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Historia de la música en España 'for dummies'

Santiago Auserón. Foto: Youtube

Patricia Godes

La España rancia y antigua de la posguerra se convirtió en moderna en la época ye-yé. Se volvió frívola y hortera cuando la apertura y el destape, y perdió los papeles en los 80. En los 90, nos dimos un chapuzón en la piscina del dinero prestado y tuvo que pasar una década larga del siglo XXI para que despertásemos del letargo.

Paralelamente, el mundo musical español se había convertido un merengue elefantiásico lleno de burbujas de aire que, a pesar de su apariencia de prosperidad, diversión y glamour, se desinfló dejando un rastro de quejas y llantos y un pavor endémico a cambiar o evolucionar.

Seguramente habrá diversas opiniones y algunas otras claves a tener en cuenta, pero sin los siguientes 13 hitos históricos es seguro que no hubiésemos conseguido excavar el profundo foso de arenas movedizas en el que nos hundimos y de donde no conseguimos salir.

1. La ley del 75%. Existe la leyenda urbana de una normativa franquista que imponía una cuota obligatoria de música española en la radio. En realidad, se trataba de una orden de Fraga Iribarne de 1968 para las cinco cadenas estatales y que se aplicó con cierta permisividad, cuando afectaba a los programas especializados. Pero, quizás al calor de los triunfos de las representantes de TVE en Eurovisión o de éxitos internacionales de grupos españoles como Los Bravos, surgió el orgullo patriotero de exaltar la música española contra el mundo.

Por el mero hecho de ser española, se dio cancha a mucha música insultantemente mema e intencionadamente ratonera que antes nunca hubiera conseguido radiodifusión.

2. La música progresiva. Moda que arrasó hacia 1969-70. El término englobaba, a grosso modo, el rock anglosajón posterior a la psicodelia. Al arrullo de largos solos de batería, la música progresiva se constituyó en herramienta de autoafirmación para nuestros adolescentes masculinos. Escuchar música progresiva otorgaba un supuesto estatus de superioridad que autorizaba a burlarse, estigmatizar y desacreditar al prójimo según su gusto.

Desde entonces, las preferencias musicales de cada cual están fuertemente mediatizadas por razones de prestigio social y autoridad y constituyen un poderoso instrumento de exclusión social e ignominia.

3. El endiosamiento de los críticos. Desde la aparición de la música progresiva, la sinceridad a la hora de declarar tus gustos puede acarrear consecuencias graves. Tras fenómenos como la disco music, el punk o la movida madrileña, los criterios de valoración son cada vez más resbaladizos y el consumidor necesita una autoridad moral que ratifique su elección. La figura del crítico adquirió dimensiones colosales. Dado que no existen requisitos ni formación específica para ser crítico musical, el método de trabajo comúnmente aceptado consiste simplemente en proponer (o imponer) a los demás los gustos y manías personales.

4. Las drogas recreativas. La romantización de la drogadicción en medios musicales y generalistas era constante desde mediados de los 70. En 1978, se publica la cifra de 170.000 usuarios de heroína y su conexión con el mundo de la música. Muchos jóvenes se percatan de que, también en aquel mundo post franquista, se podía ser tan hip y tan cool como Lou Reed.

Drug decisions y drug deals se convierten en un importante modus operandi en ciertos sectores del mundo de la música. Chanchullos, caprichos, rabietas y chulería inducidos por las sustancias inspiraron un montón de negocios absurdos destinados, cómo no, al fracaso.

5. El endiscamiento. Navidad 1978: el disco más vendido es el de Enrique y Ana, un disco bobo para niños que había despertado en los directivos de la discográfica Hispavox tanto entusiasmo y tanta seguridad respecto a su éxito que cometieron la imprudencia de dejar centenares de miles de copias en depósito en los puntos de venta. Es lo que se dio en llamar endiscamiento. Hasta entonces, las tiendas habían pagado a tocateja los discos sin opción a devolución. Con el endiscamiento, el negocio cambió sus términos radicalmente.

Al minimizarse el riesgo de las tiendas, inevitablemente se degradó el servicio al cliente. Ya no había necesidad de contratar a dependientes especialistas o de rebajar el precio de los discos que no se vendían. Incluso se clausuraron las cabinas de escucha. Hacia los 80, el comprador ya no tenía otra opción que consumir a ciegas, sin posibilidad siquiera de oír el disco. Las compañías, que ahora se jugaban todo, volcaron su atención en productos de consumo masivo y éxito garantizado.

6. El apoyo estatal al género pop. En 1979 la creación de una emisora estatal de la música moderna parecía una excelente idea y, durante su larga vida, Radio 3 ha contado con valiosos programas y excelentes profesionales. Pero su mera existencia la convierte en un poder de hecho musical que crea éxitos, hace y deshace carreras y promociona negocios particulares.

