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Grafiti en el metro: Un submundo de “reyes” que quieren imitar los “macarras”

Grafiti en el metro: Un submundo de "reyes" que quieren imitar los "macarras"

EFE

Madrid —

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El metro es el “santo grial” de una subcomunidad muy cerrada de grafiteros que estudian cómo colarse en las cocheras para pintar en los vagones una “pieza” que solo verán quienes la limpien, nada que ver con los “macarras” que asaltan a conductores e intimidan a los pasajeros para “garabatear” su nombre.

El pasado 9 de noviembre, 50 grafiteros fueron sorprendidos por la Policía Nacional en la línea 2 de Madrid mientras pintaban unos vagones y el domingo anterior otros 34 pararon con el freno de emergencia un convoy de la línea 4 de Barcelona para pintarlo y, tras enfrentarse a los viajeros, rociar con spray a una mujer embarazada.

Ese mismo día, en Madrid, otro grupo integrado “por cuatro o cinco personas” detuvo un tren de la línea 7 para realizar una pintada de 18 metros y el 1 de noviembre, un grupo obligó a un maquinista de la línea 12, también en Madrid, a desviar un tren y pararlo para pintarlo además de rociar a un vigilante con aerosol.

“Eso es propio de macarras, que van, seguramente, buscando el enfrentamiento y que les vean. Son 'niños', posiblemente de entre 14 y 20 años, que hacen algo muy raro en este mundo”, explica en declaraciones a EFE el ingeniero y fotógrafo Enrique Escandell, que tras 15 años “pintando” decidió documentar profesionalmente las incursiones, un trabajo que ha reflejado en el libro “Subterráneos”.

Los “escritores” de metro, sostiene, son mayores -“de 30 a 40 años”- y consideran sus “misiones”, es decir, las “razias” en las que consiguen colarse en las cocheras para pintar vagones, en un tiempo de no más de 10 o 15 minutos y “en absoluto silencio”, un juego, un remedo de las tramas de “Ocean's Eleven”, “en las que es esencial conocer al 'equipo' y organizarse al milímetro”.

Son “reyes” o aspirantes a serlo, es decir los “escritores” más influyentes y consagrados y que se toman el grafiti en el metro como un deporte, como un juego en el que la recompensa es “simplemente” hacerlo, y que las compañías ferroviarias persiguen con ahínco porque la limpieza les cuesta millones de euros cada año.

Por eso la opinión de la hermética y escogida subcomunidad que se dedica a pintar vagones es que lo que de la última semana les “hace mucho daño”: “siempre se evita el enfrentamiento y mucho más si se trata de trabajadores o de pasajeros”, asegura Escandell (Valencia, 1982).

El “juego”, detalla, consiste en “entrar y salir sin que te vean” por eso estas acciones de los imitadores “no interesan nada. La seguridad se va reforzar y si ya antes cuando te cogían salías 'caliente', ahora más”, pronostica.

La atracción por el metro, explica, nace en la historia del graffiti a finales de los 70 en Nueva York: “la gente empezó a pintar porque era un muro en movimiento”.

Cuando se empieza a hacer en Europa, los metros dejan de circular pintados, lo mismo que sucede ahora en Nueva York, con la excepción de Catania (Italia) y Bucarest (Rumanía).

En el metro lo que se busca, detalla, es hacer una pieza entera de letras rellenadas y hay auténticos “reyes” como Luca Barcellona, que pertenece a la Academia de Caligrafía en Milán.

Cuando les “atrapan” -a él le ha pasado “alguna” vez- “intentan que pagues” las horas que invierten los operarios en limpiarlo, aunque en realidad, recalca, “lo que hacen es ponerle un líquido, dejarlo diez minutos y retirarlo con una fregona”.

Además les imputan un coste derivado del deslucimiento del vagón, entendiendo que cada cinco limpiezas hay que repintarlo entero, además del lucro cesante.

“El hecho de que lo que haces solo lo va a ver en vivo el que lo limpia pone aún más en valor el proceso de hacerlo. El resultado es importante pero va a ser el mismo que si lo haces en un muro. Aquí te juegas mucho, es un gran riesgo”, explica.

El proceso de preparación de las “misiones” es “esencial”. Invierten semanas estudiando cómo entrar en el hangar, la cochera o el túnel en el que 'duermen' los convoyes, y cómo sortear vallas, sensores de movimiento, perros, vigilantes...

“Se puede comparar a un vídeojuego de pantallas. En mi generación es como lo de las tortugas Ninja, un reto como los 'hacker' pero en un sitio físico y de exploración urbana”, compara.

Suelen salir en grupos de un máximo de cuatro personas, todas las chaquetas al revés para no delatarse a la salida con los restos de pintura, porque es muy importante no hacer ruido, así se “tira” menos pintura y el olor no llega a alertar a los vigilantes.

Lo suyo, afirma rotundo, “no es arte”: “aquí no hay profesionalización ni mercantilización y tiene fundamentalmente un carácter combativo y callejero”.

Por Concha Barrigós.

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