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Los pueblos de colonización: la dimensión social y el concepto arquitectónico

Los pueblos de colonización: la dimensión social y el concepto arquitectónico
Mérida —

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Mérida, 31 ene (EFE).- Hay una parte de España, de Extremadura, que tiene su origen en los poblados de colonización, hoy ya pueblos, que, si bien surgieron de proyectos impulsados por el Instituto Nacional de Colonización (INC) y diseñados por arquitectos de concepciones muy diversas, su desarrollo se debió al esfuerzo diario, casi de sol a sol, de sus pobladores.

El organismo de colonización promovió la creación de más de 300 pueblos diseminados en las principales cuencas hidrográficas del país, con cerca de 70.000 familias trasladadas a los mismos que, tras muchos años de trabajo, amortizaron los préstamos y llegaron a convertirse en propietarios.

Con el título “Habitar el agua. La colonización en la España del siglo XX”, la arquitecta y fotógrafa Ana Amado y el también arquitecto Andrés Patiño han construido un libro que recoge la evolución y diversidad arquitectónica de estos pueblos, su relación con el planeamiento hidráulico y agrario, y el perfil y la idiosincrasia de sus habitantes.

Financiado por el Ministerio de Agricultura y publicado por la editorial Turner, el libro incluye numerosas colaboraciones, así como fotografías de pueblos de Extremadura, Andalucía, Aragón, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Cataluña, Comunidad Valenciana, Galicia y Navarra.

A través de numerosos viajes a una treintena de estos poblados, “hoy ya pueblos”, sus autores han indagado sobre qué ha sido de sus arquitecturas y han escuchado la voz de sus habitantes, los colonos, con el fin de “restituirles un merecido protagonismo”.

Se trata de construir, y es el objetivo también de este trabajo, “una mirada más reflexiva, analítica y contemporánea sobre la colonización y sus protagonistas”, han afirmado a EFE sus autores.

Ochenta años después de la fundación del INC, el libro pretende aproximar aquella empresa colonizadora al público “para evitar que caiga en el olvido y obtenga finalmente su verdadera dimensión histórica”.

Aunque se acercaron a estos lugares buscando arquitecturas y paisajes, se encontraron con las historias de sus habitantes, “que no guardan rencores” tras un pasado “de necesidad extrema”, pero siempre enhebrado por la alegría de construir solidariamente un mundo nuevo nacido de la escasez“.

En uno de los textos, el jefe del Estudios Socioeconómicos del Ministerio y sociólogo, Cristóbal Gómez, expone que la política de colonización agraria franquista “tuvo un gran impacto en las economías regionales”, con nuevos cultivos más rentables y el desarrollo de la ganadería intensiva y de la agroindustria.

Sin embargo, el “éxito económico” se vio empañado por el alto coste de la transformación, “el empleo ineficiente” de recursos y la lentitud del proceso. De hecho, un informe del Banco Mundial (1962), según cita el libro, incide en “la negativa rentabilidad de la colonización”.

Según los datos de los autores y colaboradores, la superficie realmente transformada fue de unas 700.000 hectáreas, el 50% de la planificada a lo largo de treinta y cinco años.

A los jornaleros y pequeños campesinos se les entregaba una parcela (entre 6 y 12 hectáreas) y un huerto familiar (0,5 hectáreas), así como un pequeño capital de explotación inicial.

“Todo ello debería ser amortizado por el colono durante un largo periodo, que rondaba los veinte o veinticinco años, e incluso 40 años”, apunta Gómez, quien recuerda que, a pesar de que “esos campos no eran productivos en sus primeros años, a los colonos se les exigía una producción mínima”.

Desde el punto de vista arquitectónico, sus diseñadores tuvieron bastante libertad, pues el director del INC, José Tames, tenía una visión adelantada sobre el planeamiento urbanístico. Ello permitió “diversidad” en las actuaciones y hasta manifestaciones abstractas y modernas, según remarca Amado.

A juicio de los autores del libro, los criterios funcionales, higienistas, constructivos y, especialmente, económicos marcaron las claves de diseño de las viviendas.

Amado y Patiño consideran que el perfil franquista de la labor del INC han dificultado, aún en fechas actuales, el reconocimiento público al legado de este organismo, “lastrando muy a menudo la justa valoración de su actividad”.

Por ello, abogan por dar protección a estos pueblos de colonización e invitan a darles visibilidad, una labor que ya han emprendido asociaciones y estudiosos locales, cuyas actividades convergen en la común consideración de los poblados y de la memoria de sus pobladores.

Alberto Santacruz

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