es un adolescente inteligente y amable que afronta la adolescencia con temor e inseguridad. Le acaban de matricular en un instituto privado, alejándole de la gente de su barrio. Las hormonas no ayudan a su forzada salida de la zona de confort. Así que la construcción de su personaje pasa por ser un coming of age  superheroico: a medida que se descubre a sí mismo, descubre sus capacidades para convertirse en el trepamuros que conocemos.

Pero lo realmente interesante es que su construcción de la heroicidad no pasa solamente por sí mismo, sino por conocer y empatizar con personas que tienen sus mismo poderes y -también- sus mismos problemas. No hablamos de 'la unión hace la fuerza' de Los Vengadores o Guardianes de la Galaxia, sino de que lo que crea a Spider-Man es un ambiente de empatía, complicidad y respeto. Huye de los imperativos que han definido la masculinidad en la ficción superheroica porque se replantea sus sentimientos constantemente, los proyecta en grafitis, se los expone al espectador para dejarle claro sus dudas, y los debate con sus compañeros con sentido arácnido.

Durante mucho tiempo, “a las mujeres y las minorías se las ha tachado de 'apasionadas' o 'emocionales', como si los hombres por defecto tuvieran una asombrosa habilidad para orillar las lentes más subjetivas”, describía Grayson Perry. “El hombre por defecto gozaba de una visión desapasionada, empírica y objetiva del mundo como derecho de nacimiento y todos lo demás estaban a merced de sentimientos incontrolados. Eso, por supuesto, explicaba por qué los 'otros' a menudo tenían opiniones que estaban en total contradicción con su visión del mundo. En este caso, los 'otros' son sectores sociales que han adquirido una buena inteligencia emocional y se toman en serio tanto sus sentimientos como los ajenos”, reflexionaba el autor y artista plástico.

Donde otros superhéroes hacían lo que hacían porque debían, dotados de su visión justa de las cosas propias del 'hombre por defecto', sin derramar lágrima alguna y mostrándose impertérritos, Spider-Man: un nuevo universo  plantea un constante debate sobre el desarrollo de la inteligencia emocional, sobre la comprensión de los sentimientos y la necesidad de aprender a expresarlos. Compartir emociones, canalizar voluntades.

Además de dos mujeres, un cerdo y un spidey en blanco y negro, a Miles le acompaña Peter B. Parker. Un Spider-Man alternativo que se nos presenta como un cuarentón soltero que proyecta una imagen muy distinta del trepamuros a la que estamos acostumbrados. En su realidad se divorció porque no supo aceptar su paternidad, está arruinado por haber perdido dinero en la bolsa, vive en un apartamento cutre, está fofo y suele llorar en la ducha. Llora por la persona en la que se ha convertido, pero además llora porque su vida es -punto por punto-, un fracaso de las expectativas de género socialmente impuestas. ¿Cuántas veces hemos visto eso en una película de superhéroes?

Deprimido tras una relación infructuosa. Débil, alejado de la imagen del tipo duro que lo tiene todo bajo control, el desarrollo de Peter B. Parker es el de alguien que, como Miles, se enfrenta con la imagen que se ha asociado a su figura y al hecho de no estar a la altura de sus expectativas. Que revisa sus privilegios además de “revisar sus prejuicios”, tal como expresa en un gag que podría pasar desapercibido y que sin embargo define su personalidad. Otro modelo de conducta es posible para Miles Morales.

Una paternidad en construcción

“Los padres, por ausencia o presencia, aportan modelos identitarios de referencia sobre qué es ser un hombre que producirán efectos profundos y que perdurarán toda la vida, sobre todo en la construcción de identidades y expectativas vitales”, explica el antropólogo Ritxar Bacete en el exitoso ensayo Nuevos hombres buenos. “Desde una mirada crítica de la realidad, cada vez contamos con mayor evidencia científica de que la implicación de los hombres en la crianza es un factor clave para la transformación de la realidad hacia paradigmas sociales y de relación más justos e igualitarios”.

En un panorama en el que abundan enmascarados marcados por la ausencia paterna o el trauma de su repentina muerte, y las madres ejercen de anclaje emocional de los salvadores del mundo -muchos aún recuerdan el bochorno que supuso el llamado 'caso Martha' en Batman V Superman-, es rarísimo lo que plantea la nueva aventura de Spider-Man. La película de animación se podría leer, casi por completo, como una profunda reflexión sobre el papel de la paternidad en la formación de la personalidad de Miles Morales.

