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Un aluvión de cómics entre caseta y caseta

Chapuzas de amor

Rubén Lardín

A leer cómics se suele aprender casi sin querer, en la primera infancia. Arrancar más tarde puede resultar un poco difícil y, según está comprobado, la tarea le resulta más compleja al letraherido que al iletrado porque el cómic exige algo que muchos lectores corrientes de literatura no saben dar: la mirada viva. Como sea, nunca es tarde y desde aquí seguimos alentando a los inquietos porque la recompensa es extraordinaria. Sant Jordi, la Feria del Libro, la noche de los girasoles o el día de los trífidos, cualquier excusa es buena para cambiar billetes sucios por tebeos radiantes. Vamos con algunas propuestas.

Primeros espadas

Si esta temporada, por circunstancias o restricciones, hay que leer un único libro, que sea este. Chapuzas de amor es un tebeo costumbrista que recoge retazos biográficos de Margarita Luisa Chascarrillo, Maggie, una joven que ya no lo es tanto, nodo de un coro de personajes magníficos y en el fondo una víctima propiciatoria de su propio entorno. Maggie empezó su andadura como mecánico espacial pero en los últimos tiempos ha ido tomando tierra y resignándose a ocupaciones poco estimulantes, extraviándose en relaciones dramáticas, perdiendo amigos y viviendo un poco según le marque el reloj. En Chapuzas de amor asistiremos a momentos clave de su infancia y juventud, sabremos que ha vuelto a estudiar, que quiere montar un taller de lo suyo y que se está viendo de nuevo con Ray Dominguez, le guste o no el hombre de su vida.

Chapuzas de amor es un cómic desbordado de melancolía a la altura de los mejores de su autor, Jaime Hernandez, un delineante de la condición humana que rehuye la tilde porque es chicano. Jaime, a quien se llama por el nombre de pila para distinguirle de su hermano Beto, es un maestro de la cohesión entre dibujo y texto que hace de ambos “guión”, donde tanto dice el talón alzado de un personaje como un flashback de seis páginas. Su negociado es el del culebrón, un género de modos humildes y endiablados donde todo son problemas pero problemas corrientes, muy manejables.

Este nuevo libro pertenece a Locas, una serie que lleva más de treinta años mezclando el júbilo y la compasión a partes iguales, pero que nadie se va disuadido por la memoria histórica: para arrancarse con Jaime basta con decidirlo en cualquier momento, ponerse cómodo y comprobar que sus relatos se van generando a medida que se leen. Lo hacen como parte detenida de un mosaico emocional mucho más extenso, pero siempre terminan por confundirse con nuestra propia experiencia. Chapuzas de amor es toda una oportunidad para descubrir en tiempo real a uno de los mejores autores de nuestra época, y además una muy rentable, porque es uno de esos cómics que una vez leído se lee tres veces más.

Tebeos mediocres también existen, y de vez en cuando hay que señalarlos para salvaguardar la vergüenza del medio. El escultor es un cómic a evitar, una historia insignificante que se ampara en sus cientos de páginas para sostenerse, porque es una obra a la que le tiemblan las piernas y en eso funda su ambición. Viene respaldada por el nombre de su autor, Scott McCloud, a quien los aficionados tenemos en mucha estima por sus aportaciones a la comprensión de un lenguaje tan sofisticado en forma de metaensayos.

Títulos suyos como La revolución de los cómics o Cómo se hace un cómic son muy efectivos como lecturas didácticas, pero una cosa es conocer los mecanismos y otra muy distinta estar dotado con el talento de la ficción. McCloud sabe que carece pero persevera, y da la evidencia en esta historia de épica romántica que, si bien nos lleva hasta el final porque pone empeño, es preferible no abordar si no se quiere salir de ella sonrojado. Un chasco.

