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¿Más techno, amigo? La nueva encrucijada de los festivales electrónicos

Esto es Sónar

Vanity Dust

Tomorrowland, el inmenso y exuberante festival de música electrónica celebrado originariamente en Bélgica, anunció el pasado 26 de enero con expectación mundial su primer nombre del cartel de 2015: La Orquestra Nacional de Bélgica. Con este inesperado fichaje, el festival -que el año pasado congregó a 450.000 personas y cuyas entradas se agotan en cuestión de minutos- ha dado un brillante golpe de efecto.

La evidente intención era evitar caer en lo previsible: confirmar de primeras y por enésima vez la presencia de David Guetta, Swedish House Mafia, Hardwell y compañía. Sus organizadores podrían haber hecho eso y nadie se lo hubiese reprochado: la apuesta por el mainstream del festival es deliberada y, no por ello, ha dejado nunca de dedicar varios de sus incontables escenarios a una electrónica minoritaria y menos comercial. Pero los grandes festivales de electrónica están viviendo una crisis de madurez.

Por otra parte, los macrofestivales internacionales de corte indie como Glastonbury o Coachella, también de dimensiones estratosféricas y con mayor trayectoria, programan electrónica con absoluta normalidad, y bastante más allá de los nombres más evidentes de la escena. El año pasado, Glastonbury se trajo a Eats Everything, Maya Jane Coles, Marcel Dettmann, Tale Of Us, Kölsch y a Richie Hawtin. El Coachella del mismo año trajo, sin despeinarse, a Caribou, Ben Klock, Dubfire, Guy Gerber, John Talabot o Jon Hopkins.

Nunca serán cabezas de cartel en ninguno de los dos festivales, como tampoco lo será Richie Hawtin el próximo en el Primavera Sound. Pero, si estos son los nombres insignia de un festival electrónico, la pregunta es: ¿cuáles son las propuestas que puede hacer un festival de música electrónica para no quedar eclipsado por el lineup de cualquier otro macrofestival?

Epatar hacia el centro

Esta presencia de grandes artistas de la electrónica en festivales no especializados nos lleva a replantear, no el sentido de su pertinencia (el Primavera Sound, desde la primera edición, ha contado con una programación electrónica relevante), sino la misma posición y sentido de los festivales especializados. Y no tanto la de los festivales de música electrónica generalistas, como Tomorrowland, sino de los que suelen reconocerse por marcar tendencia y estar en la vanguardia del sonido. Si la electrónica se extiende y ha alcanzado esta histórica relevancia en casi todo tipo de festivales, ¿qué plan les queda a los puristas que basan toda su identidad en la electrónica?

Sónar: A la felicidad por el arte y la tecnología

El miércoles 28 de enero, Sónar Barcelona anunció gran parte de su cartel para el próximo junio: repiten Skrillex, Maya Jane Coles, The Chemical Brothers, Die Antwoord o Hot Chip o Laurent Garnier, todos ellos habiendo estado en el festival hace tres años o menos. La edición de noche se presenta, a grandes rasgos y a falta de más confirmaciones, en una línea de cierta continuidad respecto a ediciones anteriores. Los cabezas de cartel que han presentado hasta ahora pueden tener cabida ya sea en un Coachella o en Glastonbury.

Parecería que para el Sónar el intento de diferenciación no pasa tanto por la oferta nocturna sino que viaja por otros espacios y momentos. Propuestas recientes como Despacio o actuaciones especiales como la de Richie Hawtin con su proyecto Plastikman en exclusiva, ambas en el Sónar Día, sí han logrado revitalizar y renovar considerablemente el alcance y la asistencia al formato diurno que cumplirá en 2015 su tercer año en el nuevo emplazamiento de la Fira de Montjuïc.

Y, sobre todo, destaca la fuerte apuesta por el formato Sonar+D. Esta ‘versión’ del Sónar transcurre los mismos días en Barcelona y en paralelo con la programación del festival: es el intento de mezclar el formato festival con el de una feria profesional y reunir así a todos los involucrados en la industria musical y tecnológica, a la caza del equilibrio entre el arte y los negocios.

Monegros: más techno y menos confetti

Mientras tanto, en otro núcleo duro de los festivales electrónicos en España, la organización de Monegros Festival han abandonado finalmente los delirios de grandeza para dejar que sean sus seguidores los que rigen la filosofía del festival. El declive de Monegros, tras alcanzar máximos históricos de asistencia en la década pasada, tuvo lugar según muchos con el sorprendente anuncio de David Guetta como cabeza de cartel en 2011. Según gran parte de los fieles seguidores del festival, tanto la música de David Guetta como lo que significa (glamour, letras banales, ostentación, canciones pop-house descafeinadas) rompían la filosofía de la gran rave del desierto, menos ostentosa y con el techno por bandera. La cumbre de esta degeneración se alcanzó el pasado 2014, cuando los discutidos Skrillex y Steve Aoki se combinaron con un esperpéntico escenario ElRow, de inspiración Tomorrowland pero con todavía más pretensiones glam.

Es probable que, en su momento, la organización de Monegros creyó que la sostenibilidad del proyecto pasaba por acercar Monegros a Coachella. Su propio público les dio una lección: más techno y menos confeti. Y les han escuchado. Este año el festival pega un giro de 180º para recuperar el nombre original de ‘Groove Parade’ y reducir el aforo pero alargando el festival por primera vez a dos días.

Monegros quiere dejar en la estacada a la electrónica de MTV y confía en que, doblando el horario, alcanzará un público similar pero mucho más satisfecho que no mezclándolo todo en una confusa maratón electrónica. De este modo, quizá logre retomar la senda perdida que otros festivales como Dekmantel en Holanda han consolidado con firmes convicciones en la programación.

Regresar a los orígenes o abrazar el arte y la tecnología, los festivales electrónicos se encuentran en plena evolución para volver a encontrar su lugar dentro de un panorama mucho más competitivo y un público mucho más familiarizado con lo que antes solo les pertenecía a ellos. Sorprender no es fácil y arriesgar puede salir caro, pero una apuesta ganadora como la de Tomorrowland por la música clásica o el regreso de Monegros a sus inicios nos recuerda que ser conservador y repetir fórmula suele acabar quitando las ganas de bailar.

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