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El banquero que no quiso la tarjeta 'black'

Francisco Verdú, cuando era consejero delegado de Bankia.

Adolf Beltran

“No la uses porque saldrás en los papeles”. Francisco Verdú respondió así a Rodrigo Rato cuando le entregó una de esas tarjetas black que han llevado al exministro de Economía con el PP y expresidente de Bankia a las puertas de la cárcel tras la confirmación por el Tribunal Supremo de la sentencia de la Audiencia Nacional que lo condenó por apropiación indebida a cuatro años y seis meses junto a otros 62 directivos de Bankia y de la antigua Caja Madrid que gastaron en total 12,5 millones de euros en viajar, comprar ropa, ir de discoteca o de club, adquirir objetos de lujo o extraer grandes sumas de cajeros automáticos.

Recién incorporado como consejero delegado de Bankia, Verdú había visto recortado su sueldo de 2,6 millones a 600.000 euros anuales por la decisión del Gobierno de limitar la remuneración de directivos en entidades que hubieran recibido dinero público. Y la solución que se le ofreció fue echar mano de una de esas tarjetas. Directivos del equipo de Rato que ya las usaban consideraron un “purista” a aquel recién llegado. Pero Verdú era un banquero con experiencia y, como él mismo ha explicado, le advirtió a Rato: “En banca nunca he visto nada sin justificar”. Sabía perfectamente que en la operativa bancaria todo deja rastro.

Valenciano de Alcoi, donde nació en 1955, Verdú volvía de alguna manera en 2011, al incorporarse a Bankia, a una entidad en la que ya había trabajado a inicios de los años 90 cuando Emili Tortosa, el director general que creó Bancaja a partir de la antigua Caja de Ahorros de Valencia, tras fusionarla con la Caja de Castellón, lo fichó para dirigir la red de oficinas. Es verdad que no cuajó en la estrategia de Tortosa de fichajes de profesionales externos para impulsar una etapa de reorganización y expansión de Bancaja y que su trayectoria tomó otros caminos que le ha llevado por entidades como el BBVA, Argentaria y, sobre todo, la Banca March.

En su peripecia con Bankia, donde estuvo poco más de un año, se resumen los efectos devastadores del catastrófico hundimiento de las cajas de ahorros en España, un desastre en el que la sociedad valenciana, por ejemplo, perdió de golpe todo su sistema financiero: Bancaja, la CAM y el Banco de Valencia, solo la pequeña Caixa Ontinyent ha sobrevivido a aquello. Y es que Verdú, que fue testigo de cargo en el juicio de las black, está sin embargo imputado por la salida a Bolsa de Bankia. Hacía apenas unas semanas que se había incorporado como consejero delegado cuando se formalizó aquella operación, entonces con todos los informes favorables y ahora investigada por la supuesta manipulación de las cuentas.

Esa imputación le obligó en julio de 2012 a dimitir, tras haberse convertido en el único miembro del equipo directivo de Rato que continuaba bajo la presidencia de José Ignacio Goirigolzarri para colaborar en la transición de la entidad rescatada.

Como ha explicado muy irónicamente Emili Tortosa en su libro Fulgor y muerte de las cajas de ahorros (Publicacions de la Universitat de València, 2015), Rato cogió el relevo de Miguel Blesa en Caja Madrid “como recompensa a los éxitos no cosechados durante su anterior cargo internacional [el FMI]” para capitanear una fusión de siete cajas (Además de Caja Madrid y Bancaja, las cajas de Canarias, Ávila, Laietana, Segovia y La Rioja). “Pero siete cajas aquejadas de insolvencia no sumaban un nuevo ente saneado, más bien al contrario”.

Trasteadas por todo tipo de cuatreros, a menudo procedentes de la política; por la falta de escrúpulos; la especulación inmobiliaria y el fallo total de los mecanismos de control y supervisión, las cajas de ahorros se hundieron dejando muchas víctimas y una larga lista de culpables más o menos presuntos. Tiene algo de trágico que, en medio de aquella hecatombe anunciada apenas se produjeran escenas como la de Francisco Verdú, un banquero aficionado al arte y la literatura, que no quiso la tarjeta black porque era “un regalo envenenado”.

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