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Maffesoli: “La precariedad perdurará, no habrá solución, pero tenemos que ser astutos”

El sociólogo francés, Michel Maffesoli y Vicent Flor, director del la Institució Alfons el Magnànim, este miércoles en el MuVIM.

Laura Julián

Valencia —

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Al sociólogo francés Michel Maffesoli no le gusta hablar de conceptos, prefiere las palabras porque son “provisionales y pertinentes”. Maffesoli recuerda, parafraseando a Albert Camus, la importancia de ser precisos en el léxico, ya que “nombrar mal las cosas provoca la infelicidad del mundo”. Por eso este sociólogo, pionero en teorizar sobre “tribus urbanas” y reconocido como uno de los fundadores de la sociología de la vida cotidiana, siempre hace precisiones semánticas y rebusca en el latín para explicar fenómenos presentes. “Hay que encontrar las palabras exactas”, vuelve a incidir.

Autor de obras como El tiempo de las tribus (1990), Elogio de la razón sensible: una visión intuitiva del mundo contemporáneo (1997) o De la orgía: una aproximación sociológica (1996), Maffesoli es también profesor de la Université de Paris V René Descartes y fue el encargado de estrenar este miércoles el primero de Els Debats del Magnànim de 2019, que tuvo lugar en el MuVIM de València con el título Llibertat i control social. Con traje y pajarita roja, Maffesoli parece capaz de responder a cualquier pregunta del público. “¿Qué opina sobre la intimidad?, ¿qué es lo mejor y lo peor de este mundo?, ¿podremos acabar con la precariedad en el futuro?”.

Maffesoli lleva más de treinta años reflexionando sobre las mutaciones de fondo de la sociedad occidental, centrándose en analizar la modernidad y la posmodernidad. El sociólogo defiende que la sociedad vive un cambio de época y que se han abandonado ideales de la modernidad vinculados a la racionalidad y al trabajo, para dar paso a otros pilares básicos como el tribalismo (vivir en tribus), el presentismo (pensar en el presente) y la emoción. “Es el fin de un mundo, pero no el fin del mundo. Estamos viviendo esto actualmente ”, afirma.

Según su tesis, sitúa el fin o el colapso de la modernidad a mediados del siglo XX, marcada por las revueltas juveniles en Europa: “Fueron el fin de la modernidad y representan el cambio y el espíritu de la época; igual que hay cambios climáticos, hay cambios espirituales y culturales”.

Maffesoli aprecia una tendencia hacia la tribu en la que “ya no prevalece el individuo porque hemos pasado a la persona”. “Ahora el ‘yo’ es otro, hay un cambio de identidad o identificaciones múltiples y diferentes roles” y vuelve al latín para explicar que “persona” significa “máscara”. “Según donde estemos cogemos una máscara u otra”, explica.

El autor argumenta que las tribus posmodernas comparten gustos sexuales, religiosos, musicales y ahora la persona, en su pluralidad, suscita “pequeñas tribus que no se cierran en una identidad ni en una clase social”. “Ya no predomina el valor del trabajo, ahora hablamos de creación, que es una de las marcas de la posmodernidad”, apunta. En la posmodernidad, se cambia también de la cantidad a la calidad y se vuelve al arte.

Según el sociólogo, el contrato social acuñado por Rousseau es “el esqueleto a partir del cual se pudo organizar la arquitectura de la modernidad”. Una modernidad cuyo “valor por excelencia” fue el trabajo. “En la relación individuo-trabajo se ha basado la modernidad, es decir, si trabajas eres alguien”, explica el sociólogo. Según su tesis, en la modernidad una persona autónoma se realiza a partir del trabajo y eso conlleva un “utilitarismo” de las personas. “Te conviertes en un objeto del mundo, de los otros, de uno mismo, solo vale lo que sirve”, apunta. “El utilitarismo es la gran marca de la modernidad”, asegura.

Vuelta al ‘carpe diem’ y al mundo de los sueños

Respecto a la “triada temporal” (presente, pasado y futuro), asegura que hay sociedades que han basado sus pensamientos en lo que pasó, lo que pasa o lo que pasará. Por ejemplo, según el autor, en la temporalidad moderna, la sociedad miraba hacia el futuro y soñaba con “el progreso” y en “lo que vendrá”. “Esto solo lleva a una tensión individual y colectiva”, afirma.

Pero en esta “cultura en gestación” se vuelve al presentismo: “el aquí y el ahora”. “Estamos al final de una civilización y principio de otra. La imagen de la espiral, el cambio dinámico, es lo que tenemos que tener más presente”, recomienda. Porque esta posmodernidad tiene cosas buenas y malas.

Durante la modernidad, tal como explica, se abandonaron dimensiones humanas como la espiritual, la imaginaria, la religiosidad o el mundo de los sueños a causa del peso de la razón. No obstante, esta recuperación de dimensiones en la posmodernidad, que podría verse como “un signo positivo de nuestro tiempo”, también puede provocar expresiones como el fanatismo religioso.

Sobre el futuro, apunta, no se superarán ciertos males. “La precariedad perdurará, no habrá solución, pero tenemos que ser astutos y ver que también están surgiendo nuevas formas de generosidad”, explica.

En el debate sólo se pudo ver un pequeño resumen de su producción teórica, pero no se olvidó de recomendar a Miguel de Unamuno como un autor al que “todos deberíamos leer” y citó a otros pensadores del pasado como Albert Camus, Kant, Montesquieu o Foucault. “Cada época sueña con la siguiente y ahora tenemos el reto de no hacer que se convierta en una pesadilla”, sentenció.

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