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Bruce Baillie enseñó la verdadera vanguardia a Hollywood

Bruce Baillie rodando en el estado de Washington/ Bruce Baillie

Mónica Zas Marcos

All my life es un plano secuencia de tres minutos que baila al ritmo de una cinta antigua de Ella Fitzgerald. La imagen no representa más que un prado del sur de California, rodeado por una valla de madera con tablas asimétricas. No es un cortometraje, tampoco un breve acompañamiento a la dama del jazz con el pianista Teddy Wilson: es una película. El único capaz de firmar un proyecto de tales características y ser considerado el padre del cine experimental se llama Bruce Baillie.

Quizá su nombre nos suene injustamente ajeno, pero ha sido el referente de las obras que veneramos de Terrence Malick -y las que odiamos- y el fundador de la distribuidora primigenia del cine independiente. Antes del panteísmo puro del Árbol de la vida, existió la belleza en el purgatorio de Baillie. Algunos pensarán que sus obras engloban ese arte que no comulga con la sociedad de consumo. Sin embargo, en los últimos cinco años hemos ido a las salas a ver Gravity, El arte de la guerra o Upstream Color. Hemos pagado la entrada sin saber que esos placeres puramente pictóricos, donde la trama es un elemento secundario y la cámara es protagonista, beben del legado de Bruce Baillie.

Ahora La Casa Encendida pone otra piedra en su pedestal con un ciclo homenaje a su figura quijotesca. Desde hoy hasta el 28 de abril, se proyectarán 14 películas junto a otros cortos de sus fieles escuderos del avant-garde. Podríamos acceder a casi toda su obra en internet, pero recomendamos disfrutarla en el soporte para el que estaba diseñada: celuloide en formato 16mm.

Los rebeldes de oficina

En los años 60 surgió un movimiento llamado Nuevo Hollywood que se reía de la fábrica de los sueños y ponía los pies en la tierra nada paradisíaca de los estadounidenses. Los nuevos cineastas se colaron en los despachos de las grandes productoras y contagiaron su carácter anti-establishment desde los cimientos. De ese momento heredamos títulos míticos como Bonny and Clyde, Easy Ride o El Graduado. En paralelo, el sol de la costa oeste acunaba la conocida vanguardia americana, la verdadera madre del cine experimental. Los artistas de esta escuela viraron las cámaras hacia el mundo para crear etnografías de la vida cotidiana.

Los hijos pródigos de la meca del cine se proclamaban la versión yanqui de la nouvelle vague francesa y del neorrealismo italiano. Pero tuvo que llegar el emigrado Jonas Mekas para auspiciar una “reacción completa contra Hollywood” y radicalizar el significado de la palabra experimental. “Arte como acción, no como status quo; arte como varios estados de ánimo y no como una serie de hechos, muertes naturales o pastiches”.

Mientras tanto, esquivando las batallas de egos y sin hacer mucho ruido, Bruce Baillie montaba en su rancho californiano la primera proyección de cine de Canyon Cinema. Esta empresa alternativa se extendió como pólvora entre los artistas de vanguardia y se convirtió en una de las mayores distribuidoras del país. Desde entonces ha influido en los cineastas líricos, así como en los formalistas estructurales, en el movimiento hippie los 70 y los izquierdistas críticos. Pero su estilo rugía desde dentro y no estaba diseñado para ser plagiado, por eso nunca formó una cuadrilla de discípulos o imitadores.

“Hubo épocas de fe, cuando los hombres establecían conexiones naturales entre ellos mismos y el lugar en el que vivían, las plantas que cultivaban, el combustible que utilizaban para las hogueras, sus animales y antepasados. Mi trabajo consistirá en descubrir esos contactos naturales y antiguos de la rutina americana a través del arte del cine”- Bruce Baillie.

Su compromiso social en tres títulos

Esta frase toma sentido en la película más famosa de Baillie. Castro Street está compuesta por dos cámaras que se desplazan en direcciones opuestas a lo largo de la calle principal de Richmond, California. Baillie se mueve junto a un patio de ferrocarril y la refinería Chevron, donde vislumbramos formas naturales en un entorno de mecanizado, además del efecto de la industria pesada sobre el ser humano. El audio lo conforma una cacofonía de ruido del tren, las órdenes de los maestros monta cargas y una canción de la boyband Rascals en la radio.

Here I Am es considerada su primera obra y la rodó mientras llevaba a cabo un ciclo de noticiarios en la Canyon Cinema. Es el retrato documental de una escuela en Oakland para niños huérfanos o víctimas de abusos. Baillie se sitúa desde lejos con la intención de no interceder en nada. No hay voz en off, ni edición retórica. En cambio, el cineasta observa a los jóvenes durante el juego o cuando comparten breves momentos de cooperación y ternura entre ellos.

Por último, Mr. Hayashi es un retrato de bolsillo en blanco y negro de un jardinero que excava la tierra con las manos y vaga a través de campos brumosos. En medio de haces de luz, mientras suenan notas distintas de un shamisen, el señor Hayashi habla un poco de sí mismo y de su lucha por conseguir trabajo. En solo tres minutos, Baillie retrata un testimonio a través de primeros planos que recuerdan a los paisajes minimalistas de la pintura asiática.

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