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“Ya no podemos ser caprichosamente irresponsables”

El escritor Isaac Rosa. Fotografía: Marta Jara.

Marta Peirano

En tus libros se respira el malestar generacional y el proceso de deshumanización como consecuencia del hastío, el acoso y la injusticia. En La mano invisible es un infierno burocrático, en El pais del miedo es un acoso ambiental-mediático y en La habitación oscura es la vergüenza social y la distancia que hay entre la construcción de identidad que nos han vendido y la realidad. La mano invisibleEl pais del miedoLa habitación oscura

Efectivamente, el protagonismo de mis novelas ha ido cambiando: en El país del miedo es el protagonismo individual que se refiere al miedo del individuo a solas en la sociedad; en La mano invisible 'el foco' está en la clase trabajadora en un sentido bastante amplio aunque me centrara en trabajos que ya no consideramos apenas; en La habitación oscura el protagonismo es más generacional. Es una novela escrita no tanto para mi generación como desde mi generación, por motivos biográficos. Quiere ser una mirada desde el dónde venimos y dónde nos encontramos, pero mirando hacia el futuro, no para hacer ningún ajuste de cuentas. Intenta ser un ejercicio de autocrítica, de asumir nuestra propia responsabilidad, no para lamentarnos ni para pensar en lo que hicimos mal, sino para hacernos cargo de nuestro futuro.

Todos los personajes de tus libros viven un infierno de algún tipo y tienen que decidir si se hacen parte de ese infierno, como el padre de El país del miedo, o se escapan de él, como en La habitación oscura.El país del miedoLa habitación oscura

Más que de infierno, yo hablaría de conflicto. Yo busco con mis libros indagar en el conflicto social; en este caso, el que se enfrentan el grupo de personas que entran en la habitación oscura, que en realidad es común a mi generación: son jóvenes, vienen al mundo a divertirse y confían en un futuro rosa que les han vendido, y a medida que van creciendo, van llegando a ciertas formas de decepción, de frustración, de resentimiento. Y llega lo que llaman crisis y les golpea de lleno y se dan cuenta de que están desarmados: no tienen capacidad de respuesta.

En el libro escribes que nuestras vidas se convirtieron en telecomedias al acercarse a la treintena, en un delirio de autenticidad basado en los lugares comunes de la televisión.

Yo creo que parte de nuestra educación sentimental ha sido la televisión, obviamente; y dentro de la televisión, todo el subgénero de telecomedia norteamericana que hace que nos sintamos como protagonistas de una telecomedia tipo Friends, en la que había risas de fondo, éramos guapos y felices y nuestras preocupaciones eran de tipo sentimental (amor, venganza) y no económico o social. Y, de repente un día, como digo en la novela, dejamos de hacer gracia y las risas enlatadas eran risas de otro tipo. Ya no éramos los protagonistas de nuestra comedia, nos habíamos quedado a solas.

Cesar Rendueles nos decía hace unos días que el gran problema de las redes sociales es que hemos confundido el “estar juntos” con “hacer cosas a la vez”. En ese sentido, La habitación oscura se me aparece como reverso de la red social.La habitación oscura

Sí, entre las posibles lecturas de La habitación oscura, pero uno de los intereses que yo tenía en esa habitación cerrada, en tinieblas, donde no hay identidad, no sabes con quién estás o si te encuentras solo o cuántos más hay, era precisamente marcar los opuestos entre la luz y la oscuridad en un tiempo de hipervisibilidad en el que estamos a la vista siempre y estamos viendo siempre a los otros, la actualidad, viendo lo que ocurre con una cierta ilusión de que todo está a la vista, de que todo se está volviendo transparente, de que lo vemos todo en tiempo real, ocurra lo que ocurra. Entrar en la habitación oscura durante unas horas es dejar de ver y dejar de ser visto, salir de ese mundo de hipervisibilidad en el que vivimos.

Hay una segunda trama en la que la visibilidad se vuelve hacia afuera, en forma de vigilancia. En esta época, ¿el síndrome del Show de Truman es lógico o patológico?

Esta segunda trama tiene que ver con la tecnología de control y de vigilancia en el ámbito laboral, con el recurso a sistemas de vigilancia para que los directivos controlen a los trabajadores. Estos programas existen y los usan muchas empresas con la excusa de mejorar la productividad y gestión de equipos. Pero, en realidad, sirven para seguir por GPS a los trabajadores, para ver lo que tienen en pantalla en todo momento, grabar las pulsaciones del teclado, etc. La novela explora qué ocurriría si alguien invirtiese esos dispositivos, los hiciese de doble dirección: para que los trabajadores espiasen a los directivos.

Toda esa segunda trama genera otro debate, que es la tecnología. No sólo la usan los gobiernos para vigilarnos como sabemos que nos vigilan y hemos aceptado que nos vigilen, o los criminales, para robarnos nuestra privacidad o datos, sino que las empresas la utilizan cada vez más para controlar a sus trabajadores, para que se sientan controlados, para que actúen o procedan de una manera determinada.