Al joven de Brooklyn le rodean tres figuras masculinas que son vistas como modelos de conducta: Jefferson Davis -su padre-, Aaron -su tío, a quien da voz el oscarizado Mahershala Ali-, y Peter B. Parker.

El primero es un hombre 'como Dios manda': un padre de familia, policía además, que raramente habla de lo que siente, que hace lo que cree que debe hacer, aunque eso pase por ser autoritario con Miles. Una figura que, sin embargo, tiene su momento de confesión y liberación: en una escena clave del film, Jefferson se sincera con Miles y le expresa, entre lágrimas, lo que siente y lo que quiere para él. Una pared les separa y padre e hijo no se ven las caras en ese momento. Pero sirve para liberar a Miles de la carga de ser una decepción.

Aaron, por contra, es una figura liberadora para este joven héroe. Pero con ella, la película realiza una pirueta realmente atrevida: la construcción de la masculinidad a esas edades que plantea, pasa por la deconstrucción de la figura que encarna su tío. Un self-made man tradicional que -no es casualidad-, se las da mujeriego exitoso, independiente y varonilmente atrevido. Alguien que le enseña 'a ligar' como lo hacía él y que se revela, en última instancia, con un lado oscuro ciertamente perturbador.

Y por último, la relación que el protagonista establece con Peter B. Parker se nos plantea como la más honesta y sensible del film. Una relación de parternidad en diferido que se construye desde la complicidad y la aportación mutua. A medida que el Spider-Man fracasado enseña a controlar sus habilidades a Miles Morales, crece personalmente descubriéndose como alguien con alergia a la responsabilidad emocional, con serias carencias que trabajar. “¿Cómo se que no volveré a meter la pata?”, le pregunta el maestro a su aprendiz en una emotiva escena que se puede leer en un guión que, por cierto, sus creadores han puesto a disposición del fan.

Superhéroes se dicen que se quieren

En Spider-man Un nuevo universo, los personajes se dicen que se quieren en múltiples ocasiones. Sin importar su sexo o género. Y esto podría parecer baladí, pero se ha dado muy poco en la ficción superheroica que tiende a regodearse en el tropo de no sissy stuff -mariconadas no, para entendernos-, que dicta que dos personajes masculinos nunca hablarán de lo que sienten el uno por el otro por entenderse como algo propio de la feminidad. Miradas intensas entre el Capitán América, El soldado de invierno y Halcón sí, pero que nunca llegue al verbo. Mucho menos a la representación honesta. 

“El carácter precario de la masculinidad implica que estamos ante una subjetividad que puede ser cuestionada permanentemente y que, por tanto, necesita ser confirmada ante nuestros iguales”, reflexionaba el profesor de derecho Octavio Salazar en El hombre que no deberíamos ser. “De ahí la necesidad de dejarnos claro a nosotros mismos y a todos los demás que somos 'hombres de verdad', que no hemos traicionado las expectativas de género, que nos hemos ajustado a lo que la sociedad espera de nosotros”.

La construcción de una masculinidad que propone Spider-man: Un nuevo universo no tiene en cuenta el examen constante entre hombres: se entrega a la comprensión y la sinceridad. Y construye relaciones entre hombres que no están basadas en la competición ni el silencio emocional, sino en la asertividad sin pudor. Todo, compone a un trepamuros mucho más que complejo del aparente: uno que nos habla desde la emotividad sobre la responsabilidad de ser Spider-Man pero también, de ser un hombre en el siglo XXI. 

¿Por qué es importante? Porque si el cine más taquillero de la actualidad era el superheroico, y este seguía siendo altavoz de ideas propias de la masculinidad tóxica, significaba que el cine más visto de hoy era también el cine más tóxico.

“Siglos de patriarcado han forjado un mundo que refleja y sostiene la perspectiva masculina de clase media. Para que florezca la igualdad hay que descoser la ideología [del hombre por defecto] del tejido social y ponerla junto a perspectivas contrapuestas de tal modo que podamos tejer más fácilmente un mundo justo”, describía Grayson Perry. Y quién dice que no podemos empezar a construir ese mundo -igualitario, moderno y feminista-, tejiendo telarañas. Con nuestro amigo y vecino Spider-Man.

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