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Red de apoyo para mujeres prostituidas en tiempos de COVID: “Ahora con la pandemia me he quedado sin trabajo y no sé qué hacer”

La psicóloga del proyecto, María José Amorós, y la trabajadora social, Laura.

Emilio J. Salazar

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La COVID-19 ha golpeado todos los estamentos de la sociedad. Uno de los más vulnerables, el de las mujeres prostituidas, se está resintiendo especialmente tras dos meses de confinamiento en los que no han podido pisar la calle. A la soledad o el sentimiento de culpa, se suma ahora el hambre, una necesidad que conoce bien Cruz Roja, que ha tenido que adaptar su programa de asistencia que lleva en marcha 13 años en Elche, e Hiparquía, colectivo feminista y abolicionista local, que está entregando bolsas de comida en los pisos de las prostituidas.

“Estoy viviendo en un trastero en una primera planta de una casa muy antigua”, explica Maya, usuaria del servicio de Cruz Roja. “Y ahora con el coronavirus me he quedado sin trabajo y no sé qué hacer; soy hipocondríaca, tengo mucha fobia a las enfermedades”, dice en una entrevista en las instalaciones de la ONG. “Aunque la demanda sigue estando”, advierte María José Amorós, psicóloga de la organización y encargada desde hace más de una década del programa.

Esta italiana de 49 años, “si bien a los clientes siempre les digo que tengo diez años menos”, y prostituida desde los 32, es un ejemplo del cambio que se está encontrando Cruz Roja. En lugar de ser atendidas en la calle por personal de la entidad, ahora son ellas las que van a la sede a pedir para comer. “Les entregamos kits de comida, de higiene, ropa…”, explica Javier Pavo, director técnico local de la organización.

Este programa, que nació de otro inicial, el de intercambio de jeringuillas a drogodependientes, se completa con el de personas sin hogar. Con el equipo de Cruz Roja participamos en el modus operandi de todos los miércoles noche. Cargan la furgoneta con preservativos, comida y bebida y nos desplazamos a las dos zonas, constatando que ni en el parking improvisado del Hospital General, donde están las mujeres prostituidas enganchadas a la cocaína o heroína, ni en los alrededores de la Universidad Miguel Hernández, conocido por estar las travestis, transexuales y migrantes, hay nadie. El coronavirus ha barrido con esa estampa habitual.

“Ya hemos detectado que algunas drogodependientes salen por el día, en lugar de por la noche, por lo que vamos a cambiar nuestro horario”, explica Laura Cutillas, trabajadora social. Las que no tienen hogar, se encuentran en el albergue municipal levantado durante la pandemia por el Ayuntamiento y la organización DYA. Las que tienen casa, evitan salir. “Yo he decidido quedarme en casa por mi salud”, dice Carla, de 41 años. Esta ilicitana, transexual, reconoce que en su caso tiene unos ahorros que le permiten “ir tirando”, pero piensa en sus compañeras “y lo van a tener difícil”.

En su caso, valora el apoyo que le aporta Cruz Roja. “No sólo porque me dan preservativos, también me ayudan con otras cosas”. Ayudas que van desde las relacionadas con cuestiones administrativas: “Una de las eternas batallas es lograr hacerles un DNI, porque es que no tienen”, explica Laura Cutillas, a ayudas “más ambiciosas”, dice Javier Pavo, en el cargo desde febrero. “No podemos decir que el objetivo del programa sea sacar a estas chicas de la calle. Nuestro objetivo es amortiguar la situación que arrastran y si podemos plantearles una normalización de sus vidas, pues fantástico”, señala.

“Antes de la pandemia no podíamos ir a la calle a decirles ‘déjate la prostitución’ porque es una forma de juzgarlas y sólo lograrías que se alejen de ti”, explica María José Amorós. “Nosotras vamos a comprender, a escuchar lo que necesitan para que se sientan mejor, porque este es un trabajo de largo recorrido. Hay una parte importante de soledad. Para ellas, solo hablar con nosotras les hace mucho”, añade esta psicóloga.