Esto se está extendiendo sin que haya debate: mientras investigaba este tema de la vigilancia en lo laboral encontré numerosos informes o pronunciamientos de sindicatos en Francia, pero en España no encontré prácticamente nada. En nuestro país, cuando aparece la noticia de que un trabajador ha sido despedido porque lo han pillado entrando en una web de lo que sea –no relacionada estrictamente con su trabajo– o porque el GPS de su móvil o del vehículo de su empresa demuestra que se ha parado a tomar un café –y el trabajador lleva a la empresa a juicio–, se abren debates sobre los límites de la tecnología. Salvo en casos como estos, no hay debate sobre lo que en realidad es un problema social: que las empresas están invadiendo la intimidad de sus empleados.

En otros medios has declarado que crees en el poder transformador de la literatura; que el escritor tiene una responsabilidad social.

La pregunta que siempre te hacen de si crees que la literatura sirve para cambiar el mundo... Pues, obviamente, no. La literatura consigue transformaciones pequeñas, individuales, más limitadas, que creo que sí influyen: todos podemos pensar en libros que te han cambiado, que no te han dejado indiferente, que te han hecho ver las cosas de otra manera. A lo mejor esas lecturas no tienen consecuencias sobre el momento (sobre el mundo), pero sí han ejercido un efecto sobre ti.

Por eso yo creo que la literatura sí tiene capacidad transformadora, no tanto como algunos querríamos pero quizá más de lo que los propios autores pensamos. Los propios escritores somos quienes más descreemos de las posibilidades de la literatura. En mis libros, aparte de mis intereses artísticos, literarios o estéticos personales, se reflejan también los mismos intereses políticos o sociales que tengo como columnista y como ciudadano.

En tu quehacer profesional asumes una doble faceta profesional: escritor de ficción y periodista experto en política en eldiario.es y en otros medios. ¿Cuál de esas dos facetas es más influyente?

Lo que motiva a un tipo de escritor u otro es lo mismo: yo busco, por un lado, aprovechar esa voz que tengo con un cierto sentido de la responsabilidad. Ya no podemos ser caprichosamente irresponsables como hemos sido durante años los creadores, los políticos, los ciudadanos: todos. Mis artículos y mis novelas comparten eso, un interés por la política y por la actualidad y un interés por el lenguaje, porque en todos los casos yo me peleo con el lenguaje: no es una herramienta neutra, está cargado de significado y de ideología. Hay que pelear por el lenguaje.

Pero tus personajes se esconden en la habitación para aliviarse de la sobreexposición y la velocidad y, también, de la responsabilidad.

La habitación oscura va cambiando: empieza a ser un sitio de diversión, un grupo de jovenes que se juntan ahí para drogarse, para follar sin verse, para experimentar, para reírse, y, cuando van creciendo y empieza a no tener gracia lo que les pasa, la habitación se convierte también en un refugio. Donde antes entraban a reír, ahora entran a llorar o a gritar para desahogar esa frustración. Y, de ser un refugio, pasa también a ser un escondite en el que huyen de esa realidad que les está golpeando.

A los protagonistas les pasa lo que nos está pasando a todos: uno es despedido, otro se ha separado y tiene problemas, otro se da cuenta de que su prosperidad se ha venido abajo, y empiezan a esconderse. Pero hay un grupo que piensa que no es momento de esconderse.

En el momento de la escisión, el grupo “pasivo” acusa al otro de que sus delirios revolucionarios son tan cliché y tan irresponsables como esconderse. ¿Quién tiene razón?

La gente que en la novela se esconde en la habitación oscura es gente que también ha participado en el 15M o que alguna vez acude a paralizar un desahucio, pero esos que son más audaces y que deciden romper las reglas del juego les acusan de tener un discurso con un nivel de retórica alto, de defender que hay que transformar la sociedad cuando no son capaces de transformarse ellos mismos.

Y yo creo que eso es lo que nos está pasando, que estamos todos hablando todo el día de que queremos cambiar la sociedad, que queremos una revolución y que cambie todo, pero no estamos cambiando nosotros: seguimos con las mismas expectativas que teníamos hace unos años, seguimos queriendo el mismo tipo de vida que creíamos que teníamos o que nos prometieron que íbamos a tener, y no nos hemos dado cuenta de que tenemos que transformar nuestras expectativas, no porque vayamos a ser más pobres de lo que nos han dicho sino porque tenemos que aspirar a otro tipo de futuro.

En todos los libros acerca de la generación protesta está la escisión irresoluble entre los que creen que no hay cambio sin violencia y los que defienden que la única vía es el activismo pacífico.

El debate en el que yo sitúo al lector es ese, y hay lectores que creen que hasta que no rompamos unos cuantos cristales y crucemos varias líneas rojas no va a cambiar nada, y luego hay otros que piensan que este tipo de acción sólo va a traer más represión y más criminalización.

Uno de los protagonistas pronuncia una frase que hemos oído muchas veces: “el miedo tiene que cambiar de bando”. Dice que, hasta que los de arriba no sufran los efectos de la crisis, no puede cambiar nada, pero yo dejo al lector que sea el que decida de qué lado está.

Fuera del libro, yo tengo mi opinión: creo que la solución está en salir de la habitación oscura pero no para atacar a ciegas sino para construir algo más sólido, para construir una comunidad que sea todo lo contrario de la habitación oscura, un lugar donde nos veamos las caras, donde tengamos identidad y nos conozcamos unos a otros. Tenemos que reocupar el espacio público y dejar de ser usuarios o espectadores, que es lo que somos de manera habitual.

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