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Una casa de Bernarda Alba sin mujeres donde los oprimidos son ellos

'Esto no es la casa de Bernarda Alba', en los Teatros del Canal

Mónica Zas Marcos

Bernarda Alba aparece en escena. Lleva pantalones y jersey de punto negro, luce una calvicie avanzada y la sombra de una barba de tres días. Porque en Esto no es la casa de Bernarda Alba, la nueva obra de los Teatros del Canal, la matriarca, sus oprimidas hijas, las criadas y la anciana loca son todas hombres.

“En ocho años de luto, en esta casa no entrará el viento de la calle”, grita la déspota señora en la boca del actor Eusebio Poncela. Tal y como escribió Federico García Lorca en la pieza de 1936, Bernarda se acaba de quedar viuda de su segundo marido e instaura un riguroso luto para sus hijas, a las que obliga a vestir de negro y a llorar la muerte del padre en contra de su voluntad.

La única que se salva es Angustias, la mayor e hija del primer matrimonio, que tras recibir la herencia se promete con el muchacho más apuesto del pueblo, Pepe el Romano, interpretado en esta ocasión por la actriz Julia de Castro. La opresión de la tradición católica y del machismo es la doctrina que emplea Bernarda Alba para atar a sus desgraciadas sucesoras. Un ambiente que se recrudecerá cuando la benjamina de la familia, Adela, comience un affaire con el novio de su hermanastra.

Como recuerda la directora Carlota Ferrer, el título de la obra no es casual. Lorca es el catalizador de “un discurso feminista radical, es decir, que intenta viajar a la raíz”. Esto no es la casa de Bernarda Alba no esconde al público que los protagonistas son varones mediante recargadas pelucas ni kilos de maquillaje y, paradójicamente, ahí radica el mensaje feminista. “Que ellos se pongan en la piel de algo que les es ajeno, para mí cobra mayor dimensión. La opresión a las mujeres somos todos”, asegura la dramaturga.

Confiesa que le sorprende el alcance de esta decisión, que “La casa de Bernarda Alba solo con hombres” sea lo único que se oiga por las calles y se lea en los titulares. Sin embargo, también aplaude que sirva para abrir el debate. “Por desgracia, nos hemos acostumbrado a ver a las mujeres oprimidas. Incluso en las campañas de violencia de género aparecen ellas llorando y dando cuenta de sus desgracias. Puede que por eso lo hayamos normalizado”, teme Ferrer.

“Al poner en boca de hombres actores y bailarines las palabras de Federico (cuyos personajes manifiestan el deseo de ser hombres para poder gozar de libertad), se evidencia la fragilidad de la mujer ante el dominante orden heteropatriarcal y su gestión del mundo a través del miedo”, explica la directora. Anteponiéndose a los puristas, Carlota Ferrer asegura que el propio Lorca manifestó en vida el deseo de “tener el dinero suficiente para ver sus obras representadas de forma distinta”.

Esto no es la casa de Bernarda Alba no solo se sirve del intercambio de roles para revisitar el libreto del poeta granadino. Entre el negro, los tules y las paredes blancas de la casa, reconocibles en la obra, se introduce la música en directo, la danza y el arte contemporáneo. Un proyecto que esperan que reúna, como el funeral del esposo de Bernarda, a 200 personas al día como mínimo, “aunque no sean mujeres vestidas de luto”, dicen entre risas.

Las mujeres de Federico

Hace unas semanas, la Liga de Mujeres Trabajadoras del Teatro denunció, en un manifiesto titulado Una profesión de putas, los abusos y la desigualdad sistemáticos sobre las tablas. En ese contexto, ¿no sorprende que una obra 'feminista radical' no incluya apenas mujeres en el plantel? Carlota Ferrer y el dramaturgo José Manuel Mora, premio Max 2015 que firma el libreto, encuentran la respuesta en el propio Lorca.

“Federico García Lorca proyectó la problemática social de las mujeres en su obra. Habla a través de ellas sobre la necesidad de creación, de la maternidad o del amor no correspondido. Si un hombre escribe sobre las cuestiones de las mujeres, ¿por qué no pueden ser representadas por otros hombres?”, se pregunta Ferrer.

Mora suscribe estas palabras de inmediato y añade que así se transgrede el concepto de género, un debate que está alcanzando límites insospechados en la actualidad. “La paradoja es un terreno muy fértil para el teatro, además. Lo ha sido siempre”, concluye.

En el escenario, todos los actores y bailarines se reconocen como feministas. Alto y con orgullo. “Habría sido una contradicción haber realizado esta obra a través del método heteropatriarcal del teatro”, dice un componente del equipo de danza. Le otorgan este mérito a la directora de escena, experta en destacar la femineidad en la obra de Lorca, no solo en Bernarda Alba, “sino también en Bodas de sangre, Mariana Pineda y en Yerma”.

Pero si en algo tienen razón los creadores es en que no debemos quedarnos en la foto de un grupo de hombres con faldones. Lo importante es que, en los tiempos que corren, la obra de un teatro público se reconoce como feminista radical sin miedo. Que los actores se colocan por fin en la piel de sus compañeras para exigir su respeto. Que no han cambiado tanto las cosas en noventa años. Y que siempre es buen momento para recuperar, transformar y representar el legado de Federico.

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