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Interpol, 20 años de pocos cambios que no sirven para recaer en el embrujo

Luis J. Menéndez

Interpol

Interpol

MarauderMatador / Popstock!POP6/10Marauder

El Fiscal General Elliot Richardson nos saluda desde la portada de lo nuevo de Interpol. Richardson se convirtió en un estandarte de la limpieza democrática cuando, en pleno escándalo del Watergate, antepuso su dignidad a un puesto de privilegio y dimitió por las presiones de Richard Nixon. En una entrevista reciente Sam Fogarino, batería de Interpol, reconoce que la decisión de situar a Richardson frente a los micrófonos en portada de Marauder fue una casual y estuvo motivada exclusivamente por criterios estéticos.

La anécdota aporta luz a la razón de ser de un grupo como Interpol, que ronda ya los veinte años de existencia. Hagámonos una idea: más o menos el tiempo que, por ejemplo, transcurrió entre la eclosión de los Beatles y el fenómeno acid house. O de la disolución de Joy Division -un grupo que siempre se ha asociado con su música- y el nacimiento de los propios Interpol.

Han sido dos décadas durante las que apenas se ha transformado el planteamiento de la banda en lo estético ni, por supuesto, en lo discursivo. Son en ese sentido Interpol un ejemplo perfecto de las contradicciones en las que incurre la música popular de nuestro tiempo. 

En un momento en que el pop y demás estilos asociados se alimenta más que nunca de los éxitos fugaces, una banda como la que nos ocupa, que ya en su momento surgió como una suerte de ejercicio revivalista del rock oscuro que había triunfado dos décadas atrás, es capaz de mantenerse y seguir habitando la zona alta de los carteles festivaleros cuando ese espacio bien podrían ocuparlo ya unos jovenzuelos que a su vez reivindicaran su legado. La fotocopia de la fotocopia.

Y en realidad no es que Marauder sea un mal disco. Es tan solo el sexto largo de Interpol. Esto es, exactamente aquello que esperas del trío, tal y como ya ocurrió en el pasado con El pintor (2014), su disco homónimo de 2010 y prácticamente cada uno de sus lanzamientos desde aquel Turn on the Bright Lights que en pleno revival del rock de guitarras volvió a poner de moda el rollo siniestro para todos los públicos.

Producido por Dave Friedman, Marauder poco o nada tiene que ver con la psicodelia narcótica marca de la casa del hombre que ayudó a definir el sonido de Mercury Rev o The Flaming Lips. Estamos ante un disco directo, casi crudo, que bien habría podido registrarse de una sola toma para reflejar toda la fuerza de la banda sobre un escenario. Más allá de que ninguna de sus trece canciones aspira a convertirse en una de las imprescindibles de la banda neoyorquina, resulta difícil sacar un “pero”. Casi tanto como encontrar un motivo de peso para volver a caer en el embrujo.

 

Animal Collective

Animal Collective

Tangerine ReefDomino / Music As UsualPSICODELIA5/10Tangerine Reef

Vaya por delante que Tangerine Reef es un disco menor para Animal Collective. Surge de una colaboración con el colectivo de video-performers Coral Morphologic, que preparó una pieza para presentarla en el Borscht Film Festival de Miami el pasado 2017. La pieza en cuestión, que puedes ver sobre esta líneas y que fue musicada por Animal Collective, consiste esencialmente en una sucesión de imágenes subacuáticas que se centran en el hipnótico movimiento de corales, algas y demás especies marinas.

Como viene ocurriendo desde su formación el “colectivo animal” compuesto por cuatro integrantes (Avey Tare, Deakin, Geologist y Panda Bear) se adapta en cada momento a las necesidades vitales y artísticas de cada uno de ellos o incluso a las características del proyecto. Y con Panda Bear instalado en Lisboa desde hace años, la presencia en este disco del “Brian Wilson” del colectivo, aquel que ha aportado a la formación sus señas de identidad abiertamente pop, posiblemente se hacía complicada.

El resultado de su ausencia -la primera vez que ocurre en los quince años de existencia de la banda- y también de las propias características del disco es una suerte de improvisación electrónica que se alarga hasta casi la hora de duración, con la voz de Avey Tare flotando de forma igualmente desestructurada sobre las composiciones. Tal vez en directo, en el contexto de un festival que alerta por medio de performances artísticas del peligro que sufre la vida subacuática, este trabajo adquiera un sentido. Sentido que a la hora de escuchar el disco definitivamente resulta difícil de encontrar.

 

Big Red Machine

Big Red Machine

Big Red MachineAutoeditado / Popstock!POP7/10Big Red Machine

El origen de la colaboración entre Justin Vernon -más conocido por su pseudónimo Bon Iver- y Aaron Dessner -uno de los dos hermanos gemelos que ejercen de compositores principales en The National- se remonta una década atrás, cuando ambos grabaron una canción titulada precisamente Big Red Machine para el recopilatorio Dark Was the Night. Era un tema en el que convivían sin estorbarse los peculiares universos musicales de ambos: la sensibilidad siempre al borde de quebrarse del primero y los sonidos de cámara, resultado de una formación musical académica, que caracterizan a Dessner.

Con el tiempo el proyecto fue creciendo e implicando a artistas de otras disciplinas hasta convertirse en PEOPLE, colectivo que “trabaja (generalmente en el campo de la música) de forma colaborativa espontánea y expresiva, y donde todas las distracciones y los obstáculos que aparecen en el camino se apartan a un lado”. El vídeo que puedes ver sobre estas líneas lo firma PEOPLE, pero esas palabras que aparecen en la web del colectivo son perfectamente aplicables a este primer largo firmado por Big Red Machine.

