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Kurt Cobain: veinte años que lo cambiaron (casi) todo

Kurt Cobain, eterno mesías

Lucía Lijtmaer

Kurt Cobain nunca navegó por Internet. A veinte años de su muerte, esta frase da una idea del salto real que se ha producido entre 1994 y el día de hoy. Kurt Cobain no dejó Nirvana, no llegó vivo a la revisitación estética del grunge, no pudo juntar al grupo de nuevo, no pudo volver a llenar estadios, no vio a su hija con el pelo teñido de rosa, ni volvió la vista atrás sobre el género al que abanderó, una de las últimas invenciones del mainstream antes de la llegada de la Red.

A veinte años de la muerte de Kurt Cobain, la industria cultural ha demostrado comportarse exactamente igual que con cada joven estrella muerta. Han ido pasando los momentos necrofílicos -como la reciente publicación de las fotos de la escena del suicidio de Cobain por parte de la policía de Seattle-, la versión de los hechos de los allegados – la última es de Eric Erlandson, de la banda Hole - y una biografía autorizada por la viuda más que respetable -Heavier than Heaven, de Charles R. Cross.

El documental trajo las conspiraciones de ¿Quien mató a Kurt Cobain? y el espléndido About a Son, una pieza audiovisual plagada de paisajes y la voz en off del propio Cobain. Por otro lado, desde la ficción, el pope del cine de los noventa Gus Van Sant procuró en Last Days, un poético acercamiento de ficción a un artista en descomposición, con cameo de Kim Gordon incluido.

Pero todo esto tenía algo en común: salvo Heavier than Heaven, la aproximación era tímida e incompleta. No había pasado suficiente tiempo, y el acercamiento se hacía desde la fragmentación, la vocación testimonial, o el respeto metafórico al aura legendaria.

Los retratos parciales no eran exclusivos de su figura, sino también del género del que Cobain era estandarte. El grunge siempre resultó problemático. Los chicos de camisa de franela, pelo grasiento y botas no poseían la autenticidad de las llamadas “subculturas espectaculares” de las décadas de los sesenta y los ochenta -mods, skins, teddy boys, etc-. Por no tener, el grunge no tuvo defensores ni siquiera en su entorno más directo. El documental Hype, una de las más logradas aproximaciones al fenómeno, dirigida por uno de sus allegados, Doug Pray, relata el fenómeno exactamente como eso, un fenómeno extraño, una conjunción de circunstancias del que se aprovechó un sello discográfico para lanzarse -SubPop-, un nicho de mercado por explotar -la clase media blanca estadounidense- y un sonido que lo justificara, la escena hardcore y punk rock de Olympia y Seattle. Las señas de identidad con las que se vistió fue lo que realmente prendió fuego y trascendió: la jerga inventada por la secretaria de Sub Pop, mofándose de los periodistas, la estética difusa propia del contexto de crisis económica, y un mesías de la angustia adolescente hicieron el resto.

Entre pues, el mesías.

El primer revival

Ahora, a los veinte años de su muerte, comienzan a llegar nuevas olas que revisitan el fenómeno del grunge y la figura de Kurt Cobain. Desde la biografía cuidadosa y detallada aparece Kurt Cobain, la historia de Nirvana, que quiere dar más alpiste al fan con fotos inéditas y un minucioso relato día a día de la vida de la banda. En una estela parecida está Nuestro grupo podría ser tu vida, de Michael Azerrad, que detalla ya no el grunge en sí, sino el indie underground hasta 1991 que sirvió como combustible para el fenómeno, aunque Mudhoney, Sonic Youth y Butthole Surfers sí compartieron la etiqueta durante un tiempo.

Lo interesante, a veinte años del fin del grunge y el fin de su estandarte es la recuperación de la figura de Cobain esta vez como material de ensayo no biográfico. Con Nada es verdad, todo está permitido, Servando Rocha nos aproxima a un artista como punta de un hilo del siglo XX. Rocha desgrana la relación entre el cantante de Nirvana con su ídolo literario, el escritor William Burroughs, los puntos de conexión supuestamente casuales que van tejiendo una narración que sitúa en primer plano el underground apocalíptico -común para ambas figuras-, y establece una más que inquietante pregunta. ¿Y si Nirvana hubiera sido, en realidad, el último gran ejemplo de situacionismo? Las preguntas a lo largo del ensayo nos devuelven, entre muchas otras cosas, a una figura compleja y con aristas, alejada de la marioneta que muestran otros textos, y que trasciende al propio Cobain.

En el extremo opuesto, pero no menos interesante, se centraba White Guys de Fred Pfeil, que se reedita ahora en Estados Unidos. Escrito durante el apogeo de los estudios culturales en el sector académico estadounidense en los noventa, el autor realiza una aproximación a la masculinidad blanca y heterosexual a través de Bruce Springsteen, Axl Rose y...Kurt Cobain. ¿El resultado? Un revelador y nada sesudo estudio dónde se examina una de las claves del éxito de Cobain: la individualidad y la resistencia ligadas al odio a uno mismo.

A veinte años de la muerte de Kurt Cobain ya hemos vivido, también, las versiones, sampleos y reinterpretaciones de las canciones que escribió Kurt Cobain para Nirvana. Para gustos, colores. Pero no está de más recordar la reciente colleja de la viuda Courtney Love a Lana del Rey en twitter por su versión de Heart Shaped Box: “Sabes que la canción va sobre mi vagina, ¿sí? La próxima vez que la cantes, recuérdalo”. Ah, Courtney.

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