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Lo que las distopías del cine nos cuentan sobre el futuro de la robótica

El dr. Dave Bowman se enfrenta a HAL 9000 en '2001: una odisea en el espacio'

Roberto R. Aramayo

Profesor de Investigación IFS-CSIC. Historiador de las ideas morales y políticas, Instituto de Filosofía IFS-CSIC —

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Las cuestiones relativas a la robótica y a lo que se ha dado en llamar “inteligencia artificial” están a la orden del día. Mientras el cambio climático y los giros de la nueva política global nos inquietan sobremanera, el tema de la robótica nos fascina y hace volar nuestra imaginación.

Sin embargo, como en todo avance científico y tecnológico de gran calado, los objetivos que nos propongamos deberían verse modulados por la reflexión ética. Si no queremos convertir en una pesadilla lo que podría ser el cumplimiento de un hermoso sueño tantas veces preterido.

El efímero sueño de la revolución industrial

La revolución industrial parecía poder liberarnos de los trabajos más pesados gracias a las nuevas maquinarias. Dickens acertó a describir en algunas de sus novelas cómo semejante utopía se malogró al dar sus primeros pasos. En realidad abrió paso a la explotación infantil de las fábricas decimonónicas. Las ulteriores cadenas de montaje se verían inmortalizadas en los años treinta del siglo pasado por el Chaplin de Tiempos modernos.

Fritz Lang nos mostró una futurista Metrópolis. En ella los trabajadores han de inmolarse para que siga funcionando sin descanso una sacrosanta maquinaría denominada Moloch.

Mientras tanto un robot pretende promover una rebelión violenta. Su parecido le hace suplantar a quien puede mediar en el conflicto entre las élites y los trabajadores para resolverlo pacíficamente sin recurrir a la violencia.

Esta magistral película situaba cronológicamente la ficción que narra un siglo después de su estreno. En el muy lejano por aquel entonces año 2026.

Emociones e inteligencia artificial

Una de las películas que Kubrick dejó sin realizar se titulaba precisamente Inteligencia Artificial. Su perfeccionismo le hizo esperar que las técnicas cinematográficas avanzaran en el terreno de los efectos especiales. Finalmente fue Steven Spielberg quien llevó a la gran pantalla ese título. Centró su relato en unos padres que deben conformarse con adoptar un robot como hijo. Los esquilmados recursos del planeta desaconsejan la procreación.

Resulta inevitable citar aquí la primera Blade Runner. Esta se ambienta por cierto en 2019. En ella un robot decide encontrar a su hacedor para preguntarle por qué le ha hecho mortal pudiendo no serlo. Se despide llorando de su robótica existencia en la legendaria escena conocida como “lágrimas bajo la lluvia”.

Cyborgs compasivos que no sean Terminators

CyborgsTerminatorsLos avances de la robótica son muy prometedores en algunos terrenos. Pueden llegar a procurarnos cosas realmente útiles. Como vemos con esas prótesis que suplen a nuestras extremidades. O esos artilugios altamente sofisticados que permiten expresarse a personas con graves dolencias como la padecida por Stephen Hawking.

Explorar el universo de los futuros cíborgs es un extraordinario desafío para la ciencia. Pero esa industria podría dar lugar a Terminators o RoboCops prácticamente indestructibles y diseñados tan sólo para grandes hazañas bélicas. Esto sólo haría las delicias de quienes ganan mucho dinero con la lucrativa industria del armamento.

También Hall 9000 en 2001, una odisea en el espacio, pese a no ser tan siquiera un androide y no tener apariencia humana, expresa su irresistible temor a ser desconectado. Manifiesta su anhelo de no fenecer. Solicita para sí mismo esa piedad que no ha dispensado a la tripulación del Discovery. Aunque no logre suscitar compasión alguna en el único superviviente de la nave.

Ya hemos comprobado que la inteligencia artificial puede ganar a los campeones mundiales de ajedrez y de cualquier otro juego por complejo que sea este. Son capaces de hacer movimientos tácticos y desplegar estrategias que no estaban programadas. Así las cosas, la gran pregunta es: ¿pueden estas máquinas experimentar algo similar a nuestras emociones? Eso sucede con algunos de los robots que protagonizan Blade Runner. Se creen tan humanos como para llegar a enamorarse.

La ética como guía

La ética no puede dictar las pautas de sus descubrimientos a los ingenieros. Pero sí debe orientarlos. Le corresponde recordar cosas tan básicas como las distinciones kantianas entre fines y medios, personas y cosas, o dignidad y precio.

Fomentar y extender la cultura humanística ha de ser algo tan importante como potenciar los avances tecnológicos. En el Siglo XVIII pensadores como Rousseau o Kant ya nos advirtieron de que nuestra índole moral puede llegar a ser inversamente proporcional a nuestro ingenio tecnológico. Es un error en el que se ha incurrido demasiadas veces. Deberíamos velar por no repetirlo.

Apostar ciegamente por un innovador y revolucionario avance tecnológico como el de la inteligencia artificial, sin ponderar sus efectos desde una perspectiva moral del mismo, puede pasarnos grandes facturas.

Evitar un mundo de pesadilla

Estamos planteando si las empresas deben cotizar por sus trabajadores cibernéticos y otras cosas por el estilo. Previamente deberíamos diseñar planes de actuación con unas metas muy precisas que no desdeñen los problema morales inevitablemente asociados a esos recursos.

Imaginar la humanización de los androides resulta muy estimulante. Pero tampoco estaría mal preocuparnos por la creciente robotización de los humanos. Cada vez estamos más pendientes de lo que pasa en la pantallas del móvil o del ordenador. En cambio menospreciamos cuanto sucede a nuestro alrededor entre los congéneres.

Cuando queremos gestionar algún trámite por teléfono, tenemos que tratar con un insufrible contestador automático. Si recurrimos a internet, nos obligan a identificarnos como humanos ante un robot cibernético. Hemos de marcar algunas casillas para demostrarle que nosotros no somos otro robot…

Algunos indicios como estos nos hacen creer que Ridley Scott acertó plenamente al situar su célebre Blade Runner en el año 2019. Cabe preguntarse por tanto bajo qué condiciones culturales y tecnológicas celebraremos en 2027 el primer centenario de la futurista Metrópolis.

Para cincelar un futuro alternativo al brindado por las futuristas distopias cinematográficas, el talante moral del que nos habló Aranguren debe servir como brújula para orientar nuestros talentos científico-tecnológicos.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.The Conversationaquí

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