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Trabajadoras en primera línea: ser cajera de supermercado en tiempos de pandemia

Decenas de personas cargadas de provisiones esperan para poder pagar en un supermercado.

Laura Martínez

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Si alguien quisiera ver cómo se comporta una sociedad en tiempos de crisis debería fijarse en los supermercados. Somos lo que comemos, pero también somos cómo compramos. La actividad en los supermercados es una de las permitidas por el Gobierno durante el estado de alarma; en otras palabras, uno de los pocos lugares abiertos al público durante la crisis del coronavirus. Su actividad es esencial y sus trabajadores necesarios.

Las trabajadoras de los supermercados −un oficio feminizado, como puede comprobar cualquiera que haya hecho la compra presencialmente− han sido testigos del comportamiento social desde que la epidemia COVID-19 llegara a España. Han comprobado la histeria colectiva, la desidia de algunas personas y la colaboración altruista de otras tantas.

Aunque todas las entrevistadas por eldiario.es destacan que sus empresas están adoptando buenas medidas, prefieren aparecer en el reportaje con pseudónimo, salvo una de ellas. Son Carla, Alba, Rita y Carmen; trabajadoras en los supermercados Charter (Consum), Eroski y Mercadona.

Sus empresas se han comportado de manera similar en esta crisis. Desde el decreto del estado de alarma cuentan con material de protección −mascarillas, mamparas, guantes y gel− y una explicación de los protocolos. Además, Consum y Mercadona han aumentado el salario de las trabajadoras en un 20% como plus de peligrosidad, una medida que Eroski no ha adoptado, y han dejado al personal considerado de riesgo con una suerte de baja médica en casa.

A pesar de la diferencia de edad y de la localización de sus lugares de trabajo, coinciden en evaluar el comportamiento de la gente. El caos, señalan todas, llegó la primera semana antes de que se decretara el estado de alarma: carros a rebosar de productos poco meditados −infinidad de bandejas de productos frescos, papel higiénico a mansalva y decenas de botellas de agua. “Una mujer preguntó si podía llevarse el palé de botellas”, cuenta Carla, cajera en un Mercadona de Valencia.

“No quiero generalizar, pero hubo mucho caos, vi poca solidaridad y empatía”, explica sobre la primera semana. “Imagina la cara de la gente que sale de trabajar y llega a las 8 y no tiene nada [para comprar]”, reflexiona. No obstante, reconoce que esta imagen se ha ido disipando a medida que ha pasado la pandemia y ahora prefieren valorar a las personas que voluntariamente compran para varias familias. Aún así, sigue habiendo quien se toma bajar a la compra como un paseo.

Esta joven vive con su pareja y expresa que no tiene demasiado miedo de contagiarse, ya que no reside con su familia. No obstante, sí aprecia cierto temor en algunos compañeros. “Yo no tengo familia de riesgo, pero entiendo que si viviera con mis padres les daría miedo. Mis compañeros comentan que les da ansiedad pensar en los trayectos”, comenta en referencia al uso de transporte público.

Las salas para personal están empapeladas con indicaciones sobre higiene, limpieza y desinfección y la dirección les ha facilitado dos mascarillas que se cambian cada semana. Los supermercados tienen marcas en el suelo cerca de las cajas, se controla el aforo con vigilancia en la puerta y se obliga a todas las personas a desinfectarse las manos y ponerse guantes al entrar. El ambiente en sus centros de trabajo ha cambiado bastante y trabajadores y compradores han tenido que adaptarse.

El miedo al contagio se observa en mayor grado en las personas que viven con su familia. Las jóvenes que han querido hablar con este diario no viven despreocupadas, pero relativizan la enfermedad, conscientes de que en sus cuerpos es poco probable que produzca grandes efectos, pero a su vez de que pueden ser portadoras. Son prudentes y creen que el resto de la población debería serlo; ven extrañadas cómo gente mayor sale de casa a diario a hacer la compra. “Está claro que es peligroso, pero lo dicho, si sigues las recomendaciones, no pasa nada. Han pasado tres semanas y ninguno de mis compañeros está contagiado, ni hemos visto nada raro”, explica Alba, otra joven trabajadora. Al ser de los pocos espacios abiertos y con un elevado tráfico de personas, los supermercados se miran como uno de los principales focos de contagio del virus; un riesgo para el consumidor, pero superior para los trabajadores en primera línea.