Los espíritus de los muertos es el regreso de Richard Corben a los mundos de Edgar Allan Poe y supone una auténtica caja de resonancias con el potencial de modificar nuestras relecturas de algunos de los relatos y poemas más emblemáticos del escritor. Corben es un superviviente de otra era, fue una estrella intercontinental cuando los tebeos se vendían por miles -y también se lloraba por ello-, y hoy a sus 74 años no es sólo uno de los mejor conservados de su generación sino también uno de esos casos infrecuentes de artista proteico que, sabiéndolo todo del oficio, sigue experimentando.

Aquí sus dibujos chorrean luz como han hecho siempre, y lo hacen con más razón porque se generan en la tiniebla de Poe, donde todos los colores posibles acechan en tramas detectivescas, alegorías románticas o relatos macabros, argumentos que el autor había explorado en varias ocasiones pero en los que insiste de manera obsesiva.

La adaptación literaria es por lo general un género poco apetecible pero que en su misma definición contiene una pasión espléndida, la de aquel lector que arde por compartir su interpretación de una obra que le fascina. Poe, tal vez el autor más adaptado a historieta del mundo, logra en manos de Corben (y tal vez sólo de Corben) una encarnación nueva donde la audacia derrota cualquier sospecha de antigualla.

Historias corrientes

Ramón Boldú es un autor que danza en el mundo del cómic con aires rijosos y descojonado hasta de su sombra. Sus incursiones en el diseño y la publicidad y sus ocupaciones durante la Transición en revistas del destape como Lib, para la que diseñó el imagotipo de la pera mordida, le mantuvo en su día en una zona estrafalaria entre el underground y el viva la virgen, y hoy de él se suele decir que fue uno de los primeros autores locales en destilar su autobiografía en viñetas.

Boldú es, antes que nada, un mamífero, y como tal se ha ido retratando en una peripecia vital donde la fragilidad del macho se hace patente a la que aparece una hembra en escena. Hoy la edad le ha sosegado algunas urgencias pero todavía narra como quien respira y tose, incorporando el accidente y el trompicón, y en esa irregularidad sigue estando la clave de su proximidad y el regocijo que proporcionan sus historias.

En La vida es un tango y te piso bailando expande su memoria por las ramas de su árbol genealógico y nos cuenta las peripecias de su padre, al que visita una vez al mes en el geriátrico para escucharle recuerdos de la guerra y menciones a otros miembros de la familia. El libro, además, contiene sorpresa, y si le desplegamos la camisa nos encontraremos el tablero y las fichas de El Tango Libre, un juego de estrategia amorosa y baile de salón que se presenta como alternativa antibelicista al campo de batalla del ajedrez.

En la vida real es un fabuloso cómic para chavales que también dejará estupefactos a muchos adultos cuando descubran algunas de las consecuencias que la vida virtual, ya parte contratante e irreversible del tinglado económico, puede estar teniendo en la civil. Viene firmado por el canadiense Cory Doctorow y la estadounidense Jen Wang, el primero conocido por sus novelas y relatos de ficción especulativa y por su activismo tecnopolítico; la segunda una joven dibujante de estilo amable y eficaz que frecuenta los tebeos de Hora de aventuras.

En esta colaboración se explayan en la experiencia de Amanda, una niña que dedica su tiempo de ocio a un juego en línea donde viste avatar de guerrera y recorre un mundo fantástico donde evolucionan jugadores de todo el planeta.

Allí conocerá a un “granjero”, un jugador chino contratado para cosechar recompensas y objetos valiosos que luego se venderán a jugadores impacientes de países desarrollados, y el encuentro hará que Amanda repare en las auténticas reglas que rigen el juego social, la vida misma. La lectura es ligera pero muy nutriente, y aunque el tebeo se escora hacia valores fundamentales como la amistad, la solidaridad y el sentido comunitario, lo hace desde el máximo respeto a sus lectores y en ningún momento deja de funcionar como aventura juvenil con muchos números para el calado.

