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“¡No nos falléis!”

Sánchez e Iglesias se reúnen para avanzar en la negociación presupuestaria

Adolf Beltran

La gestión de las expectativas es clave en política. A veces resulta tan relevante la capacidad de cumplir lo que has prometido como la forma en que llevas a cabo el intento. En aquellas semanas de 2015 en las que echó a andar el nuevo Gobierno valenciano, era común asistir a una escena en la que se acercaba la gente a Mónica Oltra para pedirle: “¡No nos falléis!”. Y lo mismo le ocurría a Ximo Puig. Era un sentimiento generalizado entre la ciudadanía que había acudido a las urnas para acabar con dos décadas de hegemonía del PP marcadas por el abuso de poder y la corrupción.

“¡No nos falléis!”. Más que una llamada a cumplir con lo prometido en los programas electorales era una advertencia anclada en los términos del Pacto del Botánico, que firmaron el PSPV-PSOE, Compromís y Podemos y que dio pie a un gobierno presidido por Puig con Oltra como vicepresidenta. Pero, sobre todo, se trataba de un ruego emotivo, casi visceral, previo a cualquier programa: “¡No lo echéis a perder!”.

La cultura del bipartidismo se basaba en el dogma de la “gobernabilidad” que otorgan las mayorías absolutas frente a la “ingobernabilidad” irreductible del pluripartidismo y las coaliciones.  El PP usó el argumento hasta la saciedad como coartada de un abuso que degeneró en una corrupción escandalosa. Llegó un momento en que el cuerpo electoral, la sociedad, fue consciente de que había que acabar con ello. Y lo hizo. Pero pesaba sobre el ánimo general el estigma de la supuesta incapacidad de la izquierda para ponerse de acuerdo y sostener un proyecto.

El gran acierto de Puig y de Oltra, como del líder de Podemos de entonces, Antonio Montiel, y del de ahora, Antonio Estañ, consistió en captar ese mensaje en lo que tenía de esperanza y de miedo. Puede discutirse si el Gobierno del Pacto del Botánico ha cumplido mejor o peor con sus expectativas programáticas de reorientar la política  valenciana hacia las personas, la recuperación de derechos, el impulso de lo público, la reversión de recortes y la lucha contra la corrupción. Lo que no puede discutirse, salvo desde el argumentario menos creíble de la oposición, es su estabilidad, plasmada emblemáticamente en el hecho de que, a diferencia del Ejecutivo central y de una buena parte de los gabinetes autonómicos, ha visto cómo se aprobaban sus presupuestos “en tiempo y forma” todos los años y de que se dispone a hacer lo mismo con los últimos de la legislatura.

En el Pacto del Botánico, como se ha evidenciado en la reunión de su comisión de seguimiento celebrada hace unos días tras una crisis abierta por discrepancias de cierta entidad entre Oltra y Puig sobre la postura de la Generalitat Valenciana en el Consejo de Política Fiscal y Financiera, cotiza alto la voluntad de superar las diferencias, lo que exige saber gestionarlas. Ha sido así desde el principio y sigue siéndolo al comienzo de un curso electoral con sus previsibles tensiones y enfrentamientos.

La “gobernabilidad” no es sinónimo de mayoría absoluta. Ese ha sido el núcleo del relato de esa “vía valenciana” que tanto contrastó al principio con el contexto político general de España. Contrastaba con experiencias pasadas como la del tripartito catalán presidido por Maragall, que tuvo tan mala prensa. Contrastaba con la ruptura de la entonces líder emergente de los socialistas, Susana  Díaz, con Izquierda Unida en Andalucía. Y con la actitud arrogante de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias al desaprovechar la primera oportunidad de impedir que Mariano Rajoy se perpetuara en la Moncloa.

Desde la moción de censura, que derribó el Gobierno del PP y puso al líder del PSOE en la presidencia, ha cambiado la coyuntura. Y las negociaciones de los socialistas con Podemos deparan imágenes sorprendentes. Un Pablo Iglesias singularmente razonable ha vuelto al inicio de curso a ponerse al frente de Podemos con un discurso ajeno a las estridencias de otros momentos. A su vez, Pedro Sánchez ha colocado a su Gobierno y, por ende, a su partido, en la senda de buscar una alianza con la formación morada que le permita intentar la mayoría suficiente (para la que harán falta más fichas) que garantice la legislatura.

Habrá tensiones. Le queda a la izquierda española mucho por corregir para evitar esa imagen desmovilizadora de choque sin concesiones que tanto daño le hizo en las últimas contiendas electorales al convertir la lógica rivalidad en una guerra a muerte. A las izquierdas de España les espera probablemente en el futuro la gran asignatura de conformar gobiernos de coalición, inéditos hasta ahora. Y muchos ciudadanos viven este nuevo ambiente con una esperanza aprensiva en el ánimo: “¡No nos falléis!”.

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