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La odisea de un pueblo para salir a flote sin ayuda externa e inundado por la DANA una semana después

José Vicente Fernández, alcalde de Daya Vieja, en una de las decenas de viviendas inundadas.

Emilio J. Salazar

Antes que el alcalde, nos recibe el olor. Un olor pestilente a cieno que da pistas del panorama que nos espera en Daya Vieja y que, una semana después de la gota fría que asoló a la Vega Baja, se prolonga en numerosos municipios de esta comarca: el agua sigue estancada entre las calles en forma de balsa gigante y los vecinos -los que pueden acceder a sus casas- desesperados por la eclosión de mosquitos. En el caso de este pequeño municipio situado entre Orihuela y Guardamar, la acumulación de agua ha quedado atrapada entre los azarbes que limitan la zona norte y la carretera autonómica que cruza por el este, situada a mayor altura. “La única solución que nos queda ahora es esperar”, asume José Vicente Fernández, “esperar a que el agua del azarbe baje de nivel para poder sacar la que queda fuera”.

El único primer edil de Compromís en la Vega Baja fue noticia durante el temporal por su grito desesperado de ayuda que se hizo viral en redes sociales. Un vídeo que reconoce que aún no ha visto, pero que sirvió para que este pueblo pasara de no recibir ninguna ayuda externa a dar la bienvenida a un tsunami de representantes políticos y de otros órganos.

Como si se tratara de una película de acción, la historia de cómo este municipio resistió al temporal tiene un héroe, un villano y escenas dramáticas que han tenido lugar en un escenario que por su fisionomía y orografía condensa los desmanes que han aflorado en la Vega Baja con la DANA: un terreno inundable fruto del saladar que fue hace sólo unos siglos atrás, un planeamiento urbanístico caótico y un río próximo, el Segura, sin la limpieza adecuada.

El héroe, un ingeniero de caminos llegado desde Benidorm por motu proprio. “Llegó en el momento en el que más se le necesitaba, el sábado, con la cota más alta de agua en el pueblo, rebasando algunas partes del terreno los dos metros”, señala Fernández. Este pueblo vivía entonces momentos agónicos; había recibido una pequeña embestida de agua el día de antes como preludio a la gran inundación que acababan de sufrir el sábado por la rotura del río. El miedo tenía sobre todo el rostro de personas de avanzada edad en una localidad que supera la media de la comarca con un 10% de octogenarios y nonagenarios entre sus 700 habitantes, muchos de ellos del norte de Europa.

Su nombre, Miguel Ángel Crespo. “Nadie mejor que él”, rememora ahora el alcalde, teniendo en cuenta que fue el autor del último Plan de Ordenación Urbana y del Plan de Inundación del municipio décadas atrás. “En mi desesperación pensaba que me lo enviaba la Diputación [de Alicante] pero no”, añade. Y en su desesperación, cuando nadie parecía que iba a ir a ayudar a este pueblo de casas bajas, José Vicente Fernández pensó que no le quedaría otra que abrir la CV-860 con una máquina para sacar el agua de Daya Vieja. “Desde Delegación del Gobierno me dijeron que iría a la cárcel si tomaba esa decisión porque no contaba con su permiso”, asegura que le dijeron.

Pero llegó Miguel Ángel Crespo y empezaron los dos a trabajar en el terreno, “jugándonos la vida con un escalímetro, un bolígrafo y el cronómetro del móvil, sin más herramientas”, comenta el alcalde. “No disponíamos de ninguna información y nos tocó estar a boquete del río para que Crespo se hiciera una idea, aunque fuera con un dato visual, de los millones de litros de agua que estaban entrando, cronometrando cómo subía el nivel de agua”, rememora.

Esta arriesgada jugada pretendía buscar una alternativa para no tener que partir la carretera que por su posición elevada actuaba de muro de contención del agua estancada que salía a cuentagotas por los estrechos aliviaderos. Nada que ver con la riada de 1987 que un adolescente José Vicente también vivió y que al no existir todavía esta infraestructura las inundaciones fueron mucho menos graves.

A las tres horas y cuando este palmerero de profesión había pedido a un destacamento de la Unidad Militar de Emergencias (UME) que se mantuviera a su espera de recibir la orden para empezar a cavar sobre la CV-860, “la riada se empezó a estabilizar, lo que teníamos dañado no se podía hacer nada pero sí que podíamos encauzar el agua, entonces habilitamos cinco calles con sacos y plástico para seguir haciendo ríos aprovechando las calles”. Al final la solución pasó por seguir con la estrategia que “por pura intuición” había iniciado esa mañana José Vicente, otro concejal de Compromís, Joaquín Alberca, y un familiar en el casco histórico, también anegado, con sacos de arena.

Petición de dimisiones

Se preguntará el lector cuándo aparece en escena el supuesto villano. Según José Vicente Fernández son dos. Uno es Mario Urrea, presidente de la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS), órgano dependiente del gobierno central al que muchos miran como el responsable de una parte de las secuelas de la DANA al no limpiar en profundidad en los últimos años el Segura cuyo caudal acabó desbordándose.

El otro es el director general de Aguas del Consell y excomisario de Aguas, Manuel Aldeguer, quien acudió el lunes a Daya Vieja una vez ya pasado el temporal -que no sus efectos- y que, siempre según el alcalde, “vino a este pueblo a reírse de las desgracias que estábamos teniendo”. Y todo por supuestamente espetarle el dirigente socialista: “Señor alcalde, qué bien le ha salido lo del vídeo y las lágrimas”, recuerda visiblemente cabreado. “Le dije que dejara el tema porque le iba a decir cosas que no quería decirle, le llamé sinvergüenza a la cara porque no lo podía tolerar y se fue”, señala.

Problemas de insalubridad

Dejamos atrás el Ayuntamiento donde voluntarios han atendido hasta la fecha a más de cien vecinos que quieren respuestas sobre cuándo y cómo va a actuar el Consorcio de Compensación de Seguros para ayudarles a reparar los desperfectos de sus casas y tierras en una zona eminentemente agrícola, para adentrarnos con el todoterreno del alcalde en los barrios más afectados donde las casas aguantan medio metro de agua.

Mientras tanto, se suceden los saludos de unos vecinos que les dan las gracias. “Piensa que casi pierdo el coche sacándolos de sus viviendas”, explica tras advertir que ya ha perdido dos ruedas y la bomba de dirección, entre otras averías. Otros vecinos, en cambio, muestran su nerviosismo porque el agua no remite de sus casas y al fuerte olor hay que sumar ahora la aparición de mosquitos.

“Tengo a mis hijos pequeños con ronchas en todo el cuerpo y ya no sé qué hacer”, comenta con lágrimas en los ojos Ainara señalando la parcela de su terreno donde el agua acumulada se ha convertido en una charca putrefacta. “No podemos hacer nada ahora”, le responde el alcalde tras echar un vistazo a posibles soluciones en un barrio especialmente inundado, “sólo os pido que permanezcáis en casa hasta que las aguas se retiren”.

“Pon en tu reportaje que necesitamos ya la rápida actuación de la Conselleria de Sanidad y Medio Ambiente para que frenen un posible problema de salubridad porque no podemos esperar más días, ya hemos esperado demasiado”, nos pide que reflejemos.

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