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El fotógrafo de mitos y musas se despacha por fin

Beaton fue el encargado de hacer las fotografías promocionales de 'My Fair Lady'

elDiarioes Cultura

El fotógrafo británico Cecil Beaton se desenvolvió durante cinco décadas entre las altas esferas y el glamour, retratándolo con algo que parecía amor. Las aparencias engañan: un nuevo libro que llega este septiembre recoge las opiniones mordaces del artista, que describe a Mick Jagger como un “eunuco” y recuerda el “mal aliento” de Dalí o la “vulgaridad” de Elizabeth Taylor.

Lo cuenta hoy The Daily Telegraph; el afamado retratista comenta a los famosos que fotografió en su día en el libro Cecil Beaton: Portraits & Profiles, y no todos ellos salen bien parados. Una de las notables excepciones es la reina Isabel II, ante quien se deshace en elogios. El libro recoge fragmentos de su diario personal y es obra de Hugo Vickers.

“Tiene todo lo que me disgusta”, dice sobre la bellísima Liz Taylor, nacida en el Reino Unido, a quien retrató en 1957 y de quien dice que “combina lo peor del gusto de Estados Unidos y del inglés”. “Siempre he detestado a los Burton [el matrimonio formado por Elizabeth Taylor y Richard Burton] por su vulgaridad, ordinariez y su burdo mal gusto”, agrega el artista. Durante esa sesión, Beaton cuenta que trató a Taylor “con autoridad”.

“Le dije que no se empolvara la nariz, que se pusiera frente a la cámara con los brillos -asegura, entre otras lindezas.- Ella quería elogios, pero yo no le hice ninguno. ¡No me toques así!, me gritó”. Tampoco queda corto al describir a la actriz. “Sus pechos, colgantes y enormes, eran como los de una campesina dando de mamar a su hijo en Perú. En las manos gordas, ásperas, diamantes y esmeraldas grandes...”.

También habla de Gracy Kelly, a quien captó en 1965, diez años después de su última aparición sobre el celuloide en 14 horas. El fotógrafo dijo que, “si no fuese fotogénica, raramente nos pararíamos a mirarla en la calle... si los dos lados de su cara fueran como la mitad derecha, no estaría en la gran pantalla. Ese lado es muy grande, como el gemelo de un toro, mientras que el izquierdo es intensamente femenino y crea la contrapartida”.

En cambio, fue más amable al recordar a Audrey Hepburn, de quien destacó una “voz particularmente personal” y a quien describió como “inteligente y alerta, melancólica pero entusiasta, sincera pero delicada, segura sin arrogancia y tierna sin sentimentalismo”. Beaton fue el encargado de realizar las míticas fotografías de promoción de My fair lady, donde Hepburn aparece como el súmmum de la sofisticación. Sobre Marilyn Monroe, con quien trabajó en 1956, escribió que “su voz tiene la sensualidad de la seda o el terciopelo” y le dedicó adjetivos como “inocente” o “no sofisticada”, comparándola con un niño que juega a ser adulto.

Además de las jugosas declaraciones, el tomo incluye una autobiografía del fotógrafo, acompañada de algunas de las instantáneas que le hicieron famoso a él, además de a sus protagonistas.

Amores y odios

También se extraen en el libro sus opiniones del líder de los Rolling Stones, Mick Jagger, al que inmortalizó en una foto con Anita Pallenberg en 1968 y del que dijo que era “una masa de contradicciones”. “Es muy amable y con modales perfectos. Me fascinaron las finas líneas de su cuerpo, piernas, brazos. La boca casi demasiado grande, pero es bello y feo, femenino y masculino, un fenómeno raro”. Para Beaton, Mick Jagger era “sexy pero completamente asexuado”, podría ser “un eunuco”. Con el pintor español Salvador Dalí fue menos delicado, mientras rememoraba el “terrible mal aliento” del artífice de El gran masturbador.

La única que sale indemne de los improperios del fotógrafo es la reina de Inglaterra, para la que solo tiene buenas palabras. Beaton la fotografió cuando era una joven princesa en 1943 y siete años después, con el príncipe Carlos cuando era un niño. “Su auténtico encanto, como el de su madre, no se ve en las fotos y, cada vez que uno la ve, se maravilla de cuánto más serena, magnética al tiempo que compasiva es”.

Según Cecil Beaton, en las instantáneas de la soberana hay “cierta dureza” que no existe en la vida real “y uno se pierde el efecto de la deslumbrante complexión fresca, el azul de los ojos, la dulzura amable de su sonrisa”.

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