Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

La nueva Ajoblanco cambia las drogas por el activismo cultural

Mónica Zas Marcos

El ajoblanco es una sopa popular que pica y repite. La naturaleza de este plato típico andaluz encajaba como un guante con la ideología de un grupo de jóvenes harto de la cultura condescendiente de los 70. Las protestas de estudiantes, el movimiento obrero y la ola independiente del arte dieron impulso a una publicación rompedora en España.

Pepe Ribas estaba todavía en la facultad de Derecho de Barcelona cuando descubrió que los veinteañeros de la Transición tenían entrenado el músculo de la contracultura, pero estaban huérfanos de referentes. Así que puso en marcha las rotativas y junto a unos colegas dio a luz a la revista Ajoblanco.

No solo se sacudían el lastre del autoritarismo, sino que ponían en jaque las nuevas ideas democráticas y rascaban la corteza de las supuestas libertades. La primera etapa de Ajoblanco (1974-1980) demostró que en la España tardofranquista se podía escribir de temas que hasta entonces solo se filtraban con cuentagotas desde el extranjero.

Sus temas eran el sindicalismo, la segunda ola feminista, las nuevas drogas psicodélicas, el sexo libre y el libertarismo. “Necesitábamos romper con la represión franquista y con los dogmas de nuestros hermanos mayores acerca de cómo luchar, cómo crecer y qué leer”, cuenta Ribas, que estos días presenta, cuatro décadas después de su fundación, la tercera reencarnación de Ajoblanco. La pregunta es: ¿tiene sentido resucitar ahora una revista que nació con un latir social tan concreto?

El último número se despidió de los quioscos en 1999, prometiendo a los lectores que se reencontrarían en Internet. Pocas publicaciones han sobrevivido desde entonces a la crisis del papel y de la cultura. “Estamos en un momento nuevo en el que hay muchas burbujas culturales, el sector está muy fragmentado y hace falta una visión amplia”, dice Pepe Ribas para explicar su renacer. Ajoblanco pretende devolver a la cultura callejera el altavoz que perdió entre las multinacionales y las instituciones. 

Una nueva era ajoblanquista

El 15M sentó las bases de un nuevo periodo ajoblanquista, o al menos eso dice su fundador. En ese sentido, la línea editorial se parecerá más a la segunda etapa (1987-1999), cuando se centraron en “hacer la mejor revista cultural del país”. Ahora que la cultura está dominada por la guerra entre sectores, Ribas quiere generar un pensamiento crítico pero pacifista. Y esta tarea no le parece más fácil que desafiar al poder en tiempos de Franco. “Treinta años después de eso, la gente prefiere el hedonismo, la cultura de masas, el dinero y las subvenciones”.

También admite que ellos creían en los 70 que las luchas que libraron iban a dar más frutos. “No hemos vivido una revolución ecológica, sí sexual, y el feminismo ha conseguido bastantes logros, pero aún estamos lejos de acabar con la desigualdad”, se lamenta Ribas. 

Internet ha colocado la información cultural en una especie de embudo donde solo consigue salir lo que da dinero. La rapidez en el consumo y la falta de contexto en la mitad de las noticias que digerimos son algunos de los desafíos que pretende afrontar Ajoblanco. “Cuando los de mi generación vamos a exposiciones sobre los 70 o los 80 no nos reconocemos”, advierte el director. Por eso un tercio del contenido de la revista se dedicará a analizar la escena cultural de las últimas dos décadas.

Además de este monográfico histórico en el papel, abrirán su redacción a las voces jóvenes a través de reportajes con el mismo espíritu ácrata y libertario. También tendrán una sección llamada Muro donde los lectores participarán activamente con sus comentarios y propios trabajos. Pero, ¿sobre qué? Existen todavía muchos interrogantes acerca del contenido real de la publicación. ¿Habrá como antes un discurso colectivista, a favor de la población LGTBI o de las drogas?

“Con las drogas, después del abuso que se ha hecho de ellas, hay que ser muy prudentes. Hablaremos del exceso de hedonismo, que produce verdaderos monstruos”, aclara quien alcanzó un récord de tirada con el especial Marihuana.

Ahora parece que la intención ya no es tanto escandalizar como concienciar. En el primer número, adelanta, hablarán del activismo teatral en Cataluña y de otros movimientos que no encuentran un espacio en los medios porque ya “casi todos son soportes ideológicos o institucionales”.

Para diferenciarse de este entramado mediático, Ajoblanco ha creado una asociación cultural sin ánimo de lucro en Barcelona, un club para organizar varias actividades y, por supuesto, una página web alojada en Ajoblanco.org. Este será el mayor repositorio del proyecto, donde los redactores seguirán pendientes de la cultura underground y mantendrán la llama uno de sus focos bandera: el feminismo.

Feminismo contra 'Interviú'

Las feministas de Ajoblanco se reunían en las plazas de Cataluña para quemar Interviús al grito de “Jomeini, cabrito, ponte tú el benito”. Al frente de ellas, la cofundadora Karmele Marchante antes de convertirse en un producto de tragicomedia televisiva. “Karmele era una feminista radical auténtica y su periodismo era combativo y muy bien estructurado”, recuerda Ribas. Ella era la que colaba en la redacción libros con un claro contenido antimachista de Simone de Beauvoir, Virginia Woolf o Kate Miller.

La otra pluma destacada, y que bebía del movimiento Mujeres Libres de la Guerra Civil, era Aurora Segura. También firmas como Rosa Montero, Rosa Règas, Belén Gopegui y Almudena Grandes daban una sensación de igualdad que ni se imaginaba en otros medios españoles. 

Hablaban de libertarismo, de sexo y de amor libre, pero siempre “consentido y con precauciones, donde la mujer tomase sus propias decisiones”. Las periodistas de Ajoblanco eran autodidactas como podían para después enseñar a sus colegas masculinos. “Ser feminista no solo significa salir a la calle, implica tener una formación. Y en aquel momento, para tener una formación había que viajar lejos”, dijo Marchante en una entrevista.

“Nosotros éramos hippies, vivíamos en comunas donde nadie hacía menos que nadie y había un reparto de trabajo muy equitativo”. Pepe Ribas asegura que en los tempranos 90, con la desaparición de los espacios feministas en la contracultura, España retrocedió a un machismo flagrante. Las columnas y reportajes feministas de Ajo se diferenciaban de otros como la Tribuna Violeta del Diario de Barcelona porque no había filtros ni en el lenguaje ni en la temática.

La nueva Ajoblanco recuperará este foco desde la perspectiva útil “de arma de defensa para que el ciudadano tenga un criterio propio”. Pepe Ribas quiere una revista que mire en dos direcciones opuestas: un pasado para hablar sin fanatismos y un futuro que “equipe la esperanza, ¡ya basta de tanta queja!”. Necesitamos una coordinación cultural que no dependa de los índices de audiencia, sino de la calidad de los contenidos. Que piquen y que repitan, como el ajo de la sopa andaluza.

Etiquetas
stats