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Diez claves de la cosecha discográfica de 2016

Beyonce en su homenaje a los Panteras Negras en la Super Bowl

Luis J. Menéndez

1 - La muerte os sienta tan bien…

El aplauso unánime por parte de la prensa de todo el mundo a los trabajos de David Bowie y Leonard Cohen y su inclusión en las tradicionales listas de lo mejor del año ha provocado también algún que otro comentario suspicaz: ¿Cuánto de necrofilia hay en este juicio a artistas que, por otra parte, llevaban años (en algún caso décadas) sin contar con ese apoyo? Efectivamente, es imposible desligar el valor artístico de Blackstar y You Want It Darker -dos discos, por otra parte, notables en lo musical- con la condición de despedida del mundo de sus autores. Porque pocos ejemplos tan serenos y certeros en la historia de la música popular de obras que muestran al hombre mirando de frente al abismo de la muerte.

En otra línea pero igualmente devastador Skeleton Tree nos ha devuelto a Nick Cave, poeta del lado oscuro, ese que aproximadamente desde The Boatman’s Call (1997) se había limitado a ofrecer ejercicios de estilo más o menos inspirados aunque siempre de impecable factura. El dolor ante la pérdida de su hijo adolescente está presente en casa verso de este disco exigente y de difícil digestión, pero que una vez dentro regala una verdadera experiencia emocional para el oyente.

Y un recuerdo también para Prince, otro de los grandes que nos dejó durante un 2016 que también se ha llevado a George Michael, aunque en su caso sin lanzamiento discográfico de por medio que dé pie a la polémica.

2 - Dos hermanas

¿Cuánto tiene que ver la compra del medio musical más influyente del mundo por parte de un gran grupo de comunicación como Condé Nast en la pasión con la que Pitchfork se ha lanzado a defender el R’n’B superventas de Beyoncé o Rihanna? Desde luego el fenómeno es digno de estudio (estos días sabemos también que Billboard/Hollywood Reporter ha adquirido Stereogum, Spin y Vibe), pero lo cierto es que Beyoncé y su hermana pequeña Solange han publicado dos discos que van mucho más allá del habitual carrusel de hits, trabajos a corazón abierto en los que se abordan sin vendas cuestiones tan espinosas como la infidelidad, el tema racial o la condición de la mujer negra en nuestro tiempo.

No son los únicos álbumes que en el contexto del soul y el R’n’B abordan la inabarcable tradición de la música negra: en una línea similar (si acaso más futurista) que Beyoncé y Solange habría que destacar el cierre de trilogía de D∆WN con Redemption, mientras que el sector masculino se ha movido este año entre la ortodoxia del Love &Hate de Michael Kiwanuka o el Malibu de Anderson .Paak y la modernidad representada por Frank Ocean (affair con multinacional incluido) y el canadiense Kaytranada.

3 - El sonido de las calles

Un poco en la misma línea que ha ocurrido con el R’n’B, el rap también ha sido uno de los sonidos dominantes del 2016, tanto en lo relativo a las cifras de ventas como en la recepción por parte de la crítica. E igualmente se aprecia un retorno a los sonidos clásicos y a las fuentes primigenias del soul, el funk y hasta el gospel en Coloring Book de Chance The Rapper y Black America Again de Common, este último íntimamente relacionado con el concepto de lucha por la igualdad racial que conecta con los grandes discos de los 70. Aunque para clásicos A Tribe Called Quest, que se imponen a sus amigos de De La Soul en la categoría de retorno del año en el ámbito del rap, especialmente emotivo por la dedicatoria a Phife Dawg.

En cuanto a los que lejos de refugiarse en el clasicismo buscan nuevas formas para reactualizar el estilo, dos discos incontestables: el Atrocity Exhibition, de ese marciano de nombre Danny Brown que un día aterrizó en Detroit, y Skepta y su Konnichiwa, cabeza visible de esa suerte de subgénero británico que es el grime.

4 - Ella baila sola

Aunque existen bandas formadas íntegramente por mujeres tan notables como Savages (a las que hacemos referencia en otro apartado de este resumen) la mujer sigue estando más y mejor representada en la música popular en el formato de solista. No vamos a aventurarnos aquí y ahora a buscarle una explicación en clave de análisis de género, al menos no mientras sigan surgiendo alegatos musicales tan rotundos como el Let Eat Them Chaos de Kate Tempest. Para conocer un poco más el discurso de la del South London recomendamos recuperar la entrevista que le hicimos en eldiario.es hace unos meses.

Con menor apego a lo social y cierto barniz arty, Jenny Hval ha planteado Blood Bitch como un tratado vampírico acerca de la menstruación. El disco alterna lo sublime con pasajes ambientales sin excesivo interés. Para nosotros pesa más lo primero.

También destacar dos trabajos impecables dentro de la ortodoxia alternativa: el indie-rock de Angel Olsen en My Woman, el folk psicodélico de Weyes Blood (From Row Seat to Earth) y el pop de la japonesa Mitski (Puberty 2).

