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Una fiesta refugiada en los balcones

Una fiesta refugiada en los balcones
San Sebastián —

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San Sebastián, 20 ene (EFE).- Los donostiarras viven hoy el día de San Sebastián más triste en muchos años, con calles semivacías y silenciosas, a pesar de que intentaron anoche “salvar la fiesta” desde los balcones engalanados, tocando cada uno en su casa sus tambores y barriles para honrar un año más a su patrón.

Tras una noche de cenas en las casas -no en las sociedades gastronómicas, cerradas a cal y canto- y de tambores en los balcones, la ciudad pasa hoy su día grande en silencio, sin presencia alguna de tamborradas en las calles y si el colorido y tradicional desfile infantil que a mediodía concita, cada 20 de enero, a miles de personas en las calles céntricas de la ciudad, hoy desangeladas como cualquier domingo invernal.

La ciudad silenciosa luce, no obstante, elegante -siempre lo es-, con fachadas ornamentadas con banderas donostiarras, globos y otros motivos blancos y azules, con los que los donostiarras se han tenido que conformar este año de duras restricciones por culpa de la pandemia de la covid-19.

Nunca suenan las marchas del maestro Sarriegi antes de la medianoche entre el 19 y el 20 de enero, pero ayer sí lo hicieron, porque el alcalde, Eneko Goia, izó la bandera de la ciudad a las 21.45 horas, apurando el límite del toque de queda, en una vacía plaza de la Constitución, en la que únicamente había periodistas avisados y un pequeño grupo de “discrepantes” que apareció por allí para increpar al alcalde, por cualquiera de los motivos por los que a la gente se le pueda ocurrir increpar a un alcalde.

Los donostiarras sí que respetaron la tradición, al hacer sonar las marchas a la hora fijada, las 24.00 horas, desde sus balcones, terrazas y ventanas, mientras en sus televisores se podían escuchar las marchas grabadas en los días anteriores por algunos representantes de las tamborradas de la ciudad.

Ese momento ha sido el más parecido a una fiesta, que cada año se prolonga en 24 horas de música y ambiente, y que este año ha dado paso al silencio y la resignación general.

Los donostiarras, eso sí, han demostrado su responsabilidad, ya que, pese a que la Ertzaintza desplegó por la noche un importante dispositivo en todos los barrios de la ciudad, apenas ha tenido que intervenir, ya que mayoritariamente los vecinos han seguido la consigna de quedarse en sus casas.

Pero no todos. Minutos antes del mediodía, cuando las calles se han empezado desperezar, gracias a que San Sebastián no ha entrado en zona roja y tiene los bares abiertos, un grupo de siete “insumisos”, vestidos de cocineros y provistos de barriles y tambores, -y de un potente altavoz-han animado algo el centro de la ciudad, hasta que se han topado con dos patrullas de la Guardia Municipal.

Los policías los han identificado y, buscando en la maraña de decretos y disposiciones vigentes algún precepto legal que impida tocar el tambor en la calle manteniendo la distancia de seguridad, han decidido que no podían hacerlo porque eran siete -seis adultos de una misma familia y un niño- y no seis.

Alrededor, división de opiniones. Desde el “no hacen daño a nadie” y “al menos animan un poco”, hasta quienes se han alegrado de que no les hayan dejado seguir, “por listos”.

Al margen de las tamborradas, San Sebastián tampoco ha vivido hoy otro de sus actos más tradicionales, la entrega del Tambor de Oro, suspendida por la pandemia, aunque sí se ha celebrado la Misa Mayor en la basílica Santa María del Coro, oficiada por el obispo José Ignacio Munilla y con presencia del alcalde.

Los donostiarras, de los pocos que pudieron completar la fiesta en 2020, se han resignado a limitar este año la celebración a los balcones, con la esperanza puesta en que en 2022 puedan recuperar las calles.

Por Rafael Herrero

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