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Fallece el compositor italiano Ennio Morricone a los 91 años

El genio evocador de Ennio Morricone, en diez obras maestras

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El compositor italiano Ennio Morricone, autor de bandas sonoras míticas como las de La misión o Cinema Paradiso, ha fallecido a los 91 años de edad, según ha avanzado la agencia Ansa.

Ennio Morricone se convirtió en un auténtico fenómeno en los sesenta por partituras para los spaghetti western de Sergio Leone. Sin él, nunca habríamos conocido el silbido de Por un puñado de dólares, la celebérrima melodía de El bueno, el feo y el malo, los primeros compases del piano de Cinema Paradiso, o el oboe que da título al tema de La Misión... Eso por poner unos pocos ejemplos de su obra. Podríamos utilizar casi cualquiera de las más de 500 bandas sonoras que el de Roma tiene en su haber.

Nacido en la capital italiana el 10 de noviembre de 1928, estudió en el Conservatorio Santa Cecilia bajo la dirección de Goffredo Alessandrini y se diplomó en composición, trompeta y canto coral. Comenzó como compositor de música sinfónica y de cámara, extendió su actividad a la música ligera y trabajó además de arreglista de cantantes como Gianni Morandi o Jimmy Fontana.

Su primera incursión en el mundo del cine se produjo en 1961 con la creación de la banda de la película El federal de Luciano Salcio y acabaría fraguando una estrecha colaboración con otros cineastas como Marco Bellocchio y Bernardo Bertolucci. Sin embargo su gran éxito llegó con el padre del spaghetti western, Sergio Leone, en películas como Por un puñado de dólares (1964), El bueno, el feo y el malo (1966), Hasta que llegó su hora (1968) o Agáchate, maldito (1971).

Ya consagrado como uno de los más prestigiosos compositores de la historia del cine, trabajó con otros directores como Pier Paolo Pasolini, Lina Wertmuller, Roman Polanski, Oliver Stone o los españoles Luis Buñuel en Leonor (1975) o Pedro Almodóvar en Átame (1990).

Algunas de sus aportaciones más célebres son las composiciones para la cinta Cinema Paradiso (1988), de Giuseppe Tornatore; la obra maestra de Bernardo Bertolucci, Novecento (1976), o La misión (1986).

En 2016 Morricone se hizo por fin con un merecido Premio Óscar -hasta entonces tenía solo uno honorario- por la banda sonora que creó para el western Los odiosos ocho (2015) de Quentin Tarantino, una composición que le valdría otros reconocimientos como un Globo de Oro o el Bafta de la Academia Británica. La pasión de Tarantino por el maestro italiano es de sobra conocida y tal es así que reutilizó algunas de sus melodías en películas como Kill Bill (2003).

Leone y Morricone: un dúo para la historia del cine

Leone y Morricone se conocían desde antes de colaborar artísticamente pero ninguno de los dos lo recordaba: habían ido juntos al colegio cuando eran niños, en el viale Trastevere. Treinta años después, los dos se reencontraron y el director invitó al compositor a ir juntos al cine a ver Yojimbo, de Kurosawa. A Leone le encantó, a Morricone le horrorizó. Pero el primero supo sacar de ella una ideas que marcaron profundamente el desarrollo de guion de lo que después sería una de las películas más influyentes del western.

Que se conocieran desde la infancia no significa que su asociación fuese un camino de rosas. Ambos de fuerte personalidad, empezaron a discutir incluso en su primera película juntos. Sergio Leone se había empecinado en que el tercer acto de Por un puñado de dólares tenía que estar dominado por una pieza que sonase como A degüello de Dimitri Tiomkin, compuesta para Río Bravo, de Howard Hawks. El realizador la había usado de manera provisional en la fase de montaje y quería que sonase así.

Morricone amenazó con bajarse del proyecto si le hacía componer algo como aquella canción. “Poco después, Leone dio un paso atrás y, enfadado, me dio más libertad. 'Ennio, no te pido que imites, sino que hagas algo parecido...'. ¿Pero qué quería decir con esa frase? De todas formas, debía mantenerme fiel a lo que aquella escena significaba para él: un baile de la muerte adaptado al ambiente del sur de Texas, donde, según Sergio, se mezclaban las tradiciones de México y de Estados Unidos”, explicaba el también compositor Alessandro De Rosa en su libro dialogado En busca de aquel sonido: Mi música, mi vida.

Lo que hizo Morricone, dados los plazos y el cabreo de su amigo de la infancia fue capear el temporal con algo que ya sabía que funcionaba. Recicló una canción que había compuesto él mismo dos años antes para I Dramni Marini, de Eugene O'Neill. “Y se la colé sin decirle nada”, decía, divertido, el compositor italiano. Arreglada, eso sí, de forma decisiva para recalcar la solemnidad que necesitaba la escena imaginada por Leone.

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