5 - Más saben por viejos…

Hablábamos al principio de los discos de Bowie, Cohen y Cave como esenciales a la hora de explicar lo que ha dado de sí el año, sin embargo estos no han sido los únicos mayores que han cumplido con trabajos excelentes. Lodestar, el regreso cuarenta años después de Shirley Collins bien apoyada por los músicos de Cyclobe, o A Mulher do Fim do Mundo de Elza Soares, en el que confronta su manera de entender la samba con jóvenes músicos procedentes de otros ámbitos, son dos ejemplos similares (aunque con resultados bien distintos) de cómo casar tradición y modernidad. También Iggy Pop y Paul Simon han publicado dos discos que, contextos al margen, vuelven a estar a la altura de su obra previa.

6 - It’s only rock’n’roll but I like it

Es cierto que durante el año el protagonismo se lo han llevado otros sonidos de corte más sintético o reposado, pero eso no quiere decir que 2016 haya estado precisamente cojo de discos de guitarras que en otro contexto habrían llamado más la atención. Poniendo el foco en el psych-rock, el kraut y el proto heavy setentero, King Gizzard And The Lizard Wizard apretaron el acelerador para publicar un disco enloquecido, aberrante, psicodélico y totalmente adictivo titulado Nonagon Infinity (mucho ojo con los australianos que en un más difícil todavía prometen cinco largos para 2017); mientras que en una línea muy similar Thee Oh Sees, que no saben lo que es publicar un disco malo, rizaron el rizo con A Weird Exits.

Igualmente abrasivas, Savages confirmaron todo lo bueno que se había dicho de su disco de debut con un Adore Life cocinado en directo, mientras que The Drones publicaron su álbum más personal, Feelin Kinda Free, el sustitutivo para quienes echan de menos a los Nick Cave & The Bad Seeds rockistas.

En el terreno del indie rock dos recomendaciones: el art-rock de los neoyorquinos Parquet Courts (Human Performance), en la mejor tradición de su ciudad, y la cuota folk-rock representada por el ex Woods Kevin Morby en el melancólico Singing Saw.

7 - Romperlo todo

Tras veinte años de estirar las posibilidades del metal y el hardcore, los norteamericanos The Dillinger Escape Plan anunciaban su disolución este mismo año tras la publicación de su sexto álbum, un Dissociation con el que la banda se marcha por todo lo alto. Los de Nueva Jersey no obstante tienen en Nails, por los que siempre han declarado su debilidad, a unos dignos sucesores. Los californianos han llevado un paso más allá su particular turmix de hardcore, grind core y death metal en You Will Never Be one of Us.

Sin llegar a esos niveles de extremismo sonoro, durante el año también han destacado las propuestas de Touché Amoré (en Stage Four el hardcore de martillo pilón se toma un respiro para experimentar con las texturas y los patrones oscuros), Swans (The Glowing Man pone un impecable punto y final a la última etapa de la banda de Michael Gira) y los coreanos Jambinai, que en A Hermitage someten la música tradicional de su país a un impactante brutalismo post-hardcore.

8 - Lo que una vez fue tercer mundo ahora se llama emergente

Pretender despejar en unas líneas toda la música facturada en los países más ajenos a la industria discográfica (en esencia el mundo no anglosajón) es una tarea condenada al fracaso. Lo que un día se etiquetó como world music ahora mismo es un inabarcable crisol de sonidos y culturas, algunos focalizados en la tradición folklórica y otros reinventando el concepto de música popular.

Un ejemplo perfecto de esta misión imposible es el actual universo latino, en el que caben productores de cabecera en el terreno de la electrónica guay occidental -de Nicolas Jaar a Nicola Cruz-, el universo reggaetonero, miles de bandas que encajan en el concepto europeo de lo indie, y quienes juegan casar raíz y pop. De entre todos destacar el colombiano J Balvin, convertido en fenómeno global con Energía, la electrocumbia de autor de los peruanos Dengue Dengue Dengue en Siete raíces y una muestra del pujante rap mexicano: Rolemos otro, de Alemán.

Otras miradas interesantes que se aportan desde diferentes partes del mundo: desde Trinidad y Tobago, y con Manu Chao ejerciendo de padrino, las canciones de corte político de Calypso Rose en Far from Home; la banda sonora electrónica que la kuwaití Fatima Al Qadiri ha compuesto para las revoluciones sociales a lo largo y ancho del globo y su consiguiente represión por quienes ostentan el poder en Brute; o la festiva colisión de culturas en el disco Konono Nº1 Meets Batida.

