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¿Pueden las cuatro últimas palabras de 'Las chicas Gilmore' malograr su final?

La octava temporada de 'Las chicas Gilmore'

Mónica Zas Marcos

[Advertimos que este análisis incluye varios spoilers de la última temporada de Las chicas Gilmore. Antes de arruinar la serie a nadie, aquí dejamos algunas razones para devorarla desde el principio]

Solo conocíamos dos cosas antes del estreno de Las cuatro estaciones de las chicas Gilmore. La primera era que la muerte de Edward Herrmann, intérprete del fabuloso abuelo Richard Gilmore, había dado una razón al equipo para unirse y contar su dolorosa falta en una octava temporada. La otra era que por fin se haría justicia a “las cuatro últimas palabras” que Amy Sherman Palladino siempre imaginó para el final de su serie. Por diferencias con Time Warner, la directora abandonó el rodaje en 2006 antes de la season finale y lanzó la maldición de su epílogo en una entrevista.

Aunque el capítulo Bon Voyage fue un digno remedio ante la ausencia de Palladino, el público se quedó con la sensación de que había un final mejor y nunca llegarían a conocerlo. De ahí que The last four words haya sido el gran cebo de la campaña de Netflix y un objeto de especulaciones para fans y periodistas. Ahora ya las tenemos. Solo han tenido que pasar nueve años para descubrir la frase del millón de dólares.

Rory: Mamá.

Lorelai: ¿Sí?

Rory: Estoy embarazada.

La pantalla se funde a negro y empiezan a brotar esas preguntas que habían permanecido en barbecho todo este tiempo. ¿Era “lo correcto”? ¿Se debe cerrar así el famoso círculo de las mujeres Gilmore? ¿Rory está destinada a seguir los pasos de su madre después de todo? Para comprender mejor esta improbable situación debemos rebobinar hasta el primero de los cuatro capítulos de este reencuentro: El invierno. La estación favorita de Lorelai sirve como revulsivo para los nostálgicos y nos dibuja un contexto que ni por asomo nos habríamos imaginado.

Adiós a la Rory exitosa

Despedimos a Rory agitando un pañuelo blanco mientras se disponía a retransmitir la nueva era política. La campaña de Barack Obama era solo la lanzadera de nuestra versión ficticia y joven de Christiane Amanpour. Acababa de graduarse en Yale y el mundo se abría en canal para liberarle del asfixiante ambiente de Stars Hollow. La única hija de Lorelai tenía otra inquietud muy diferente a la de su madre: abandonar el pueblecito de Connecticut donde había crecido entre algodones.

Casi una década después, a sus 32 años, vemos a una Rory freelance y viajera. No es precisamente la redactora jefe del New York Times, pero su vocación le empuja a cruzar el Atlántico cada semana para pagar las facturas. Sabemos que ha escrito un artículo fantástico en el New Yorker con el que le abrieron varias puertas y se ganó el título de ciudadana ejemplar entre todos sus conocidos.

Pero pronto, este filtro idílico tan propio de Las chicas Gilmore desaparecerá para dejar al descubierto su feo trasfondo. Rory se pasa el día en un avión porque no hay ninguna redacción que le haya ofrecido un puesto estable. Los periódicos le cancelan sus publicaciones de forma constante y su única opción de futuro se basa en escribir la biografía de una vieja gloria del feminismo que ahora se baña en litros de Martini.

Es un giro amargo y fantástico. Las dos Gilmore habían pasado ya por trances profesionales que rompían el halo optimista de la serie. Pero Rory tenía el éxito escrito en la frente desde las primeras líneas de libreto, por eso sus fracasos son el puñetazo de realidad que necesita toda ficción. ¿Encuentra finalmente su camino? Después de rogar a la revista GQ, hacer la entrevista de trabajo más lamentable de la televisión e intentar revivir la Gaceta de Stars Hollow, sí. Escribirá un libro sobre ella y su madre, como hizo Jo una vez con Mujercitas.

