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La Escuela de Vladímir, la revolución del color en la pintura soviética

La Escuela de Vladímir, la revolución del color en la pintura soviética

EFE

Moscú —

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La pintura soviética de la posguerra, sobria y constreñida por los rígidos mandatos del realismo socialista, vivió en 1960 una revolución de color de la mano de dos pintores formados en una provinciana ciudad de la histórica región de Vladímir.

Kim Brítov y Vladímir Yukin urdieron su revolución en la pequeña Mstera, lejos de la vigilante mirada de los políticos y censores de la época, en una ciudad situada a unos 300 kilómetros al este de Moscú, que a mediados del siglo pasado contaba con apenas 6.000 habitantes.

Ahí se fijaron en la singular artesanía de esas tierras, situadas en el corazón de la Rusia más antigua, en la belleza de su naturaleza y las costumbres de sus gentes, y lo plasmaron con una impresionante paleta de colores en su arte, dando lugar a lo que se conoce como la Escuela de Vladímir.

“El folclore, los paisajes de la región y la vida en el campo inspiró a estos artistas, aunque su aporte primordial fue imprimir riqueza cromática al sobrio arte soviético”, dijo a Efe Elena Kovalenko, responsable de la exposición “Al filo del color” que se puede ver este mes en el Instituto de Arte Realista Ruso de Moscú.

Famosa en tiempos de los zares por sus pintores de iconos, Mstera acogió tras el triunfo de la revolución comunista una conocida escuela de artesanía, especializada en pintura en miniatura empleada en la decoración de cajitas de madera laqueadas.

Tras volver de la guerra contra la Alemania de Hitler, Yukin recaló en esa escuela como profesor, y ahí se encontró con Brítov, otro veterano, que tuvo que renunciar a la pintura en miniatura por la herida en la mano que había sufrido en el frente.

Brítov adoptó una técnica de trazo grueso en su obra e ingenió una base muy especial para sus lienzos, de arena y paja, además de pegamento y pintura.

El color, la clásica estampa rusa, pero también una rica factura, de relieve prominente, coinciden en “Marzo, llegan los invitados”, una de sus obras más tardías pero también más características.

“La herida de guerra determinó su técnica, porque al llegar a Mstera se dio cuenta de que no podía pintar en miniatura porque le temblaba la mano. El trazo grueso y sus peculiares bases de lienzo le permitieron disimular ese defecto”, explica Kovalenko.

Yukin, considerado en muchos aspectos el maestro de Brítov, también destaca por el trazo grueso, pero como se aprecia en muchas de sus obras, quizás a él se debe que algunos hayan llamado “impresionistas de Vladímir” a los artistas de la escuela.

“La técnica de la Escuela recuerda mucho a la 'pintura naif', pero está claro que sus seguidores también se inspiran en el trazo de Van Gogh y en los colores del impresionismo”, dijo Kovaleva.

A los dos padres fundadores pronto se les unió Valeri Kokurin, nacido también en la región, que en muchas de sus pinturas apartó la mirada de los paisajes y el folclore para fijarse en la temática industrial, más propia de las corrientes que imperaban entonces en el país.

Probablemente es el único de los grandes pintores de Vladímir que opta por estos temas en su arte, pero comparte con sus colegas el trazo, el color y sobre todo las raíces del primitivismo del que beben todos.

Los tres grandes de la escuela se dieron a conocer en una gran exposición celebrada en Moscú en 1960, y enseguida se convirtieron en el centro de atención, sobre todo para mal.

“Su estilo fue duramente criticado por expertos de la época, por romper con los cánones establecidos entonces en la pintura soviética”, explica Kovalenko.

Tardaron muchos años en ser reconocidos, pero esto no impidió que se les sumaran otros artistas, como Nikolái Madórov, natural de Mstera, y que la escuela perdure hasta el día de hoy fiel a su tradición, como demuestran los trabajos de artistas como Dmitri Jolin, uno de los pintores rusos más destacados de en la actualidad.

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