El dinero público sirve para promocionar a una élite de artistas y eventos, mientras se condena al ostracismo géneros enteros y a los artistas que sencillamente no gustan, no caen bien o no pertenecen a la tribu de sus programadores.

7. La independencia. En teoría, editar discos a espaldas a las grandes corporaciones no supone más que ventajas para el músico. En la práctica, se ha convertido en otro instrumento para su explotación. Estos pequeños sellos pertenecen, en general, a amateurs con mejores intenciones que recursos. Normalmente se trata de negocios cuasi ruinosos que en el mejor de los casos consiguen un sueldecito para su dueño y director y solo palmaditas en la espalda para sus artistas. El trabajo de músico ha dejado de ser considerado digno de retribución económica.

8. La inversión electoral. A mediados de los años 80 y atraídos por el glamour de la movida madrileña y sus personajes carismáticos, los ayuntamientos se lanzaron a contratar a los grupos del nuevo pop que salían en La Edad de Oro. Con la excusa de la inversión electoral, alcaldes y concejales de todas las tendencias y rincones geográficos y sus familias, ataviados con sus mejores galas posmodernas, podían compadrear y hacerse fotos con Alaska, Poch o Santiago Auserón.

Consecuencias: Aumento vertiginoso de los cachés a costa del erario público, precarización del sector privado y aparición de una casta de músicos protegidos del sistema, que ha estado décadas aferrada a sus privilegios frenando cualquier intento de renovación.

9. Violencia en conciertos. Los periódicos del 6-9-86 dan la noticia del fallecimiento de un joven de 20 años víctima de una pelea durante un concierto de los Scorpions en Vallecas. El día anterior, en Badalona, hubo 15 detenidos tras disturbios y quema de contenedores. La identificación de violencia y rock, machismo y rock, y drogas y rock era habitual en los reportajes y columnas de los medios no musicales. La demonización del rock duro se utilizó para hacer sitio y promocionar a los grupetes de amiguetes que ni son ni pretenden ser profesionales y, por lo tanto, son fáciles de manipular y de explotar.

10. La campaña para imponer el CD. A principios de los 90, su precio duplicaba el del LP, pero el regalo de CDs con todo tipo de productos de consumo se convirtió en habitual.

Como consecuencia, la devaluación del soporte musical fue definitiva. Cuando aparecen el top manta y las plataformas P2P, el gran público ya está habituado a la idea de que la música es gratis.

11. Los festivales subvencionados. Los hombres de negocios de la noche roquera madrileña convencieron a las autoridades de pequeñas localidades provincianas para que subvencionaran festivales al viejo estilo hippie. El dinero del contribuyente se utilizó para convertir la música en una experiencia maratoniana y agotadora. Localidades enteras se pusieron al servicio de un negocio particular, sin respeto por el medio ambiente, ni por supuesto, por el descanso de los vecinos y su calidad de vida. Se inflaron cifras de asistentes, se vendaron los ojos de los periodistas con mimos y privilegios y se ocultaron robos, intoxicaciones, accidentes, agresiones sexuales y fracasos de taquilla. Los juzgados paralizaban denuncias. Los carteristas y camellos hacían literalmente su agosto.

El público convirtió en ritual la asistencia anual a un festival y dejó de frecuentar conciertos (incluso de los mismos artistas) durante el resto del año. El mercado de la música en directo todavía no se ha recuperado.

12. Las televisiones temáticas. En 1993 se conceden en España las primeras licencias de TV vía satélite. Pronto surgen los canales temáticos. TVE se quita de encima la música clásica y el jazz en 1994 cuando empieza a emitir Canal Clásico (que suspende sus emisiones en 2010). Sol Música y + Música (posteriormente 40 TV) empiezan sus emisiones en 1997. MTV se establece en España en el año 2000. Después del exceso de actuaciones promocionales televisivas en la década anterior, la música a partir de entonces queda arrinconada al margen de las programaciones generalistas.

Los telespectadores dejaron de tener acceso a la oferta musical televisiva que (sin entrar en valoraciones de calidad) había motivado a varias generaciones de melómanos.

13. La SGAE y la crisis del pirateo. Durante un siglo, SGAE había acumulado privilegios y no quería perderlos. Pero contra el CD grabable y el P2P poco podía hacer. Acostumbrada al ordeno y mando, cuando sus alaridos y amenazas dejaron de causar efecto, SGAE se descubrió incapaz de defender su misión: la remuneración del trabajo creativo musical.

Sus chapuceras campañas y rabietas tuvieron el efecto contrario al buscado, especialmente después de que saliera a la luz el caso Saga y la escandalosa pensión de Teddy Bautista. Por obra y gracia de la organización que les representa, el odio y el desprecio hacia los autores musicales es proverbial en una parte importante de la sociedad española actual.

(Gracias a Carlos Tena y David García Aristegui).

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