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Tres biografías de escritores como nunca te las habían contado

Retrato de Charles Bukowski

Álvaro Macías

Las biografías dan una nueva vida a sus protagonistas. La de cada lector se remata mejor por lo que puede uno aprender de los errores y aciertos ajenos. Y la de los escritores son doblemente vida: la suya propia y aquella que van dejando para que el cedazo del paso de los años filtre sus miedos y forje las leyendas, que es lo que al final se imprime.

Casi como en las novelas, las biografías tienen una introducción, un nudo y un desenlace: la introducción es algo tan sencillo como mirar en Wikipedia cuándo y dónde nació el protagonista en cuestión; al nudo pertenecen las mínimas alegrías y largas tristezas que dan toda vida; y el desenlace es tan sencillo como mirar en Wikipedia cuándo y dónde murió el protagonista en cuestión.

Pero en ocasiones es más lícito que el autor de la semblanza, el tercero en discordia, incluso en las autobiografías, no dé todas las respuestas. Ahí es donde se llega a estos tres libros sobre escritores. Libros que también necesitan de la complicidad de sus lectores pues no lo dan todo masticado, sino que son más bien retazos impresionistas de la vida de los otros, los vencedores. Tres hagiografías de santos que nunca lo fueron.

Camus. Entre justicia y madre

José Lenzini y Laurent Gnoni

Camus recuerda a un chico de barrio argelino. Es él de joven, pero ahora tiene 44 años y se encuentra dando un discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura. 

Mientras, su madre Catalina mira fotografías. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé”, comenzaba su libro más famoso. El autor de El extranjero garabateó el octubre en que le anunciaron galardón sueco que su primer pensamiento fue para esa mujer hija de una menorquina que le dio a luz. Una justicia genealógica.

Pero hay justicias y justicias. De eso trata Camus. Entre justicia y madre, de esos momentos en la vida del escritor que le fueron confeccionando su traje impoluto. Un paisaje que perfila mejor al Camus que no se conoce, al tranquilo gentleman, pues quien escribe las hazañas de este Camus comiquero, José Lenzini, es uno de los más reputados expertos en él. 

Entre medias ha vivido la guerra, el odio, ha mirado al hombre de su tiempo y ha labrado con él un periodismo alto. Ha observado la sociedad con ojos de halcón en la caída, posicionándose, tomando partido, enemistándose con Sartre por un libro cuyo título es su propia geografía vital: El hombre rebelde

Tonos planos, viñetas grandes. Un cómic lleno de silencios le da la mejor palabra a Albert Camus, autor de La peste, filósofo de la libertad desde una templanza casi nihilista. Una biografía sobre el menos paria de los que se alejaron.

Alejandra Pizarnik/León Ostrov: cartas

Andrea Ostrov

27 de diciembre de 1960.

Querido León Ostrov:

Hace bastante tiempo que deseo escribirle y no sé qué impaciencia me detiene en mitad de las cartas, qué exasperación ante la pobreza de mi lenguaje. En fin, le envío unas pocas líneas para que sepa que estoy, que vivo, y que si no escribo es porque no puedo.

Esta muestra de la décima misiva entre Alejandra Pizarnik y su psicoanalista León Ostrov da fe de que leyendo a la argentina abrirse al folio uno entiende mejor el final que ella misma se deparó.

Se conocieron -ella inició su terapia más bien- cuando Alejandra acumulaba 18 años como 18 puñaladas. Su inexistencia le carcomía los ojos, vidriosos de no saber que la vida era otra cosa. Cuando trota y llega a París se siente aún más en deuda con Ostrov. En esa época (1960-1964), el volumen de cédulas se intensifica. Se puede conocer a la poeta poniendo la lupa únicamente en ciertos desvíos de su camino. Este fue uno. Uno largo.

Literatura y filosofía se unen de forma epistolar a los paseos que da cuando se siente sola, a los poemas que va escribiendo y que no adjunta para no certificar su abismo, para hablarle de Julio o de Simone, amistades gordas que le sacan alguna que otra sonrisa sin necesidad de incluirles el apellido Cortázar o Beauvoir.

Alejandra era un pájaro que le tenía miedo a volar. Y eso se va dejando caer también en cómo León le responde, cómo se va dando cuenta de sus dudas, cómo va intuyendo que hay que despedirse siempre muy fuerte de ella, para atarla a una respuesta que le impida llamar antes de tiempo a la parca.

Pizarnik comparte sus fantasmas familiares, su nostalgia por lo que no ha vivido en un libro que dota a su vida de cierto disparo que no fue. Se incluyen además los facsímiles que reproducen la correspondencia original, por si algún caligrafista quiere aprender la letra y la firma de una mujer más fuerte de lo que pensó, pero a quien se le fue cayendo el alma por las esquinas.

Peleando a la contra

Charles Bukowski

Palimpsestos erróneos, vivencias reales, mentiras con trasunto, alter ego con más de lo segundo que de lo primero, mierda y arte. Así básicamente se va componiendo esta biografía que recoge escritos del propio Charles Bukowski o Hank Chinaski hasta hacer un tremendo puzzle en el que hay piezas que no encajan.

La obra sigue un extrañísimo orden cronológico, como si Bukowski hubiera comenzado a escribir cuando gateaba y lo plasmó en La senda del perdedor y no hubiera acabado a pesar de aquel poema (bluebird) donde admite que no llora.

Peleando a la contra es un hachazo tras otro, calada y whisky en garganta ajena. Se lee como si te lo recitaran en una voz muy ronca, con la agilidad del día a día que pasa sin que te des cuenta, mientras un escritor baja Hollywood Boulevard porque quiere el periódico, follar y quizá un bistec. Luego se acercará a la máquina de escribir (“donde sucede la magia”) y lo narrará en primera persona, en tiempo real, reflexionando a veces, tocando en quien recibe su mensaje un tuétano que se desconocía.

No escatima en mayúsculas. Apuesta en los caballos mirando en la pezuña una frase salvaje. Se van hilvanando su juventud y sus miedos, sus tremendísimos defectos y las mamadas que recibe como si la podredumbre de vomitar cada mañana las cervezas de la noche anterior fuera algo inquietantemente atractivo para el lector. Y lo es. 

Bukowski se arrastra en cada página, avanza porque le empuja algo que adora pero repugna. Pelea porque la vida es luchar, enloquecer, volver a vestirse. Bukowski es su propio enemigo. Y este libro mirar muy de cerca una batalla sin vencedores o vencidos.

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