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Jaime Martín pasa cuentas a la Transición al final de su trilogía familiar

Jaime Martín pasa cuentas a la Transición al final de su trilogía familiar
Barcelona —

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Barcelona, 11 oct (EFE).- Aunque con alguna última pequeña rendija para la esperanza, la decepción de lo que prometía ser y no fue impregna casi cada página de “Siempre tendremos 20 años”, la novela gráfica con la que Jaime Martín clausura su trilogía familiar y ajusta cuentas con cierta forma de recordar la historia de España.

La Transición ha sido narrada a veces como una especie de Arcadia feliz de sentido único, pero el historietista barcelonés -que tenía apenas nueve años cuando murió Franco y en casa brindaron con cava- la recuerda como un periodo de violencia y desencanto vital, pero también como el momento en el que los jóvenes reconquistaron las calles, en su caso, las de su barrio en L'Hospitalet de Llobregat.

“No tenía previsto dar una visión determinada de la Transición. Simplemente, he dejado fluir las cosas, dar rienda suelta a los recuerdos: había mucha violencia, mucha droga y todo era bastante gris y cutre. Puede parecer exagerado, pero así lo viví”, afirma a EFE el autor, todavía con la misma oscura melena “heavy” con la que casi podría pasar, sin problemas, por el veinteañero del título.

“Siempre tendremos 20 años” (Norma) que discurre de 1975 a 2014, es, en este sentido, puro estilo Martín, conocido desde sus trabajos en la mítica revista “El Víbora” -donde entró en 1987- por las historias urbanas de bandas de chicos (“Sangre de barrio”) en las que, además de vivencias callejeras (y rockeras) aborda temas sociales y políticos con una mezcla de crudeza, intimismo y un humor “congelasonrisas”.

El dibujante cierra aquí el círculo narrativo de un tríptico de tres generaciones con los libros dedicados a sus abuelos maternos, que escaparon por los pelos de ser asesinados durante la Guerra Civil, en “Jamás tendremos 20 años” (Premio Mejor Obra Española del 35º Salón del Cómic de Barcelona), y “Las guerras silenciosas”, sobre la “mili” de su padre, durante el conflicto de Sidi-Ifni. Títulos que se pueden leer de forma autónoma.

“Lo que me interesa explicar a lo largo de la historia es un conjunto de matices: lo político, lo personal, lo profesional... es más interesante hacer el recorrido de esos años saltando de un carril a otro, con una visión con perspectiva de lo que estaba pasando”, revela el autor sobre la estructura de la obra.

El concierto de 1980 de Ramones en Montjuïc junto a sus padres (militantes del PSUC), las peleas en el patio del colegio, el primer porro -que coincidió con la primera escucha de AC/DC que selló su amor por el rock duro- los “bisnes” para hacerse con algo de dinerillo, los cómics y dibujos como válvula de escape se entrelazan con la Historia (en mayúscula) de aquella democracia neonata.

La legalización del PCE, las primeras elecciones, el 23-F, el terrorismo de ETA, el peso de la iglesia y el antiguo régimen que se resistía a dejar de mandar, el referéndum de la OTAN tras la llegada del PSOE al poder, el fin del servicio militar obligatorio... todo está documentado por un Martín muy minucioso.

“Hubiera sido un error basarse sólo en la nostalgia. Hubiera quedado monocromático”, defiende sobre una trama en la que su madre (fallecida en 2014) tiene un papel catalizador, ya que es ella quien le apoya en su decisión de ser dibujante, y la que ofrece el aliento combativo frente a paisajes poco alentadores: no abandonar y no dejar de luchar por los sueños.

“Más que de tristeza, el tono del libro es de decepción. Llevaba toda mi vida oyendo hablar a mis padres y abuelos de sus ganas de salir de la dictadura. Pero una vez conseguida la democracia y entrar en la UE, vimos que no era todo tan maravilloso y que al final se convirtió en una fotocopia 'light' del ultraliberalismo económico americano y no en el espacio de libertad imaginado”, se lamenta el dibujante y guionista.

Esa desconfianza sobre el futuro la pone en boca de su abuela al comienzo del libro: “El cielo está lleno de pájaros negros”, advierte la anciana mientras los demás celebran la muerte de Franco.

Premonición de las futuras crisis económicas y sociales que aguardan a todos los protagonistas reales de esta novela gráfica, a los que Martín pidió permiso para utilizar nombres y rostros y poder contarla tal y como fue, sin arrinconar el lado oscuro, ni edulcorar los fracasos.

“Siempre tendremos 20 años” se ha publicado casi a la vez en Francia, por la editorial Depuis, con la que Martín trabaja desde 2007, una relación con el país vecino que le ha permitido vivir del cómic de una forma decente.

No obstante, para “ganar en espacio de libertad reduciendo necesidades”, decidió hace un tiempo volver a la casa familiar que su abuelo construyó para sus hijos en L'Hospitalet, donde vive y tiene además un diminuto estudio, junto a los pisos de sus tías, un pequeño bloque de viviendas que se convierte el libro en un símbolo de resistencia frente a la tiranía del sector del ladrillo.

“Tengo amigos un poco cansinos con el tema del orgullo de ser de L'Hospitalet. Yo no soy así. No tengo problemas de reivindicar lo que soy, pero siempre aparto de mi cabeza cualquier tipo de orgullo nacionalista o de pertenecer a un barrio. Sí estoy orgulloso de que las historias de unos jóvenes contadas desde una ciudad de extrarradio como ésta puedan ser comprendidas fuera de España. En Francia, en Corea... Eso sí me parece importante”, subraya.

A pesar de la “universalidad” de los sentimientos adolescentes, Martín reconoce que a su edad, y el hecho de no tener hijos -aunque sí sobrinos mayores a los que acribilla a preguntas sobre lo más variado- está apartado “de lo que se cuece en la calle”, y que se topa con barreras generacionales insuperables, sobre todo en lo musical, como no podía ser de otra forma en un rockero.

“Me da la sensación de que antes había bastante más variedad. Estaban los punks, los rockabillies, los mods, los siniestros... un abanico amplio fuera de lo comercial. Ahora ese espacio es muy reducido. Lo veo todo más homogéneo. Veo a los chavales escuchando trap, y yo, que pensaba que no podía haber nada peor que el reguetón, he descubierto que el trap es todavía peor”, afirma entre risas, a sabiendas que acaba de ganarse unos cuantos enemigos.

Sergio Andreu.

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