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Madrid se convierte en El Club de la Serpiente de Cortázar

El Aleatorio conmemora los 100 años del nacimiento de Cortázar con una lectura colectiva

Alberto Ortiz

Este martes se cumplieron 100 años del nacimiento de aquel escritor que se autodefinió delante de Elena Poniatowska, como “un animalito metafísico” que vivía más en sueños que en la realidad. De los ríos metafísicos de La Maga, en Rayuela, a los Cronopios y las famas, la noche del martes, un pequeño bar del madrileño barrio de Malasaña quiso recordar el tránsito de la Tierra al Cielo que escribió a saltos Julio Cortázar en 1963.

Desde el lado de acá hasta el lado de allá, o viceversa, el bar Aleatorio convocó el martes a unas ochenta personas que se sucedieron en una lectura colectiva desde las 10 de la mañana hasta pasadas las tres de la madrugada. Cada una de las personas que se sentó en una mesa delante de un micrófono a leer Rayuela aportó vida a las preocupaciones de La Maga o de Talita y a las ensoñaciones filosóficas de Horacio Oliveira.

Cuando entramos en el establecimiento, una pareja lee uno de los capítulos en los que Manú y Talita discuten sobre cómo ha afectado la irrupción de Horacio en sus vidas. Se trata de uno de los pasajes de la segunda parte del libro, que se desarrolla en Buenos Aires. Curiosamente, uno de los lectores es argentino y reproduce el acento porteño mucho mejor de lo que pudo hacerlo nuestra imaginación cuando leímos la obra.

-Lo malodijo Talita- es que el encargado de darle cuerda al reloj sos vos mismo.

-Mi mano, ratita, está también marcada para las doce de mañana. Entre tanto vivamos y dejemos vivir.

-Manú le puso un pie encimadijo Talita-. Va a estar hecho una manteca, se lo juro.

-Póngale la firmadijo Traveler.

Cuando acaba una lectura, el público aplaude y el siguiente lector comienza sin perder mucho tiempo. Así desde por la mañana. Hacia las once de la noche, quedan unos 30 capítulos y a nosotros nos toca leer pronto.

En el suelo del bar hay una Rayuela dibujada con los números de los capítulos favoritos del dueño del bar, Escandar Algeet, que además es escritor. El Aleatorio es conocido en Madrid por las jam sessions de poesía de los miércoles, que coordina Carlos Salem, y esta vez está a rebosar de fanáticos de Cortázar y de Rayuela, gente de todas las edades.

“La vinculación del bar con Rayuela surge desde que lo montamos”, dice Algeet, que siempre pensó abrir un local llamado Cortázar. Pintaron la rayuela en el suelo e impregnaron el negocio con el concepto de “la travesura y el juego, del mimo y las caricias”.

“Luego decidimos hacer una lectura colectiva de Rayuela –prosigue- y el aniversario del nacimiento de Cortázar era la excusa perfecta”. Para llevarla a cabo se inspiraron en la lectura anual de El Quijote. Esta es mucho más humilde pero la organización ha llevado su tiempo: “Dividimos los capítulos y la gente por horas, queríamos llegar a los 155 lectores pero nos hemos quedado en 80”.

A las afueras del bar, la gente sale a tomar el aire con libros de Rayuela en la mano, repasando el capítulo que leerán en unos minutos. Dentro, la metafísica, o el calor, se hace pesado y denso como en el Club de la Serpiente donde Horacio, Ossip y los demás intercambiaban sus devaneos filosóficos ante la atenta mirada de La Maga, en los años de Horacio Oliveira en París.

París supuso para Cortázar un sueño –en el que vivió eternamente-, una metáfora –que reflejó en Rayuela- y una revolución externa e interna. La descripción de sus calles y sus clubes en el libro así lo demuestran. Cortázar sabía crear ese ambiente despreocupado y triste a la vez a través del mate de Oliveira:

- Estudiaba el comportamiento extraordinario del mate, la respiración de la yerba fraganternente levantada por el agua y que con la succión baja hasta posarse sobre sí misma, perdido todo brillo y todo perfume a menos que un chorrito de agua la estimule de nuevo, pulmón argentino de repuesto para solitarios y tristes. Hacía rato que a Oliveira le importaban las cosas sin importancia […]

“Rayuela es buscar el juego, volver a ser un niño, olvidarse de los dogmas de fe de los mayores y volver a la risa infantil que de mayores hemos perdido”. Algeet lamenta la dicotomía entre la sociedad y las personas. Para el escritor, de padre sirio y madre española, los cánones establecidos de la sociedad no tienen nada que ver con el juego de Rayuela. Sin embargo, “cuando te chocas con la gente de la calle, ves océanos de Cortázar en las personas.

Nos toca leer. El capítulo 44. Manú y Talita (Buenos Aires) padecen insomnio, ambos preocupados por la deriva de su relación sentimental. Mientras estamos en la mesita de lectura, bajo el calor del foco, El Aleatorio se hace más grande. La gente atenta pide silencio a los que comentan en voz alta el capítulo anterior. “En ese caso apiadarse hubiera sido tan idiota como la otra vez: ¡lluvia, lluvia, lluvia!”, grita a la vez que el lector una chica desde el fondo. “¡Qué capítulo!”, suspira.

Y así hasta las tres de la mañana. Los capítulos pasan y pasan hasta que El Aleatorio se convierte en el Club de la Serpiente. Cuando se acaba la lectura, Cortázar vuelve a dormirse en sus ríos metafísicos, hasta los próximos 100 años. Que esta actividad sirva para que no nos olvidemos, dice Algeet, de que para llegar al cielo “sólo hace falta una piedrecita y un zapato para empujarla”.

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