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Los fluidos también se esculpen

Miquel Navarro en su exposición en el IVAM.

Majo Siscar

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Cualquiera que haya pisado Valencia conoce la obra de Miquel Navarro. Su famosa Pantera Rosa, de 22 metros de altura, marca la entrada a la ciudad del Túria desde el sur, y el Parotet domina otras de las glorietas al este de la ciudad. Es posiblemente el escultor valenciano vivo más reconocido, cuya obra forma parte de los fondos de museos de todo el mundo como el Guggenheim de Nueva York, el Pompidou de París o el Prefectual de Mie, en Japón, donde se pueden ver sus ciudades, arqueologías imaginarias de terracota, zinc, aluminio o bronce donde reinterpreta los paisajes urbanos a través de un gran número de pequeñas piezas que se extienden directamente sobre el suelo. Conjuntos de volúmenes básicos o transformados que se agrupan, interrelacionan y conectan apoderándose del territorio y dónde destacan totems fálicos que rompen las proporciones.

Pero Navarro es un artista complejo que experimenta todos los materiales y disciplinas, por eso la Fundación Bancaja ha decidido recoger 73 obras suyas entre las cuales hay también acuarelas, dibujos, fotografías y hasta videos. Más de cuatro décadas de creación condensadas en la exposición Fluidos, que puede verse hasta el 11 de noviembre en la sede de la Fundación, en la Plaza Tetuán de Valencia.

La Ciudad de las Torres, una de sus obras inéditas hasta ahora, interpela al visitante desde la llegada. Se trata de una composición de torres oxidadas de más de dos metros y casi uno de diámetro con muchos de los rasgos característicos de su obra como los conos, las fuentes tradicionales, los elementos industriales,... que ya se reconocen en la Pantera Rosa y que remiten a una energía telúrica ancestral muy mediterránea, ya presente en la Grecia clásica y Roma.

La siguiente sala te recibe con Figuras para la batalla, una ciudad casi mortuoria llena de pequeñas tumbas, recintos industriales y evocaciones de edificios coronados por un obelisco de aluminio marino macizo que supera los tres metros de altura y que, junto a otros tótems generan un conjunto poderoso, firme y amenazador. Una imagen que contrasta con la ciudad horizontal y terrosa de la Marjal, otra de sus obras inéditas y que enlaza con la infancia del escultor.

La comisaria de la exposición, Lola Durán, recalcó cómo las circunstancias vitales de Navarro han influenciado en su desarrollo artístico. Navarro ha confesado que él empezó a crear jugando con el barro de las acequias y el cartón, y que a veces se reconoce en ese niño que jugaba por aquellos campos de Mislata, ahora absorbidos por la ciudad de Valencia.

Sus ciudades tienen continuas referencias al agua, a las fuentes, caminos o chimeneas industriales. Todo va trazando un paisaje por dónde el ojo circula descubriendo nuevos significados en cada ítem. Ese nervio de las ciudades donde todo cambia, o el fluir del agua que surca la naturaleza modelando el paisaje, son flujos energéticos como los fluidos vitales del cuerpo humano, que también han marcado la trayectoria del escultor. La sangre, la saliva, el semen, aparecen en sus dibujos, fotografías y pinturas con el cuerpo como protagonista.

Un cuerpo mayoritariamente masculino, donde predominan los falos, los cactus, los puñales. “Son los machos dando caña, mutilándose, es la guerra”, dice Navarro al rebasar un conjunto de cuadros de guerreros peleando con el pene erecto que bautizó como Batalla con escarabajo.

“Hay un deseo y erotismo muy real y muy tangible donde el falo se asocia a la potencia, a la vida, pero hay una dualidad siempre en la obra de Navarro, y también encontramos el elemento sexual asociado al vacío, la soledad y la muerte”, ha resaltado la comisaria de la exposición, Lola Durán.

Navarro, quién escucha impasible, con las gafas de sol puestas, solo bromea: “a mi me preguntan si soy carne o pescado, y yo digo que soy nutria”.

Siente que su evolución ha sido sobretodo en la elección y el tratamiento de los materiales, que ha avanzado desde la terracota hasta el zinc, pero él se sigue sintiendo aquel niño que jugaba con barro en la acequia, casi alguien que hace baldosas. Por sus arqueologías urbanas se atreve a considerarse un “constructor, que no un arquitecto”. Construye desde el arte, “que no tiene la parte funcional, solo la espiritual”. Una espiritualidad muy sexual que fluye desde lo más primario hasta lo más urbano.

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