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Los últimos de Filipinas, según el fraile que los acompañó

Los últimos de Filipinas, según el fraile que los acompañó

EFE

Sevilla —

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Casi 120 años después del famoso asedio de Baler, hazaña conocida como “Los últimos de Filipinas”, se ha publicado el testimonio de fray Félix Minaya, el franciscano que estuvo con los últimos soldados que defendieron la colonia española incluso cuando la guerra ya estaba perdida.

“Defensa de Baler” es el título de este testimonio que, publicado ahora con el subtítulo de “Los últimos de Filipinas” en edición del historiador Carlos Madrid, director del Instituto Cervantes de Manila, ha permanecido inédito durante más de un siglo, conservado en el Archivo Franciscano Ibero-Oriental de Madrid.

El autor del manuscrito, fray Félix Minaya, a sus treinta años vivió 290 de los 337 días que se defendió un destacamento español, asediado en la iglesia del pueblo de Baler, en uno de los lugares más inaccesibles de Filipinas.

Minaya, que estuvo acompañado en aquella aventura por el también franciscano Juan López Guillén, debió de escribir su relato, que ahora, en libro, se extiende por casi medio millar de páginas, al salir de prisión y regresar a Manila, según la investigación de Carlos Madrid.

Para entonces, advierte Carlos Madrid en su introducción a esta primera edición, la inusitada defensa de Baler ya se había convertido “en un episodio mítico para el público español”.

Durante la guerra de 1898 contra los Estados Unidos, un destacamento de cincuenta soldados españoles con sus oficiales fue cercado por los insurgentes filipinos en la iglesia de Baler, donde resistieron durante 337 días, al término de los cuales sólo sobrevivieron 35 hombres.

El relato de Minaya ofrece detalles sobre la moral de los sitiados, como cuando los filipinos dispusieron de un pequeño cañón con el que dispararles, pero sin lograr hacerles puntería por impedirlo los más certeros disparos de los españoles, de tal modo que cuando los proyectiles del cañón pasaban por encima del techo de la iglesia los soldados ofrecían a voces un premio de cinco pesos para el artillero y un peso extra si les hacía otro disparo.

También describe el sacrificio y los padecimientos de los soldados, cómo transcurrieron los últimos momentos de algunos y las extremas circunstancias en las que recibieron o no los sacramentos, y también cuenta cómo fue el día a día de una resistencia épica que, aún mientras duró, cobró fama por la tenacidad de los resistentes, que llegaron incluso a desoír a las autoridades españolas que les comunicaron la derrota definitiva para que se rindieran.

Para Carlos Madrid, Minaya posee una “marcada ventaja sobre otros cronistas” porque “no estaba condicionado por el peso de la responsabilidad militar”, sino que escribió “cumpliendo un deber no sólo para su conciencia y para su provincial o hermanos de la orden, sino que lo hacía además con la distancia y prevención del que sabe que escribe para la historia”.

Esas virtudes, a juicio de Madrid, otorgan valor al testimonio por encima de su calidad literaria, ya que el manuscrito quedó sin corregir y el segundo de sus cuadernos, en cuyas páginas se cuenta el sitio de Baler, está escrito “en renglones apretados, casi como un único párrafo redactado por quien no está preocupado por aspectos formales o literarios sino por extraer de su memoria un caudal de hechos”.

Minaya escribió estas memorias entre 1902 y 1903, por lo que aún no había leído el libro “El sitio de Baler”, publicado en 1904 por Saturnino Martín Cerezo, que obtuvo un gran éxito además de convertirse en la narración más conocida sobre la hazaña, que fue llevada al cine en 1945 y de la que estrenará una nueva versión en diciembre.

Félix Minaya Rojo nació en Almonacid de Toledo en 1872, se hizo fraile con quince años, llegó a Filipinas en 1895, en 1926 fue nombrado Comisario Provincial de Filipinas y falleció en 1936.

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