Trabajadoras como Carmen, empleada en un Eroski, están algo más intranquilas por la exposición diaria. En algún momento se han llevado algún susto, como uno de los primeros días, cuando un hombre se paseó tosiendo por todas las cajas. Las cajeras y reponedoras algo más maduras, responsables de la familia, se inquietan por la posibilidad de contagio. “Al final te acostumbras. Dejas las cosas en la puerta, lavas la ropa y te duchas”, explica.

“Cuando dijeron que se suspendían las Fallas vino la avalancha de gente a comprar y no teníamos ningún equipo de protección. Vaciaron la tienda. Se llevaron de todas las marcas, caras o baratas; cosas que habitualmente no se venden... Por ejemplo, la fruta se vende más que nunca”, relata, destacando incluso el aumento de ventas de congeladores de pequeño tamaño. Carmen ha tenido que doblar su jornada desde el inicio de la crisis sanitaria y en su empresa no se ha mencionado ningún plus por peligrosidad.

En los municipios alejados de las grandes ciudades la situación es algo distinta. Rita tiene 25 años y una hija pequeña y trabaja en un supermercado Charter en la comarca de los Serranos. Allí las mascarillas han tardado casi tres semanas en llegar, aunque guantes y geles fueron entregados el mismo día que empezó el estado de alarma. Tampoco tienen seguridad en la puerta, algo que de momento no les ha hecho falta.

En este municipio de interior, de población envejecida y mucho movimiento en los chalets durante el verano, Rita destaca el buen comportamiento de sus vecinos. No ha habido aglomeraciones y se ha respetado el aforo, aunque los carros de los primeros días fueron hasta arriba. “Hay gente que compra para gente mayor y el ayuntamiento ayuda a hacer las compras, contacta con las personas a través del hogar del jubilado”, explica Rita, que señala que aún así “hay gente que va a pasar el día” a la tienda.

“Hay mucha gente que ha venido de los chalets, pero otra mucha es nueva. Este mes hemos hecho la misma caja que en verano”, señala sobre la afluencia de consumidores. Destaca que en las últimas semanas ha aumentado enormemente la venta de harinas y levaduras. El confinamiento saca el lado repostero.

Pese a la cuarentena, la afluencia turística no cesó en los primeros días. No en vano, la Policía Nacional puso varios miles de multas y los servicios sanitarios de municipios costeros atendieron a 3.700 personas de otras comunidades autónomas. Alba pudo comprobar esta llegada en uno de los Mercadona de Dénia, uno de los destinos turísticos por excelencia en España, que se llenó de personas de Madrid el primer fin de semana, cuando no se habían tomado las medidas restrictivas.

Su supermercado ha comenzado la distribución de gafas protectoras para los empleados y ha habilitado varias medidas para ancianos, discapacitados, embarazadas y personal médico o Policía: entran sin hacer cola en la tienda, el personal les ayuda a hacer una compra rápida y tienen una caja con preferencia.

“La tensión está presente en todo momento”, explica esta joven, que lamenta que haya personas poco comprensivas con el trabajo que realizan: “Hay malas contestaciones, malas caras, quejas llamando al 900 [el teléfono de atención al cliente]”. “Hay gente que nos da las gracias, aplaude, hace muchas cosas por nosotras y nos entiende. Pero hay otros que estaban acostumbrados a venir a diario y vienen a por cosas innecesarias, cerveza, chocolate...”, expresa. Con el tiempo, los ánimos se han calmado, “la gente se ha ido relajando un poco. Vienen, compran para pasar varios días y se van. Otra gente sigue su rutina de venir diariamente, gente mayor que va sin protección”, comenta.

Pese a su situación, las trabajadoras piden a la población que sea comprensiva y racional en sus compras y no haga de la necesidad una excusa. Al otro lado, recuerdan, también hay personas.

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