De adulterio, muerte y concubinato

El perfil profesional no es el único donde nos cuesta reconocer a Rory. Sus relaciones amorosas nunca fueron la prioridad, y eso sigue inamovible. Por eso cuesta entender el rol de su novio actual, Paul. Un pobre desgraciado que apenas aparece dos minutos y del que nos olvidamos tan fácilmente como ella. Amy Sherman Palladino nos dice así que Rory no se ha dejado atar y que su ritmo de vida lo marca un calendario de entrevistas, no un lazo amoroso. Eso hasta que aparece Logan Huntzberger en escena.

El tercer novio de Rory fue el menos popular para los espectadores. Pijo y consentido a rabiar, Logan arrastró a nuestra chica perfecta por una segunda adolescencia llena de robos de barcos y fracasos universitarios. Ahora aparece como desahogo sexual en sus viajes a Londres, donde acuerdan un derecho a roce que no se inmiscuya en sus relaciones personales. Él se va a casar con una rica heredera parisina y ella sigue con Paul (porque siempre se olvida de romper).

Los problemas surgen cuando deja de ser solo sexo para Rory. Ahí la reconocemos menos que nunca. ¿A qué viene esto? Su carrera como periodista está en caída libre, sufre la pérdida de su abuelo y choca varias veces con su madre. Tampoco es la primera vez que Logan le hace perder perspectiva y pone en riesgo su futuro profesional. Lo bueno es que todavía queda la esencia de lo que fue y decide poner fin a su aventura para dedicarse en cuerpo y alma al libro de las Gilmore Girls. Lo malo es que Logan Huntzberger tiene todas las papeletas para ser el fecundador desaparecido.

Aunque el amor ha sido siempre uno de los vértices de la serie, en esta temporada ha ganado en relevancia. Pero no ese amor romántico que nos venden como recurso blando de las mal llamadas “series para chicas”. Sino el que se reinventa y duele tanto como la pérdida de un compañero de vida. No conocíamos a Emily sin Richard, sin el padre de su hija y único compinche de su ostentosa existencia. Por eso una de las grandes bazas de Las cuatro estaciones ha sido presentarnos otra vez a la abuela de la familia como ese personaje fuerte que siempre fue.

Sin temor a la soledad, pero con un inmenso dolor, Emily es la gran lección de este reencuentro y sin duda el personaje que más se merece un spin-off. El reto de Lorelai, sin embargo, es justo el contrario. El de acostumbrarse a compartir su vida con otra persona cuando es una mujer hecha a sí misma, independiente y autárquica. Quizá lo único que chirría es esa necesidad de casarse con Luke porque vivir con un hombre en concubinato se ha vuelto insuficiente. Aunque, siendo sinceros, a nadie le amarga ver a esta mítica pareja pasar por el altar.

El círculo de la vida

Pero ni la boda de Lorelai ni la primera cabalgata del Orgullo Gay de Stars Hollow es lo que da vueltas hoy en las redes sociales. Son las cuatro palabras. Obviando que estaban pensadas para que Rory las pronunciase con 23 años y recién graduada, el final abre más preguntas de las que cierra. Y esa no era la intención del reencuentro.

Nadie dijo que Rory tuviese que caminar por las huellas de Lorelai para completar el círculo de la vida. Siempre fueron dos personajes unidos por su memorable adicción al café o su rapidez mental, pero totalmente opuestos. Ahora Amy Sherman Palladino le ha diseñado un futuro de embarazada solitaria y atrapada en un pueblo rural que no venía a cuento. En ningún momento deja caer que quiera tener un hijo y, aunque la mayor parte de sus amigos los tienen, esa libertad cuadraba totalmente con la nueva Rory.

Además, es lo único que se recordará de estos 360 minutos de temporada. El truco de las cuatro palabras cumple al dedillo la regla del peak-end. Si el final gusta, es capaz de convertir la serie en una obra maestra. Si no, eclipsará hasta el más agudo de los chascarrillos. La única forma de remediarlo sería lanzando una novena temporada, y esa tampoco era la intención. Aunque siempre es triste decir adiós a una serie inteligente, quizá hubiésemos preferido otras cuatro palabras más aburridas y nostálgicas: Vamos a por café o Siempre nos quedará Paris.

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