Así, se han venido ganando la confianza de unas 50 personas con detalles. “Cuando les entregamos una tarjeta de felicitación por su cumpleaños y te dicen que ni habían caído en que era su cumpleaños, es muy duro”, confiesa Amorós. Así conoció Maya a las responsables de Cruz Roja. Explica que ella siempre ha necesitado “hablar con alguien, ya que, con este trabajo, poco amigos tienes”.

En su caso, cuenta que se introdujo en la prostitución cuando su hijo, recién nacido, fue diagnosticado de una enfermedad pulmonar que le obligaba a estar todo el día en el hospital. Fue en Alemania, con muchas reticencias iniciales, afirma, que acabó en ese mundo “para sobrevivir a final de mes”. Se creó una coraza. “Cuando traspasaba la puerta de la casa de citas, mi mente cambiaba el chip, era como otra persona, como una actriz”.

“Imagínate que te toca hacerlo con una persona con mal olor, fea, que no te interesa nada, fingir que todo es bonito y perfecto, aunque le huela la boca, aunque su cuerpo huela terrible después de mandarlo a la ducha”, describe. “Cuando salen de la habitación, me ducho cuatro veces, me desinfecto con vinagre”.

El retrato psicológico se completa con Charo, una travesti de Albacete que llegó a Elche en los años 60 con su familia para buscar trabajo. Trabajo que encontró en una fábrica de calzado, pero que acabó compaginando con el de la prostitución. A sus 73 años, y con 40 prostituida, “soy la veterana”, dice con cierto orgullo, es consciente de que el coronavirus le ha hará abandonar definitivamente un mundo que nunca le ha gustado.

“Si volviera a nacer no elegiría este camino, hubiera elegido tener una familia y haber sido feliz, que no lo he sido y no voy a serlo nunca”, se lamenta. “Me hubiese gustado ser o mujer-mujer, o ser hombre-hombre, en el mejor sentido de la palabra. Porque con esto de que soy ni blanco ni negro, gris, no lo he pasado muy bien”, explica, resignada.

Convenio con el Ayuntamiento

El Ayuntamiento se reunió la semana pasada con Cruz Roja para renovar el convenio de colaboración, por el que ha venido financiando unos 15.000 euros anuales, junto con una cantidad menor de la Conselleria, para un programa que tiene un coste de 90.000 que la organización extrae de cuotas de socios y donaciones. Para este año, los responsables del servicio han puesto el foco en la trata de personas con fines de explotación sexual.

“La figura del proxeneta no es el de las películas, está en casa, se llama marido y es tu pareja”, apunta María José Amorós. “Es una prioridad”, recalca Javier Pavo, consciente de la lacra que se da en esta ciudad y que están abordando en colaboración con la Policía Nacional. También lo es para el consistorio elaborar una ordenanza que permita multar al proxeneta o prostituidor, afirma el concejal de Igualdad, Mariano Valera.

El consistorio, gobernado por PSPV-PSOE y Compromís, también está ayudando al colectivo Hiparquía, cuyas integrantes sospechan que la trata está detrás de numerosos casos de mujeres a las que están entregando bolsas de comida desde el inicio del estado de alarma.

Tras hablar con ellas, a través de los anuncios de contactos y superar la desconfianza inicial, se acercan para ver cómo están. “Les decimos que no se preocupen, que no hace falta que nos veamos, les dejamos la comida en el portal, pero a veces acceden a vernos”, explica una de las integrantes de esta asociación defensora de la abolición de la prostitución, quienes también hacen la labor de psicólogas.

En total, han contactado con unas 20 personas, en su mayoría de Latinoamérica, algunas de ellas con hijos a su cargo, a quienes también compran comida y algún detalle; otras tienen a sus hijos en los países de origen y les envían el dinero que van reuniendo.

“No tengo palabras para decirles lo agradecida que estoy, las lágrimas se me salen de saber que aún hay corazones con tanta bondad y que piensan en nosotras”, les escribió hace unos días una mujer prostituida. “Si alguna vez pensáis que si todo lo que hacéis merece la pena o no, ya os digo yo que sí, que la merece y mucho, jamás olvidaré vuestra ayuda”, les puso en una nota otra.

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