Efectivamente hay algo de work in progress en este disco, que no deja de ser un pasatiempo mientras los proyectos principales reposan en barbecho. La reconocible voz de Vernon y su reciente obsesión por el autotune y una producción de corte electrónico irremediablemente marcan todo el álbum. Mientras que la mano de Dessner se nota sólo por momentos en arreglos marca de la casa y en alguna que otra canción –las mejores del lote- en las que consigue una épica de baja intensidad en la línea de The National: la preciosa Deep Green, que no cuesta imaginar con la voz de Matt Berninger, los tintes orquestales People Lullaby o la intensidad guitarrera de Melt para cerrar el disco.

 

Giampiero Boneschi

Giampiero Boneschi

Cybernetic CircusMunsterELECTRÓNICA7/10Cybernetic Circus

La portada y también el título de este disco, publicado originalmente cuando Boneschi contaba con 46 años, dan una idea muy aproximada de lo que vamos a encontrar en el interior. Como Morricone y tantos otros otros grandes compositores italianos de la época, Boneschi mantenía una frenética actividad productiva que incluía tanto la escritura de bandas sonoras, la composición y arreglos para cantantes pop y el coqueteo con el la música electrónica más avanzada del momento. Cybernetic Circus pertenece, por supuesto, a esta tercera faceta de Boneschi, la más aventurera de todas ellas.

Más o menos al mismo tiempo que Wendy Carlos publicaba su famoso Switched-On Bach, Boneschi exploraba por su lado las posibilidades creativas del moog. El resultado de ello fue este disco que se mueve a medio camino de la easy listening y la experimentación pura, sirviendo de referente para bandas que décadas después han hecho carrera a partir de estos sonidos, como Broadcast o las del sello Ghost Box. Entre el aire afrancesado, casi “nouvelle vague”, de Moderato Cantabile , el barroco reconvertido en electrónica de Psyco-analisis Lesson, y los cortes más abstractos se maneja un autor por descubrir y pendiente de reivindicación.

 

The Necks

The Necks

BodyFish Of Milk / ReRJAZZ EXPERIMENTAL8/10Body

El trío australiano The Necks lleva treinta años desbordando los límites del jazz con una propuesta que en directo se entrega abiertamente al free y cuando pisa el estudio está cuidadosamente estudiada y trabajada.

Y qué mejor ejemplo de ello que su vigésimo álbum, un largo que Chris Abrahams (piano), Tony Buck (batería) y Lloyd Swanton (bajo) plantearon a partir de una estructura muy concreta: “Generalmente cuando grabamos un disco el primer día nos sentamos y nos preguntamos qué es lo que queremos hacer. Lo que va tomando forma durante las siguientes semanas y meses es nuestra particular respuesta a esa pregunta durante ese periodo de tiempo”. Los artistas añaden que, “en esta ocasión”, pensaron que “sería interesante construir una pieza en la que claramente se distinguieran una serie de secciones diferentes”, ya que creen que “eso es lo que hace de este disco de The Necks una escucha distinta”.

Efectivamente, aunque Body se presenta como una única pieza que se va casi hasta la hora de duración, en realidad se divide en cuatro movimientos claros. La repetición y sobre todo la intensidad define los cuatro, mientras que las herramientas utilizadas para alcanzarla la diferencian.

En el arranque el trío desarrolla un sonido de aires cinematográficos que mantiene la tensión en lo alto sin terminar nunca de explotar, hacia el minuto 15 todo empieza a transformarse en pos de un sonido más ambiental que sirve de tránsito al bloque más guitarrero del disco, a medio camino del kraut y el post-punk de This Heat. Para terminar de nuevo con un sonido hipnótico, entre el tintinear de las campanas y puntuales explosiones sónicas. Los pacientes tienen premio asegurado.

 

Tirzah

Tirzah

DevotionDomino / Music As UsualELECTRÓNICA POP8/10Devotion

Una decena de canciones publicadas a lo largo de un lustro. Esa es la escueta producción de la británica Tirzah hasta la fecha. En casi todas ellas la producción de su socia Micachu -inseparable compañera artística, al menos hasta hoy- dejaba entrever una deliberada desgana, las costuras de la canción siempre al aire, rogando por escaparse del encasillamiento clubber al que invitaban los ritmos 4x4.

Esa imperfección que aleja a Tirzah de la primera división del r’n’b y el soul contemporáneo -hasta de propuestas como la de FKA Twigs, con la que ya ha recibido alguna comparación- vincula sus canciones primerizas con este debut largo. Sin embargo aquellos ritmos decididamente bailables dan ahora paso a un discurso al ralentí con el que desarrolla once preciosas canciones que “hablan de amor de forma directa”.

Formalmente este Devotion casi tiene más que ver con artistas de otra generación que con los amigos de Tirzah dentro de la escena grime. Me refiero a francotiradores como AR Kane o Bows, que tal vez Michachu y Tirzah ni siquiera hayan llegado a tener en el radar, pero que en los albores de la década de los noventa jugaron a imaginar un soul británico tal y como sonaría en la estratosfera.

Entre aquellos outsiders y la sensualidad urbana de los últimos trabajos de Sade se mueve un trabajo que a sabiendas de la ocupada agenda de Micachu probablemente no tendrá demasiada continuidad, pero que pide gritos unas cuantas escuchas detenidas. Canciones tan frágiles como Guilty, con su ejemplar uso del autotune, o la minimalista Say When construida a partir de un riff de piano devolverán con creces el (poco) esfuerzo que exige la escucha de este disco.

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