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Recuperan en español un texto de Fry sobre la Castilla de principios del XX

Recuperan en español un texto de Fry sobre la Castilla de principios del XX

EFE

Valladolid —

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Roger Elliot Fry, uno de los miembros más influyentes del grupo Bloomsbury junto a Virginia Woolf y John Maynard Keynes, viajó a España en 1922 fruto de su formación artística y visitó algunos lugares de la vieja Castilla que motivaron unos apuntes ahora editados por primera vez en español.

La luminosidad de Segovia, el asombro del Real Sitio de La Granja, el desencanto de Ávila, el milagro de Salamanca, los ecos de la Francesada en Ciudad Rodrigo, la suciedad de Toro y el menosprecio a Berruguete y Juni en el museo de Valladolid fueron algunas de las consideraciones vertidas en sus notas de viaje.

Aunque no fueron concebidas para su publicación, según explicó el propio Fry, esta agenda viajera fue editada en 1923 por Hogarth Press, propiedad del padre de Virginia Woolf, y ahora ve la luz por primera vez en español gracias al sello palentino Región Editorial, con prólogo de Paula Lizárraga y traducción de Eva Gallud.

Es un texto breve, con impresiones tomadas a vuela pluma, casi sin elaborar, bocetos que acompañó con sus propios dibujos a carboncillo de los lugares más significativos, generalmente paisajes y vistas panorámicas donde se confunden naturaleza y arquitectura.

En Segovia, donde le llamó la atención la diligencia de limpiabotas y botones, pasó de largo ante el Acueducto camino de la catedral, por fuera “un pastiche deliberado” del gótico florido y por dentro “un interior magnífico” donde Hontañón “tuvo el genio de hacer uso del arco apuntado para dar un efecto de altura desconocido en el estilo renacentista puro”.

Fry, severamente criticado en su país al defender la pintura de los post-impresionistas franceses, entre ellos Cézanne, observó en La Granja un “Versalles en miniatura” al pie la Sierra de Guadarrama, con “uno de los jardines más deliciosos que podía desear el capricho real”.

De Segovia, con el eco de Cervantes en sus alforjas, “un maestro en transmitir el sentimiento exacto del paisaje”, arribó en tren hasta una Ávila “casi espantosa, donde fue presa de una gran decepción al observar una ciudad elevada ”entre granito, polvo y maleza (...) completamente encerrada en su faja granítica“.

Un leve descenso en la topografía mesetaria, durante cerca de un centenar de kilómetros, le condujo a Salamanca, “la más milagrosa de estas ciudades castellanas”, según sus palabras.

“¿Qué fuerzas naturales y económicas hicieron de este lugar concreto, donde las llanuras estériles y desarboladas bajan hasta el lecho del Tormes, el centro de aprendizaje de España, el intermediario de Europa para toda la ciencia árabe y el pensamiento occidental, y una magnífica, y en cierto modo, lujosa ciudad?”, se preguntó este crítico de arte.

Se quedó con ganas de subir a la Peña de Francia y de visitar en sus inmediaciones el territorio de los hurdanos y batuecos, “dos tribus misteriosas y casi salvajes”, pero no dudó en tomar el tren y recalar en Ciudad Rodrigo, donde contempló una fachada catedralicia “agujereada por todas partes con las marcas de los, inocuos en comparación, proyectiles que los generales de Napoleón o Wellington -he olvidado cuál de ellos- le dispararon”.

Alargó su estancia en la vieja Castilla para admirar la “gran riqueza de arte románico, curioso e inusual” de Zamora, el cimborrio de inspiración bizantina de su catedral y perderse por un dédalo urbano donde “es difícil encontrar algo parecido al centro de la ciudad”.

Camino de Valladolid se detuvo en Toro (Zamora), con un “aire de mugre, suciedad y negligencia en toda la ciudad”, con amplios espacios abiertos “bordeados por ruinosos palacios e iglesias medio derruidas”, pero en la colegiata románica sucumbió ante su cimborrio que, esta vez sí, ponderó aunque con mesurados elogios.

En Valladolid, por último, Fry visitó el museo de escultura por indicación de la popular guía turística Baedeker, su libro de cabecera en este viaje, donde vio la escultura policromada de un Berruguete “muy acertado, siempre eficaz y poco más”, y un Juan de Juni que le llegó algo más hondo, “pero si juzgamos por cualquier estándar elevado, ninguna de estas celebradas esculturas era en realidad digna de consideración”, remató.

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