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Sobre este blog

Aquest blog, que coordina Josep Sorribes, respon a una iniciativa de l'associació Malalts de ciutat, amb la intenció d'aportar idees i reflexions al debat multidisciplinar sobre les ciutats del nostre temps, començant per València.

Kirkeby perdido en el río

El antiguo cauce del río Túria a su paso por Valencia

Chema Segovia

Valencia —

Al lado del Pont de les Arts, existe una escultura que todos habréis visto de reojo al pasear por el cauce del río, pero a la que apenas nadie ha prestado atención desde hace años. Se trata de una pieza firmada por Per Kirkeby, un artista de reconocido prestigio dentro de los circuitos legitimados (y legitimadores) del mundo de las artes plásticas. La obra es una construcción de ladrillo que, cuando se identifica como pieza artística, huele de lejos al tipo de esculturas que los primeros ayuntamientos progresistas sembraron profusamente por calles, plazas y jardines pasada la crisis con la que empezó nuestra democracia. Esas esculturas anunciaban que el progreso y la modernidad habían llegado por fin a España. Para que nos hagamos una mejor idea, no faltó un Kirkeby en la Expo '92.

Perdido en el paso del tiempo y sobre todo en el ritmo del parque en el que se ubicó, el Kirkeby nunca pudo imaginarse que quedaría manchado por la compañía de un transformador eléctrico, un bombo de basura, unas vallas, varios grafitis y un par de décadas de orines. Aunque eventualmente algún particular haya llamado la atención sobre la indecorosa situación de la pieza, parece que el momento de devolverle la honra se acerca, pues el IVAM ha anunciado que está interesado en rescatar la escultura del degradante trato que le da el Jardín del Turia para ponerla a cobijo en su futuro Pati Obert.

La entrada en juego del arte y la excelencia, la entrada en juego del museo, encienden un foco sobre la profanación del objeto y hacen que automáticamente se juzgue como un hecho indigno, sin circunloquios ni posibilidad de réplica. Esta vez sí, se alzan voces que celebran que al fin se enmienden años de ofensa y, muy metidas en el papel, aprovechan de paso para demandar una pedagogía que eleve la altura cultural y con ella el civismo de la gente.

La escultura junto al Pont de les Arts, debidamente “desinfectada” de su contacto con la vida urbana, será trasladada a la trasera del IVAM. Allí encontrará un sitio apropiado para ella, un lugar en el que nadie podrá orinarle encima por vulgar desconocimiento, porque estará cerrado por las noches, y porque en horario de apertura, el aura del museo dejará claro y fuera de toda duda que esos ladrillos no son una cosa cualquiera, sino arte, un elemento de valor de nuestro patrimonio cultural (aunque nadie sepa muy bien qué es eso exactamente).

El Pati Obert del IVAM será un tipo de espacio bien distinto del Jardín del Turia, porque el tipo de cosas que un espacio y el otro permiten y no permitirán que sucedan serán bien distintas. Es fácil de entender que el Pati Obert tendrá un poco de sala de exposiciones. Pero no intento poner en evidencia la decisión de hacer un jardín de esculturas argumentando que aquello no será un espacio verdaderamente vivo. Aunque el debate exige mayor espacio, creo que tener un rincón tranquilo en El Carmen, donde las personas mayores puedan sentarse sin necesidad de pagar consumición y que sirva a los colegios para hacer aproximaciones al arte moderno a la luz del sol, está mejor que bien. También creo que hay que esperar a ver en qué se materializa realmente el Pati Obert y que las pistas que se van dejando caer apuntan a veces en direcciones contradictorias.

Lo que me interesa resaltar en este texto es la autoridad del museo como encargado de la “conservación” del arte en el sentido más literal: poniendo su mirada sobre la escultura del Jardín del Turia, extrayéndola del lugar para el que fue ingenuamente pensada, despojándola del tiempo que le ha pasado por encima, alterando el relato que la envuelve, reubicándola en nuestro marco cultural e incluso en el social, ahora envuelta en ámbar.

Kirkeby, perdido en el ritmo del río, delata una de las falacias en las que tradicionalmente se ha parapetado el museo como institución, que es la supuesta autonomía del arte. Esto es, el arte como cosa de individuos geniales, seleccionado y custodiado por “gente culta” capacitada para ello, expuesto con una cartela de lenguaje y relato parcialmente opacos al no familiarizado, presentado como espacio elevado que solicita la esforzada adhesión de quienes lo observan desde abajo.

En cambio, Kirkeby, perdido en el ritmo del río y en compañía del transformador eléctrico con el que tan redondo diálogo entabla, nos cuenta muchas más cosas sobre el mundo en el que vivimos de las que probablemente nos cuente en el Pati Obert. La más potente de todas, la forma en la que grandes símbolos con los que los poderes quisieron marcar su presente a veces pierden su significado al estar inmersos en el avance de la historia cotidiana y la falta de dramatismo que hay en algo tan natural y al mismo tiempo tan subversivo.

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