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El fracaso de una negociación

Mónica Oltra, Ximo Puig y Rubén Martínez Dalmau firman el segundo pacto del Botànic

Adolf Beltran

Valencia —

El segundo Pacto del Botánico se ha firmado pese a que fracasó la negociación para hacerlo posible. A unas horas del debate de investidura de Ximo Puig para su segundo mandato como presidente de la Generalitat Valenciana, tras dos semanas de reuniones entre las tres partes, PSPV-PSOE, Compromís y Unides Podem no habían llegado a un acuerdo. Es más, la negociación había quedado rota. Son cosas de la fe en el poder de desgaste de las reuniones, tan común entre los políticos y en ocasiones tan poco fructífera.

Fue un encuentro de ultimísima hora entre los líderes de las tres formaciones, durante el cual destacan algunas versiones que se oyeron gritos en el Palau de la Generalitat, hecho completamente inusual, como todo el mundo sabe, en tan noble e histórico escenario, el que precipitó la solución. Puede que una combinación previa de contactos entre los dirigentes que acabarían compareciendo sonrientes en el castillo de Santa Bárbara, en Alicante, para elogiar las virtudes del diálogo hubiera ayudado a llegar con más elegancia a un pacto inevitable. También habría ayudado alguna dosis de lealtad.

Ignoro si la estrategia negociadora de los socialistas tiene copyright, si fue una improvisación del portavoz parlamentario, Manolo Mata, asesorado por el veterano Ciprià Ciscar, o se concertó con el propio Ximo Puig, pero una buena parte del problema en la mesa de negociación vino del hecho de que los dos socios del Gobierno, los que han compartido gestión durante cuatro años con resultados más que aceptables, carecían de una posición de mínimos sobre cómo alojar al nuevo invitado. En la práctica, el PSPV-PSOE engrasó las expectativas de Unides Podem hasta hacer creer a los morados que podrían erosionar el poder de Compromís en el nuevo Consell más allá de lo que resultaba razonable. La idea de los socialistas era obvia, que Compromís y Podemos de despedazaran.

Compromís, por su parte, dio la impresión contraria. Escaldada todavía por el adelanto de las elecciones autonómicas decidido unilaterlamente por Ximo Puig, la coalición parecía carecer de una estrategia definida, más allá de defender una parcela disminuida precisamente a causa de los resultados de esos comicios. Sus negociadores se pusieron a la defensiva cuando Unides Podem apretaba y los socialistas no solo no les echaban una mano sino que alentaban la embestida y jugueteaban con la posibilidad de colar a última hora que la presidencia de la Generalitat computara como una pieza aparte de las seis conselleries que les correspondían según el reparto proporcional de carteras. En un momento determinado, los valencianistas se sintieron víctimas de “una pinza”, que amenazaba con endosarles una goleada.

Podemos y Esquerra Unida, por otra parte, revelaron que su coalición bipolar está, además, desequilibrada en lo que a dominio de los procedimientos de la política se refiere. Los resultados son elocuentes: pletóricos para los de Rosa Pérez Garijo, que asume una conselleria reforzada de Transparencia, antes en manos de Compromís, y solo simbólicamente satisfactorios para los de Rubén Martínez Dalmau, que se convierte en vicepresidente pero no arranca de los brazos de los valencianistas la política de Medio Ambiente, como pretendía.

Es muy curioso que se escandalizaran los dirigentes morados cuando se les echó en cara que la posibilidad de colocar a Julià Àlvaro en tal área del Gobierno autonómico exacerbaba las discrepancias. “Nunca hemos tenido esa intención”, alegaron, después de haber exhibido el fichaje y haberle dado fotos y tribunas al exsecretario autonómico de Medio Ambiente que intentó sin éxito llevarse a Verds-Equo, uno de los partidos de Compromís, hacia Podemos. ¿Ingenuidad? ¿Incoherencia?

Las entretelas de las negociaciones suelen estar llenas de escenas feas, entre las que refulgen a veces momentos brillantes. En la mesa del segundo Botánico nadie quería romper, pero el lunes 10 de junio la deriva negociadora era cada vez más oscura. Fue entonces cuando intervino Mónica Oltra y empezó a descargar la tormenta. Por fin pudo el coro habitual esgrimir contra la líder de Compromís las críticas habituales, alentadas por el frívolo mensaje en las redes de un conocido miembro de su coalición que la comparó con la Khaleesi de Juego de Tronos. La intervención de la vicepresidenta propició que los negociadores se fueran a cenar sin tener que volver a echar horas y que los consellers valencianistas, en cambio, se abstuvieran de cenar con sus socios socialistas, como estaba previsto, en la despedida privada de los integrantes del Gobierno saliente.

Empieza a ser un clásico de los momentos de crisis en la política valenciana que surjan las diatribas contra el genio, la tozudez o la intransigencia de Oltra, la “mala de la película”, como anuncio de que se avecina el final del episodio. El desenlace es sabido: Unides Podem se levantó al día siguiente de la mesa porque no le cedían competencias de medio ambiente. Con la aquiescencia de los socialistas, Oltra hizo llegar al secretario general de Podemos en la Comunidad Valenciana, Antonio Estañ, una propuesta para que asumieran la dirección de una agencia contra el cambio climático dentro de la conselleria gestionada por Compromís. Y Martínez Dalmau esperó a medianoche para proponer la breve y acalorada reunión de la que saldría con una vicepresidencia bajo el brazo a la mañana siguiente.

Bien está lo que bien acaba, dicen. Y nunca es más cierto que en el caso de pactos como el que ha venido a convertir el modelo de “gobierno a la valenciana” de un bipartito en un tripartito. El multipartidismo llegó para instalarse en la política del siglo XXI y todavía no se han generado entre nosotros usos y costumbres, procedimientos y fórmulas que funcionen sin notables estridencias. Tendrán que ensayarse. Por ejemplo, para formar el nuevo Gobierno de España que presidirá el socialista Pedro Sánchez, a quien hemos visto entrevistarse estos días con el resto de líderes parlamentarios.

Lo más llamativo de lo ocurrido en el proceso de negociación en Valencia es que no consta que Ximo Puig, cuando parecía amenazada su investidura como presidente de la Generalitat Valenciana para un segundo mandato, moviera un dedo. Para eso estaba la mala de la película.

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