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Todo lo que tiraste está de moda

Un antiquísimo ordenador Apple / Foto: Bruno Cordioli - Flickr

Raúl Minchinela

Entre los fanzines los libros y las ilustraciones, el festival Gutterfest de autoedición celebrado en Barcelona guardaba una sorpresa para los visitantes: en varias mesas, chavales que rondaban la veintena vendían casetes caseras de música. Tenían las portadas dibujadas a mano y la caja de plástico se camuflaba bajo una sobrecubierta de cartón con un nudo de hebras de rafia. Tecnología obsoleta decorada con pretecnología, artesanía de la era postindustral. Sesiones confeccionadas escuchando los temas con el dedo en el botón de pausa, igual que en las ferias medievales se vende papel prensado a mano. Acervo de la era de los formatos abandonados.

“Las limitaciones de una generación se convierten en la estética de la siguiente”, comenta Ed Halter en el documental 8-bit. En la era del VHS nuestros programas grabados lucían textura saturada y ondulada porque no había remedio, hoy la estética VHS se falsea voluntariamente con filtros de postproducción que añaden ruido analógico y deforman la firme cuadratura del píxel. Hoy la textura es una opción y por tanto una declaración de intenciones, una afirmación sobre una normalidad mucho más fiel y de mayor resolución. Las limitaciones del pasado formuladas en el presente son una estética dispuesta para enunciar, apropiar y ostentar. Un patrimonio, una antología, un florilegio de los restos del progreso técnico y la obsolescencia programada. Ruinas de ignotas civilizaciones que rebobinaban.

“El empleo de tecnologías obsoletas ayudan mejor a comprender la distancia entre la imagen y su significado”, defendía Javier Arbizu al hilo de sus obras realizadas en carrete fotográfico y en película de 16mm. La frase se puede aplicar sobre la lista completa de formatos que están siendo recuperados: películas de Super 8, casetes de 8 pistas, consolas de 8 bits, cintas de VHS, cámaras Polaroid, móviles sin conexión a internet, televisores de tubo. La creación de nuevas obras con obsoletos formatos analógicos establece el formato como material y como lenguaje. Como un factor que se elige, no un soporte accidental por coincidencia en el tiempo.

Otro cariz distinto tiene la reformulación de elementos modernos sobre formatos del pasado, que hace un salto temporal donde se mezclan las opciones estéticas y el sentimiento nostálgico. El francés Julien Knez creó un tumblr con versiones en carátula VHS de películas contemporáneas, estampando el estilismo de videoclub sobre los carteles actuales, dando a la novedad una pátina de camino trillado. El proyecto 8 bit map maker de Jay Bulgin toma cualquier barrio de Google Maps y lo convierte en un escenario de videojuego de 8 bits, listo para colocar sprites de Mario en las calzadas de nuestro distrito. El lenguaje no se encierra en las galerías y se extiende por las publicaciones de quiosco. Cuando la revista Bloomberg markets quiso representar al economista Krugman como “académico combativo”, optó por representarlo como un personaje de videojuego de 8 bits. Hay festivales que trufan su programa de acciones en soportes obsoletos, como el S8 de A Coruña, y hay tiendas que centran su venta en videoconsolas fuera de fabricación, recuperadas de viejos coleccionistas y para nuevos curiosos.

Los jóvenes no tienen nostalgia por las innovaciones que ya conocieron superadas y por eso sus desventuras con los viejos aparatos revelan los factores que siguen vigentes. La serie de Youtube Chavales reaccionan ante... (Kids react!) pone a adolescentes y preadolescentes delante de aparatos cuyo funcionamiento deben resolver de forma instintiva. Ante un teléfono fijo, se asombran de las dificultades del dial giratorio. Ante un walkman, tardan una eternidad en imaginar que se abre, y descubren con horror que las canciones vienen en cartuchos que se insertan y que no te permiten saltar de inmediato a la siguiente canción. La música es un casete material, la película es una cinta tangible, queda un rastro físico de las horas invertidas. Cada experiencia tiene asociado un objeto, el extremo opuesto a la volatilidad de la era de los inalámbricos.

La virtualidad de los archivos almacenados en la nube, que permite un consumo sin un rastro de objetos, no ha interrumpido la pasión por lo físico. De todos los aparatos viejos que hay en mi casa, el único que capta la atención de las visitas es la máquina recreativa, un mamotreto de bar con ceniceros a los lados que permite disfrutar viejas partidas de pago. Cualquiera de los juegos que aparecen en esa pantalla gigante se puede emular en los aparatos de sus bolsillos, pero en la recreativa pueden forzar los mandos y aporrear los botones. Es una máquina diseñada para aguantar a los vándalos, más resistente que los mandos de consola. Jugar con saltos y golpes constituye un ritual atávico, recrear tiempos más brutos con aventuras más simples, una danza que entronca generaciones de videojugadores.

Obsolescencia... futurística

La fascinación digital por los formatos analógicos también proyecta hacia adelante los posibles componentes obsoletos que conformarían la estética del futuro. El artista británico James Bridle lleva un lustro recopilando los indicios en su tumblr New Aesthetics donde asoman los diálogos de Whatsapp, los filtros de Instagram, los Captchas que nos identifican como humanos, los catálogos que nos devuelve Google cuando buscamos imágenes, las nubes pixeladas de error cuando falla la señal de la TDT. Las limitaciones de hoy que mañana serán identidad.

“Todo lo que alguna vez tiraste ahora es trendy”, resumía un rotativo mexicano sobre la recuperación de los formatos analógicos en la era digital. Algunos han trascendido hasta convertirse en puro significante. Los niños que hoy trastean con el móvil preguntan a sus padres qué es ese dibujo que aparece en el botón de guardar. El icono del disquete informático de 3.5'' ha sobrepasado el objeto y hoy se festonea inmaterial, como un remanente de otro tiempo, igual que los doctores de hoy, muchos sin saberlo, incluyen el ojo de Horus en las recetas médicas como tradición milenaria. Es el poso de lo abandonado lo que conforma el sustrato identitario. Un sustrato que no pertenece a quienes lo vivieron, porque no podían evitarlo, sino a quienes han tenido elección y entre cosas más exactas, más cómodas y más neutrales, han decidido hacerlo suyo. La recuperación analógica en la era digital tiene nostalgia de los contextos perdidos pero también una afirmación de la diferencia. Las buenas ideas son para todos, pero las abandonadas son solo nuestras.

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