9 - Pata negra

Complicado condensar en un solo apartado la enorme complejidad de lo musical de nuestro país, en el que las fronteras entre lo comercial y lo alternativo se encuentran a años luz y la figura del músico sigue percibiéndose por parte del público entre lo folklórico y la picaresca. Así las cosas, posiblemente sea mucho más accesible interpretar una serie de fenómenos que se han dado en el terreno de lo musical en España durante 2016, empezando por la ruptura en el terreno del rap entre la ortodoxia de Kase.O (que con El círculo llegó a alcanzar el número 1 en la lista de ventas) y una serie de nombres más o menos recién llegados (Agorazein, Dellafuente,…) que proponen la modernización del estilo. Algunos, como el canario Bejo, con apenas un puñado de canciones publicadas en YouTube, sirven para confirmar el cambio de paradigma, con visitas millonarias a su canal y llenando salas de 700 personas sin un disco (o al menos lo que hasta ahora habíamos entendido como tal) en su haber. En medio de esos dos frentes, Nebuloso de Elphomega y The Blues de Juancho Marqués & El Hombre Viento que han planteado otra interesante línea de investigación y apertura llevando el rap a terrenos cercanos a la electrónica.

No menos interesante es el fenómeno Hinds y, a su rebufo, lo que ha ocurrido con otros discos/grupos de la nueva escena garagera madrileña como The Parrots y Los Nastys (estos enfocados al mercado latino). Grupos todos ellos -pero muy especialmente el cuarteto íntegramente formado por chicas- que han alcanzado cotas inimaginables con su disco de debut facturado al cien por cien en nuestro país: presencia en medios internacionales, giras alrededor de medio mundo, conciertos en festivales de la importancia de Glastonbury y actuaciones en prime time en la televisión norteamericana.

Sin tanto ruido a su alrededor y en algún caso con presupuestos pírricos, es importante recordar que en nuestro país se publican algunos discos de rock de guitarras que miran a la cara de lo que se hace en el mundo anglosajón con muchísimos más medios. Salve discordia de Triángulo de Amor Bizarro, Movimientos de Juventud Juché (con una interesante producción a cargo del ex Disco Inferno Ian Crause) o los psicodélicos Melange son tres ejemplos de ello. Y, ya en otra línea, el pop-folk anglófilo de Joana Serrat en Cross the Verge y esa auténtica bestia que es Silvia Pérez Cruz, presentando su disco más social, Domus, que surge de su papel como actriz protagonista en la película Cerca de tu casa, de Eduard Cortés.

2016 también ha sido el año en el que se ha empezado a dar un fenómeno curioso: la aceptación por parte de las grandes emisoras comerciales de propuestas que llevaban tiempo arrastrando a públicos masivos, eso que se llamó engañosamente indie y que ni por recursos ni por intenciones debería entenderse como tal: Love Of Lesbian, Sidonie, Izal, Vetusta Morla, etc. Ese paso a los canales de exhibición generalistas e incluso guiños como el que Raphael les reclame como compositores de su nuevo disco o Dani Martín les reclute para el especial navideño de TVE debieron haber tenido lugar hace ya mucho tiempo.

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10 - Las decepciones

El año en lo musical no sólo lo marcan los aciertos ya citados, también los resbalones. Aún cuando ha sido bien considerado por buena parte de la crítica, en parte por esa especie de protectorado que Pitchfork ejerce sobre su obra, nos negamos a considerar la empanada de Bon Iver haciendo uso y abuso del autotune en 22, a Million como otra cosa que no sea un patinazo que lejos de emocionarnos nos resulta vacío y bastante pretencioso. A su vez a otros protegidos por la influyente web norteamericana como son Kanye West y Drake parece que se les empieza a terminar la bula para que cualquier ocurrencia se aplauda como genialidad: The Life of Pablo y Views se cuentan entre lo peor de sus discografías.

Igualmente intocables resultan Radiohead, que este año han vuelto al primer plano musical con un A Moon Shaped Pool que retoma su discurso en el preciso instante en que comenzaron los experimentos electrónicos de In Rainbows. El disco es impecable, cierto es, aunque no menos cierto es también que la banda de Oxford ha perdido pie y ya no marca el paso del pop de nuestro tiempo: en vez de un salto hacia delante A Moon Shaped Pool por primera vez rehace el camino andado, y para colmo no aporta canciones que enfrentar a las de su etapa dorada. En cualquier caso no son la única vaca sagrada que este año ha estado lejos de sus mejores momentos: los habitualmente infalibles James Blake y PJ Harvey publicaron discos que palidecen al lado del resto de su discografía, y los Pixies salvaron los muebles  con Head carrier, pero siguen sin justificar discográficamente hablando la razón de ser de su reunión.

Por otra parte clásicos como Neil Young, The Rolling Stones y Van Morrison han publicado en 2016 trabajos prescindibles que, retomando lo que decíamos al principio del artículo, quitan la razón a quienes explican los aplausos a las obras de Bowie o Cohen como un mero ejercicio de necrofilia: ¿Alguien se imagina ese mismo aplauso en un caso similar con discos como Peace Trail, Keep Me Singing o Blue & Lonesome? Definitivamente… no.

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