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Objetivo: reinventarse las políticas culturales

El señor ministro está triste, ¿qué tendrá el señor ministro?

David Márquez Martín de la Leona

Una cierta angustia recorre el mundo de la cultura. Un cierto nerviosismo también. Tras largos años de crisis, el mundo de la cultura parece que articula algunas palabras inteligibles que a duras penas se hacen oír entre el ruido que la agenda pública y mediática generan.

Como consecuencia, estos días coinciden diversas iniciativas que pretenden dotar de estructura, coherencia y publicidad a las reivindicaciones del sector cultural. Hace tan solo unas semanas y, tras un largo periodo de trabajo, la Fundación Alternativas presentaba su informe sobre el estado de la cultura en España que ellos subtitulaban La salida digital. Se trata de un análisis transversal que, dentro de las catastróficas cifras y desalentadores datos, ofrecía alguna ventana de luz animando a emprender acciones más decididas para abrazar “culturalmente” el ya no tan nuevo paradigma digital.

Aproximaciones también transversales son las que se han abordado en dos congresos profesionales de los dos últimos días. Uno de ellos, impulsado por la Federación estatal de asociaciones de gestores culturales (FEAGC) y con sede en Pamplona, ha intentando pulsar la opinión de los múltiples sectores que componen la cultura para culminar, al final del congreso, con un Pacto por la Cultura. Un pacto, que hay que recordar, viene a recuperar la estela de otro firmado en similares condiciones en 2010.

El otro congreso ha tenido lugar en el Ateneo de Madrid bajo el título En defensa de la cultura, y ha sido impulsado por diferentes asociaciones profesionales. Allí han querido diseñar una hoja de ruta, también transversal, para influir en las políticas culturales del país.

Estas dos últimas son iniciativas que buscan con cierto ímpetu aunar voces y criterios, cohesionar ideas y fortalecer el discurso público de cultura. Son esfuerzos loables: ya no asistimos a manifiestos firmados por artistas/autores como ocurría tan solo años atrás, sino que en esta ocasión, son los mismos profesionales los que se organizan. Y aunque existan entre ellos diferencias en la acción, quizá existan menos en el análisis de lo ocurrido.

Fuga de cerebros en un sector atascado

El mundo de la cultura, entendiendo éste como el que sociológicamente conforman las personas que trabajan en actividades culturales, ha perdido, como muchos otros sectores, gran parte de sus trabajadores. Sólo por dar una cifra, ha pasado de 568.800 trabajadores en 2008 a 485.300 en 2013, casi un 15% menos de efectivos. Estas cifras son corolario de la destrucción de valor: número de empresas, facturación, calidad del empleo, sueldos, etc. La cultura ha sufrido un impacto que en muchos términos se puede comparar al que han sufrido otros sectores económicos y otras realidades sociales. Ese fuerte impacto también se deja ver en su estructura económica y en su financiación.

Aunque el capítulo más conocido es el impacto que la subida del IVA en algunas actividades culturales ha podido causar, también lo es el repliegue en la financiación pública de la cultura: se ha pasado de un gasto en cultura del conjunto de todas las Administraciones Públicas de 7.090,2 M€ en 2008 a 4.770 M€ en 2012 (y la cifra puede haber bajado aún más en 2013), según datos del MECD. Por no hablar de la contundente contención del gasto en cultura que han hecho los hogares españoles que han pasado de gastar 16.962,5 M€ en 2008 a 12.261,7 M€ en 2013. Ese repliegue y ese recorte infligen una fuerte herida a la sostenibilidad de un sistema cultural tal y como lo hemos concebido hasta ahora.

Ante semejante panorama, rara ha sido la Administración Pública, estatal, autonómica o local que se haya atrevido a plantear un plan estratégico de reestructuración de algún sector. Más bien al contrario, nadie ha querido adentrarse en las aguas pantanosas y pestilentes de sectores en descomposición.

Por eso el sector cultural, tarde y lentamente y quizá con una cierta oportunidad política (estamos en el año electoral más prolífico de los últimos años!) ha comenzado a organizarse y a reivindicar una actitud más activa desde los poderes públicos hacia la cultura. Esa reivindicación corre el riesgo de ser articulada desde la urgencia y desde el resarcimiento olvidando siempre la reiterada oportunidad estratégica.

Los colectivos también hacen campaña

¿Por qué no aprovecha el sector cultural la actual coyuntura no solo para reclamar acciones desde los poderes públicos, sino también para plantear una reestructuración (auto)crítica en pos de la sostenibilidad? Quizá por un planteamiento erróneo, por una posible confusión de la naturaleza de las reivindicaciones. Una cosa son las reivindicaciones de carácter económico, veladamente laboral o corporativas y otra muy diferente son las reivindicaciones de unas mejores y más eficientes políticas culturales. Las primeras van dirigidas internamente al sector de la cultura. Las segundas van dirigidas al ciudadano.

El sector de la cultura, como colectivo, se juega su imagen pública y su conexión con la sociedad. El sufrimiento pasado y presente de los trabajadores de la cultura tiene su correlación con el del ciudadano corriente. El desempleo, la precariedad y la merma de las condiciones de trabajo son transversales a todos los ámbitos de la sociedad española (y europea, si afinamos).

Lo mismo ocurre con la reivindicación histórica, ahora redoblada, de incluir las enseñanzas artísticas en el curriculum educativo. Semejante planteamiento, muy deseable, tendría un efecto nocivo si no se enmarca en una reforma educativa más amplia, estable y consensuada (quimera por antonomasia de las políticas públicas en España).

En definitiva, el reto es importante y doble: uno, mejorar las condiciones económicas y laborales, y, dos, hacer entender a la sociedad la necesidad de colocar a la cultura en un lugar hasta ahora apenas mal ocupado. Para lo primero no disociar las reivindicaciones, sino sumarlas a las de la sociedad en su conjunto se presenta como decisivo para la recuperación del vínculo social por parte de los trabajadores de la cultura. Para lo segundo es importante recuperar una visión estratégica (amén de autocrítica), una acción política decidida y exigir una renovación de una Administración anquilosada.

Una parte del sector organizado o no en esos congresos, ya está en ese camino. Otra, insiste en estrategias del pasado. Basta analizar las iniciativas al inicio de este texto referenciadas para comprobar que esas contradicciones y esas diferencias residen en el seno del propio sector cultural. Lo cual no impide que la innovación se imponga y emerja una posible nueva estrategia cultural.

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