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El 'metal' es para siempre (ratas, cucarachas y Lemmy Motörhead)

La segunda vida de Sepultura.

Luis Boullosa

A mediados de los ochenta, en mi pueblo había muchos rockers y muchos punkis. Su reino de peleas callejeras ardió rápido, y un par de años después los dos rockers y el punki que quedaban estaban desubicados. ¿Dónde acudían a escuchar música decente? Al “bar jevi”. Fue allí donde escuché por primera vez a Jimmy Hendrix, a Janis Joplin y a los Leño.

En la España de los ochenta y los noventa, el bar jevi de pueblo era el barco escuela del rock&roll. Algo después, en el 92, dos amigos melenudos me obligaron a comprarme el Arise de Sepultura en CD. No entendí nada a primera escucha. A la larga, fue la puerta para todo un universo: el metal extremo.

Oigo que vienen los brasileños a tocar a Madrid (día 27, sala Shoko), pero no iré porque, como su fundador, Max Cavalera, pienso que eso ya no es Sepultura: de la formación original, sólo queda Andreas Kisser, guitarrista, y hace tiempo que dejaron de ser una banda con cosas esenciales que decir.

Sin embargo, la pregunta acude a mi mente: ¿qué hace que desde aquel bareto hasta hoy, el metal permanezca firme y en mutación, como una fuerza viva, indestructible?

Apunto seis razones para la inmortalidad. Algunas son virtudes; otras, quizás, no.

1. Ha vampirizado otras formas musicales y actitudes filosóficas. Se ha atribuido sin demasiado rubor disconformidades e ideas que venían del rock&roll, el punk o el hardcore, admitiendo a cientos de bandas de origen diverso bajo su ala (no, AC/DC no hacían heavy metal).

Cuando Tom Morello, ex Rage Against the Machine, dice en el instructivo documental A Headbangers Journey que el género es “una negación del mundo que te han entregado”, invoca una idea mucho más antigua que cualquier manifestación musical que se conozca.

Y como afirma Mikel González, responsable de Cosmic Tentacles, una de las mejores webs españolas sobre metal y cercanías: “Del heavy metal al metal extremo hay todo un camino y, aunque el segundo deriva del primero, también es hijo del hardcore/punk y el crust, no se puede ver como una línea recta evolutiva. Gran parte de la ética y el apego al underground por parte del extremismo viene de esa influencia punk”.

2. Ha sabido renovarse con originalidad. Casi todos los subgéneros del metal están en evolución. Quizá el más claramente cambiante sea el black metal, que no ha hecho ascos a incorporar rock industrial, folk, ramalazos progresivos o electrónica mínimal y cuyo centro parece estar trasladándose de Noruega a EEUU.

“Abandonando la estética de corpse painting y el cuero, y en gran parte la cruzada anticristiana”, explica Mikel, “lo llevan a un plano existencial y fusionan el género con su propio bagaje cultural”. Ahí convergen influencias que van del hardcore al post-rock, la no-wave o el 'drone' de los influyentes Sunn O))).

La lista parece interminable: “desde los nihilistas acérrimos como Leviathan a los vanguardistas neoyorquinos como Krallice o Castevet; desde los neo-hippies enamorados del Walden de Thoreau hasta Wolves In The Throne Room y la escuela del black metal de atmósferas”.

3. Tiene presencia en CUALQUIER rincón del mundo. España, claro, no es una excepción, y hay grupos de aquí editando con discográficas legendarias: Looking for an Answer y Haemorrage publican con Relapse; Angelus Apatrida salen con Century Media.

Además, los subterráneos ofrecen otro buen puñado de bandas de gran nivel, como los madrileños Adrift, los bilbainos Horn Of The Rhino, los gallegos Machetazo, los también madrileños Teething o los inclasificables Obsidian Kingdom, de Barcelona.

4. Se ha dotado progresivamente de una coartada intelectual. Revistas indies como Pitchfork, Vice o Wire se acercan al metal, aunque sea con una mueca equívoca de ironía. La universidad lo empieza a considerar como expresión cultural de fuste, y, como comenta Mikel, “toda una generación dentro del arte contemporáneo, entre la que se encuentra gente como Damien Deroubaix, Steven Shearer o Violette Banks, refleja su amor por el género”.

5. Ha mantenido una esencia integradora y transversal. “El heavy no es violencia”, rezaba el viejo lema, y es cierto. Su funcionamiento social siempre ha sido pacífico e integrador. Sin reglas de tribu tan marcadas o excluyentes como las de otros grupos, los jevis han durado vivos y coleando más que nadie.

Y si es cierto que su raíz está en el desarraigo, la furia y la fantasía adolescente; también lo es que a la larga se ha convertido en la música más intergeneracional y socialmente transversal de todas. Su capacidad para simplificar (a veces demasiado) mitologías, ideas y mundos complejos y hacerlas accesibles a cualquiera es también indudable.

6. Tiene que darle de comer a Lemmy Motörhead, el último forajido. Porque, no nos equivoquemos, los Motör son una banda de esencia rock&roll y espíritu punk, pero al final de mes, los que pagan el apartamento, el Jack Daniels y las facturas... ¿quiénes son?, ¿eh?

Junto a Sepultura, en Madrid, estarán los clásicos Flotsam & Jetsam, los holandeses Legion Of The Damned y los revivalistas Mortillery. Tres propuestas trash tan dignas como poco innovadoras. Nada que ver con el lado vanguardista del espectro, en el que bandas alemanas o inglesas como Necro Deathmort, Reliq o Sun Worship erigen ya una nueva escena de post-black trufado de electrónica. ¿Sigue siendo eso metal?

Procede al respecto la reflexión del sevillano Marco Serrato (Orthodox, etc.), músico inclasificable que ha navegado siempre en los intersticios entre metal y vanguardia. “No estoy tan seguro de que el metal goce de buena salud –afirma–, echo de menos muchas cosas de los ochenta y primeros noventa. Cuando el underground era menos accesible pero más valioso. Ahora la cultura pop se ha apropiado de gran parte del metal, incluso del metal extremo. También hay un exceso de revivalismo, que es indicador de escasez de ideas”.

“Pero es cierto –matiza– que los focos más vanguardistas han extendido sus tentáculos dando lugar a todo tipo de propuestas. Hay músicos que están haciendo muy difícil discernir la barrera que separa, por ejemplo, el grindcore del free jazz, o el doom de la música contemporánea. Y no son mezclas, son propuestas genuinas de músicos que, a pesar de todo, se siguen sintiendo alumnos de Black Sabbath, Slayer o Celtic Frost”.

Sea como sea, si un holocausto nuclear acaba con nuestra civilización (y no se me ocurre un final más “metal”), como sabemos sólo sobrevivirán las ratas, las cucarachas y los jevis, incluido Lemmy. ¿Y saben a dónde irán las ratas y las cucarachas cuando quieran escuchar música decente? Sí, han acertado.

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