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PP: entre la hecatombe y el punto de inflexión

Isabel Bonig y Mariano Rajoy en Calp (Alicante).

Voro Maroto

El PP valenciano contiene la respiración y cruza los dedos ante las elecciones del 20 de diciembre, seguramente las más importantes de su historia reciente. Descontada la derrota de Alberto Fabra en los comicios autonómicos de mayo por los escándalos de corrupcion y la situación de quiebra de la Generalitat, el partido liderado por Isabel Bonig necesita una victoria de Mariano Rajoy tanto como el propio Rajoy.

Por varias razones. En primer lugar, para visualizar que el PP sigue siendo la única alternativa del PP para liderar España (y la Comunitat Valenciana) desde el centro-derecha. En segundo, para frenar el ascenso meteórico de Ciudadanos, que según todas las encuestas le roba votos a espuertas. En tercero, para consolidar el liderazgo de Bonig, elegida a dedo por la dirección de Madrid con el apoyo, más o menos forzado, de los barones provinciales del partido. Y, en cuarto, para trasladar la imagen de que la debilidad de un PSOE sin fuerza en Madrid convierte a Ximo Puig en un presidente de la Generalitat a merced de Mónica Oltra y Podemos.

En ese contexto, los candidatos del PP (por ejemplo, la número 1 por Valencia, Elena Bastidas) atacan a diestro y siniestro. Todos sus rivales son descalificados, y con tanta o más fuerza que los demás, Ciudadanos, un “partido clasista sin ideología ni proyecto”. Quedar por detrás de los de Albert Rivera sería un drama para los populares valencianos, que han hecho una renovación a medias -profunda para ellos, cosmética para casi todos los demás- en sus listas para el Congreso y el Senado, el cementario de elefantes donde ahora trabajan Fabra y Rita Barberá, exaxlcaldesa de Valencia.

El CIS apunta que el PP será el partido mayoritario en la Comunitat Valenciana, pero el resultado se puede interpretar como penoso (se les auguran 10 o 12 diputados; en las generales de 2011 obtuvieron 20) o como el suelo, en función de los resultados generales. Si Rajoy no retiene la presidencia del Gobierno, el PP debería acometer una profunda catarsis. El liderazgo de Bonig sería, con toda probabilidad, discutido.

Los ataques al Consell por las supuestas diferencias entre Puig y el binomio Compromís-Podemos (que acuden juntos a las generales) se diluirían en medio de la batalla política en un partido que afrontaría una revolución tras lustros de estabilidad. La pérdida de la hegemonía valenciana tras 20 años de poder omnímodo deja paso a otra fase: el caos (la hecatombe) o la estabilidad (el punto de inflexión) para intentar reconquistar el poder.

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