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Un relato de torturas en primera persona para no olvidar el pasado en Irán

Un relato de torturas en primera persona para no olvidar el pasado en Irán

EFE

Teherán —

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Tras cruzar las puertas de la antigua cárcel iraní de Ebrat, uno de los expresos guía a los visitantes por sus salas de interrogatorio y celdas para narrar en primera persona las torturas sufridas en este lugar durante la época del sha.

Situada en el centro de Teherán, esta cárcel es hoy un museo que recuerda con una mezcla de rigor histórico y propaganda el suplicio vivido por aquellos que se opusieron al régimen de Mohamad Reza Pahleví, derrocado en 1979 por la Revolución Islámica.

Los antiguos presos no lo pueden olvidar. Es el caso de Ahmad Sheij, de 62 años, quien fue trasladado a Ebrat en el año 1974 tras confesar uno de sus compañeros bajo torturas que transcribía a máquina los discursos del imán Jomeiní para su posterior difusión.

“Estuve unos tres meses en este centro de torturas. Primero el propio interrogador me pegó puñetazos y patadas y me golpeó con cables. Luego, con los ojos vendados, me ataron a una cama para darme latigazos y a la llamada silla Apolo”, explicó a Efe Sheij.

Esa silla, ubicada en una de las habitaciones de la tercera planta, tomaba el nombre de la nave espacial Apolo y era empleada para inmovilizar al preso, cubrirle la cabeza con un casco metálico y propinarle latigazos con distintos tipos de cables en los pies.

“Si el preso no hablaba, lo desnudaban y le daban descargas eléctricas, colocando los cables en lugares sensibles del cuerpo como los testículos”, recordó Sheij, quien agregó que dejaban a los reclusos en fila en la puerta para que pudieran escuchar los gritos de los torturados.

Otra de las técnicas de tortura más espeluznantes empleadas por los interrogadores del temido servicio de inteligencia del shá, la Savak, era la caja caliente. Metían en ella al preso y encendían debajo una hornilla para que abrasaran tanto el suelo como los barrotes de la pequeña jaula, de solo 80 centímetros de altura.

En cada sala, una serie de muñecos representan lo acontecido en ella junto a las herramientas de torturas y las distintas técnicas, que incluían asimismo colgar a los presos del techo y atarlos a los barrotes del patio en torno al que se estructuraba la cárcel.

El recorrido, marcado por pisadas rojas, simulando sangre, comienza en la sala de registro de los presos, donde les daban la ropa carcelaria y ya les vendaban los ojos, y acaba en las duchas, a las que con suerte eran conducidos cada dos semanas.

En el pasillo de las celdas, cuelgan los retratos de los hombres y mujeres que estuvieron aquí presos, entre los que destacan el actual líder supremo de Irán, Ali Jameneí, y el fallecido expresidente Akbar Hashemí Rafsanyaní.

“Entre los años 1971 y 1978 aquí solo había presos políticos y su número oscilaba de 200 a 900”, explicó a Efe el director del museo Ebrat, Qasem Hasanpur, autor del libro “Los torturados hablan”.

Hasanpur señaló que “ningún preso logró escapar de la cárcel” y que en las celdas de aislamiento -de dos metros por un metro y medio- a veces encerraban a hasta cinco personas, lo que les obligaba a “dormir por turnos”.

La cárcel estuvo en uso desde finales de la década de los 30 hasta un par de años después del triunfo de la Revolución Islámica, época en la que albergó a algunos de los opositores al imán Jomeiní, aunque esta etapa no se menciona en el museo.

La peor época fue a partir de 1971, cuando fue dominada por la Savak y las torturas “se hicieron más sistemáticas”, según el director del museo, que describió 90 tipos de malos tratos y cómo se curaba en la enfermería a los presos con el único objetivo de poder seguir torturándolos.

“Estar encerrado en Ebrat era un infierno”, subrayó Hasanpur, quien apuntó que al menos 57 murieron bajo tortura y que un gran número quedaron discapacitados y “todavía sufren el efecto del maltrato”.

Uno de los ejemplos es Sheij. “Sufro graves problemas de dientes y otros presos tienen problemas psicológicos, de riñón, de corazón o de movilidad por los golpes recibidos”, indicó.

Las torturas eras continuas porque los opositores al sha se negaban a confesar y, según Sheij, “resistían hasta donde les permitían sus fuerzas”.

Para este antiguo prisionero de Ebrat, que luego fue conducido a otras cárceles, es importante contar a las nuevas generaciones “la historia del pasado” para que no quede en el olvido, aunque los recuerdos son “muy amargos”.

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