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Jablonka: La democracia se olvida sistemáticamente de la justicia de género

Jablonka: La democracia se olvida sistemáticamente de la justicia de género
Madrid —

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Madrid, 24 dic (EFE).- El historiador Ivan Jablonka (París,1973) ya reflexionó sobre la violencia sufrida por las mujeres en su estremecedora crónica “Laëtitia o el fin de los hombres”. Ahora este reputado profesor ahonda más su investigación en “Hombres justos. Del patriarcado a las nuevas masculinidades”.

Un libro del que habla con Efe y en el que analiza los orígenes del patriarcado, las masculinidades tóxicas, la revolución feminista y en el que apuesta por una sociedad igualitaria.

Pregunta.- ¿Cómo nace este libro? ¿Es en cierto sentido el complemento de la crónica que escribió usted en 2016 sobre la violación y asesinato de Laëtitia Perrais, en 2011, y que publicó con el título de “Laëtitia o el fin de los hombres”?

Respuesta.- Mi libro “Laëtitia o el fin de los hombres” es una investigación sobre la vida y la muerte de una chica de 18 años. Se trata de una reflexión sobre las violencias sufridas por las mujeres, en este caso Laëtitia, su hermana y su madre. Pero también sobre lo masculino y las masculinidades patológicas que destruyeron a Laëtitia en menos de dos decenios. El subtítulo 'El fin de los hombres' denuncia una masculinidad de violencia y depredación que considera a las mujeres como objetos sexuales o como sufridoras. Este nuevo libro continúa la reflexión, pero sobre un aspecto positivo: una vez diagnosticado el 'fin de los hombres', hay que hacerlos renacer bajo los rasgos de 'hombres justos'.¿Qué masculinidades queremos? Es la pregunta que hay que hacerse para completar la democratización de nuestras sociedades.

P.- En “Hombres justos. Del patriarcado a las nuevas masculinidades” (Anagrama) dice que el modelo de macho tradicional ha caducado y que los hombres han liderado todos los combates salvo el de la igualdad de los sexos. Formula usted su idea de justicia de género. ¿En qué consiste?

R.- Es evidente para todo el mundo que la democracia se funda en la justicia civil, penal, social y fiscal. Pero se olvida sistemáticamente la justicia de género. Esta caracteriza a una sociedad en la que la diferencia de sexo no entraña ninguna desigualdad social. Estamos muy lejos de eso. Para llegar es necesario redistribuir el género. De la misma manera que la justicia social consiste en redistribuir las riquezas, la justicia de género implica compartir la autoridad, la palabra, lo sagrado, las responsabilidades, el tiempo libre. Se trata de alguna manera de un 'New Deal'. Esta noción de justicia de género explica el título de mi libro: que los hombres sean 'amables' y 'dulces' está bien, pero lo más importante es que sean justos.

P.- Su investigación indaga en las nuevas masculinidades para romper con el patriarcado ¿Cuáles serían estas?

R.- He definido tres masculinidades que permiten romper con el patriarcado. La masculinidad de no dominación rechaza que la masculinidad sea la expresión de un poder. Se puede definir un programa feminista de base dirigido a todos los gobernantes del mundo: la paz, la democracia, las políticas de sanidad y de educación, el liberalismo en religión permitirían mejorar la situación de cientos de millones de mujeres en el mundo.

En segundo lugar, la masculinidad de respeto, que considera el consentimiento del otro un absoluto. Es la masculinidad surgida del #MeToo. Pero no basta con rechazar las violencias. Hay también que reflexionar sobre ciertas prácticas, como la ética del piropo (tomar en cuenta el deseo del otro), el efecto de contexto (una palabra no tiene el mismo significado pronunciado durante una velada en casa de amigos, que en un vagón de metro) o incluso las miradas por la calle (un hombre no tiene el derecho de mirar a las mujeres como mercancías sexuales).

Por último, la masculinidad de igualdad. Esto es, vivir la igualdad y no sólo defenderla teóricamente. Se puede vivir como iguales en la pareja y en la familia, pero también en la calle, en los transportes, en las empresas, en las asambleas. Cada esfera social debe ser puesta en cuestión: en materia de justicia de género ¿qué es un buen padre, un buen esposo, un buen mánager, un buen profesor, un buen urbanista, un buen médico? El debate sobre las masculinidades nos atraviesa de manera muy íntima, pero hay que plantearlo colectivamente. Aunque sea doloroso.

P.- ¿En su opinión, qué discursos y qué referentes nos harían falta para ir hacia esa tan deseada justicia de género y hacia una mayor toma de conciencia de los hombres?

R.- Me ha impresionado el silencio de los hombres después del #MeToo. Mi objetivo, al contrario, es abrir un debate sobre lo masculino. La toma de conciencia en los hombres puede comenzar por la idea de alienación masculina. Existe una obligación de adherirse a roles que se nos sugiere desde la infancia: jugar a los machitos dominantes, no llorar, rechazar las emociones, no asumir fallos. El coste de esta alienación es enorme, no hay más que ver la sobremortalidad de los hombres por todas partes.

En muchos países, su riesgo de morir entre los 35 y los 65 años es dos veces más elevado que el de las mujeres. Su esperanza de vida es entre seis y trece años inferior. En la mayor parte de los países se suicidan tres o cuatro veces más que las mujeres. Tienen más adicciones al tabaco, al alcohol, a las drogas. Globalmente, los chicos son inferiores en la escuela. Hay pues una alienación masculina y al final es todo el género el que lo paga. Me parece que es el momento de repensar todo esto.

P.- ¿Cómo cree usted que se puede combatir el discurso de la extrema derecha y los populismos contra el feminismo?

R.- Trump, Putin, Erdogan, Bolsonaro, Orban: esta galería de líderes masculinos orgullosos de su pretendida virilidad va pareja con los populismos que amenazan los derechos de las mujeres en todo el mundo. Sin embargo, yo tendería a ser optimista, porque creo que hemos alcanzado un punto de no retorno en la exigencia de igualdad entre mujeres y hombres. Desde la ONU hasta las alcaldías de las grandes ciudades, tal exigencia forma ya parte de la definición de la democracia. El retroceso que vemos actualmente es en realidad un epifenómeno. Esos hombres pasarán, pero no la exigencia de libertad y de igualdad.

P.- Según usted, ¿cómo habría que educar a los niños y a los jóvenes para llegar a una sociedad más igualitaria con hombres más justos?

R.- La clave está en la educación en la familia y en la escuela. Hoy en día, algunos padres practican un verdadero condicionamiento de género: para los chicos, el modelo de virilidad obligatoria; para las chicas, la idea de que hay que aprender a gustar y después a dedicarse a los cuidados. Eso me parece prejuicioso, sobre todo porque prepara para el control de los unos sobre las otras.

El fin de las estructuras patriarcales no es para mañana. Basta con ver las cifras de las violencias físicas y sexuales, las desigualdades en el trabajo, en la pareja o en la representación del poder. Pero pienso que con #Me too se ha dado un gran salto en la denuncia de las masculinidades patológicas y en el desarrollo de una sociedad por fin democrática. Los hombres, sobre todo los jóvenes, están tomando conciencia de ello.

Carmen Sigüenza

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