Nuestra alegre juventud

La única cosa mejor que leer tebeos es dibujarlos. Havarti Party desprende ese entusiasmo febril de la confección donde el autor fluye, padece, lo goza y echa el resto. Para no eclipsar ese primer nervio tan valioso, Roberta Vázquez pilota esta historia de animales parlantes sometiéndose a las eventualidades que le van dictando sus personajes, un trío de ornitorrincos musiqueros que al parecer ha estado de fiesta para, cuando llegamos nosotros, sumirse en el oleaje resacoso de lo ordinario, donde les espera un sinfín de emociones un tanto desmayadas.

Havarti Party es la puesta de largo de una gallega curtida en los fanzines y está tocado por esa gracia donde cualquier zozobra primeriza resulta desoxidante. Parte con esa humildad de serie que tienen todos los tebeos protagonizados por animales, restándose importancia, pero los tebeos protagonizados por animales son siempre importantísimos. Este es tirando a garajero, con estructura de viaje, pedal de guagua y un existencialismo asimilado, como asimilada lleva toda esa tradición milenaria de animales disfrutones pese a sus infortunios, pues para algo beben y conducen.

Si Roberta Vázquez lleva el influjo de los 90 en la primera línea de su secuencia genética, la quebequense Julie Doucet es memoria viva de aquellos años, mascarón de proa y núcleo atómico. Hija de madre majareta, Doucet creció pivotando de la euforia al hastío y del miedo a la ira, llevándose más bien mal consigo misma y en todo momento incapaz de gestionar su feminidad.

Dibujar historietas se le reveló como una terapia y en su fanzine Dirty Plotte depositó miasmas cotidianos, delirio menstrual, horreur, paranoia, deseos intangibles, conatos de pánico... Un catálogo infinito de angustias y neurosis. Aquello fue su manera de interpelarse tras un pasado en colegio católico y un futuro que parecía, más que negro, gris del todo.

Julie Doucet. Cómics (1986-1993) es una espléndida edición de sus obras completas cuya lectura revela que sí, que lo que en su día nos pareció arrebato y enajenación no era otra cosa que eso mismo: poesía. Los cómics de Julie Doucet son pura Julie Doucet. Julie Doucet haciendo un ejercicio de humildad y autonomía, arremangándose las pieles para mirar dentro y ver quién hay en un intento de desapropiarse. Recorriendo la topografía de sus pesadillas y buscando aparcamiento para estacionar la náusea. Durante aquellos años estas historietas crispadas y expresionistas le fueron bálsamo. Hoy a nosotros, recopiladas y todavía indomables, nos resultan un atracón tremendo y vibrante en el que aún nos reconocemos.

Vamos recogiendo. Pero todavía nos aguarda un retablo tenebroso y profundamente español donde concurren cofradías esotéricas, mafia neocatecumenal y sacrificios paganos. Murcia es un tebeo de color melodioso firmado por Magius, alias del huertano Diego Corbalán, que desarrolla una trama alrededor de un grupo terrorista que pide la independencia de Murcia y la extinción del cristianismo, un tejido de prebostes locales que pone los pelos de punta y un perfume de terror provincial que te cambia el ánimo.

Murcia es un cómic fuera de serie, una perla negra y un tebeazo. Remite a muchas cosas pero es diferente a todas. No muestra ningún reparo en llevar sus propuestas más descabelladas hasta las últimas consecuencias y sus páginas transpiran esa congoja sostenida que sólo comparece cuando una historia transcurre en nuestro entorno inmediato. Esto es así porque pese a su apariencia de humorada y de extravagancia no deja de ser una condensación de realidad política, una crónica de actualidad y un ejemplo perfecto de que todavía hay temas que solo el cómic puede tratar con una libertad que a otros medios les está vedada. Ojalá algún chiflado lo denuncie y se venda a carretadas.

Esto es solo una pequeña muestra de lo que puede encontrarse estos días paseando el parque del Retiro. El consejo final es que se haga caso omiso de estos consejos y que se siga el instinto. Excusas no caben: si lleva lomo es un libro. Aunque traiga dibujos.

  

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