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El papa está triste, ¿qué le pasa al papa?

Joaquín Torán

Madrid —

Jorge Mario Bergoglio, ex-arzobispo de Buenos Aires, fue investido papa el 13 de marzo de 2013, tras un cónclave muy breve, de apenas cuatro sentadas. Sustituía a un debilitado Benedicto XVI, dimisionario por motivos de salud y por los escándalos (Vatileaks y pederastia) que azotaban a la Iglesia. Se convertía en un papa de récords: primer latinoamericano en el cargo, primer no europeo, primer jesuita y también primer pontífice en “bautizarse” Francisco, en honor al santo de los pobres.

En sus dos años y medio de papado, Bergoglio no ha dejado indiferente a nadie. Personaje del año para la revista Time en 2013, ha sido reconocido como un interlocutor fundamental en el deshielo cubano-estadounidense; ha iniciado procesos de beatificación de numerosos curas de la Teología de la Liberación, por lo general asesinados; ha nombrado un inédito ministro de finanzas para sanear las cuentas del Banco de la Iglesia; ha dedicado su primera encíclica al cambio climático; ha constituido un comité de notables para aligerar la curia; ha pedido solidaridad y acogida ante la crisis humanitaria de los refugiados; ha lanzado mensajes a favor de los homosexuales y ha concedido una moratoria a las mujeres que han abortado y a los divorciados por el año jubilar de la Misericordia (es decir, “un año santo” para la remisión de pecados y penas). Recientemente, ha “abierto la puerta” al fin del negocio de las nulidades matrimoniales. Pero su discurso más rompedor ha sido el de predicar una iglesia pobre y para los pobres.

“Es un Papa que ha acercado a muchísima gente, es muy cálido”, sostiene para el diario.es Paloma Gómez Borrero, una de las más destacadas vaticanistas del panorama internacional y amiga personal de Juan Pablo II. “Más que un papa, es un gran párroco, un pastor muy cercano a la gente y a sus problemas. Cuanto más humildes, más cerca se siente a ellos. Quiere ser su voz.”

Buena parte de las claves para comprender al presente papa se encuentran en la película Francisco (El padre Jorge), 2015, del director Beda Docampo Feijóo. El retrato que se traza en ella de Bergoglio es oficialista y amable, aunque no rehuye las sombras. Si acaso las justifica.

El papa, protagonista en el cine

El biopic se suma a una larga serie de películas o productos televisivos que tienen como personaje destacado al obispo de Roma. Entre las series, inevitable es la mención a Los Borgia, fantasiosa recreación del corrupto clan de origen valenciano.

Hasta el Concilio Vaticano II (1962-1965), la visión cinematográfica de la institución eclesial era monolítica. El papa era tratado con respeto, por miedo a incomodar a los sectores más conservadores y también por temor a posibles censuras. Pero desde El cardenal (1963), del director judío Otto Preminger, se empieza a ofrecer una imagen menos benévola del Sumo Pontífice: en este filme, que contó con el asesoramiento no acreditado de un joven Joseph Ratzinger cuando aún se encontraba entre los miembros más progresistas de la Iglesia, Preminger llega incluso a ahondar en el espinoso papel que jugaría el Vaticano en el exterminio. Costa-Gavras, en 2002, redundaría en la materia con Amen.

Francis Ford Coppola trató el efímero papado de Albino Luciani y se postuló del lado de quienes aseguraban que fue asesinado: en El padrino III (1990) recreaba el escándalo de la logia masónica P-2 y del Banco Ambrosiano. Por su parte, Michael Anderson suspiraba por una concordia universal y por un Papa del Este en la excelente Las sandalias del pescador (1968). Nanni Moretti era despiadado en su visión del papado en Habemus Papam (2011), pero reclamaba una iglesia cercana a los problemas del mundo, comprometida y tolerante. Como curiosidad, Moretti anticipó, en dos años, a un papa cesante. Carol Reed (El tercer hombre), reflejaba en la sobresaliente La agonía y el éxtasis (1965) la tirante relación entre Miguel Ángel (Charlton Heston) y su mecenas Julio II (Rex Harrison), así como la realización de los frescos de la Capilla Sixtina. Juan Pablo II, un papa muy cinéfilo, fue retratado en numerosas ocasiones: la más destacada fue la biografía televisiva de 2005, interpretada por Jon Voight.

Francisco (El padre Jorge) es una película construida con buen conocimiento de los códigos cinematográficos. Su montaje la hace muy amena: intercala pasajes de la juventud de Bergoglio con momentos de su labor pastoral. El largometraje se interna tímida y positivamente en el rol que jugó durante la dictadura argentina, aunque soslaya su tormentosa relación con los Kirchner. Recrea el cónclave de 2005 y concluye con el de 2013.

El “efecto Bergoglio”

El reparto es hispano-argentino. Silvia Abascal hace de la periodista que conoce al papa antes de ser papa y que apuesta por él en la vigilia de su elección. Su personaje está basado en la corresponsal en Italia del periódico La Nación, Elisabetta Piqué, autora del libro Francisco: vida y revolución (2014), que ha inspirado la película. Abascal lo intenta, pero empequeñece en comparación con la plétora de argentinos que la replican. Es casi un dogma que cualquier actor argentino, incluso uno malo, luce espléndido a cámara. Darío Grandinetti (Francisco) está sublime.

Gómez Borrero habla de una “revolución de la ternura” al referirse al efecto Bergoglio. Asegura que es “el papa necesario para los tiempos que corren”, aunque se mantiene expectante: “la piedra de toque de la revolución Bergoglio la podremos empezar a ver en el próximo sínodo de la familia”, que transcurrirá en el mes de octubre.

La vaticanista reconoce que la designación de Francisco le pilló por sorpresa, “exclusivamente por la edad” (Bergoglio tenía 76 años cuando es elegido), a pesar de que fuera el segundo cardenal más votado en el cónclave de 2005. Admite, no obstante, que esperaba desde hacía años un papa jesuita. Su candidato natural era Carlo Maria Martini, ex-arzobispo de Milán, y, en su opinión, único verdadero purpurado con entidad, junto a Ratzinger, para sustituir a Juan Pablo II. “En televisión dije en 2005 que me gustaría un Francisco de Asís del siglo XXI, y que se llamara Francisco”. El Espíritu Santo, a veces, suele atender las plegarias de sus fieles. Aun con retraso de ocho años.

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