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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Lingotes, relojes y donaciones

Adolf Beltran

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¿Por qué les gustan tanto a los corruptos los relojes de alta gama? ¿Y los lingotes de oro? ¿Y las donaciones que solo lo son en apariencia? ¿Y los bolsos de marca? ¿Y el coleccionismo sobrevenido de obras de arte? ¿Y los coches de lujo? ¿Y los trajes caros? Debajo de la alfombra de tanto poder político como llegó a atesorar el PP valenciano hay mucha suciedad acumulada. Ahora que las investigaciones judiciales están sacudiendo lo suficiente las moquetas como para llenar la escena pública de un polvo inquietante, las pruebas circunstanciales adquieren una capacidad de convicción impensable.

Ese es el problema de Rita Barberá, de Francisco Camps, de Alfonso Rus, del otro Alfonso, Grau, y de tantos otros antiguos cargos públicos en tiempos de prepotencia que hoy entonan un victimismo improbable. Alega Barberá en su defensa, como Camps, que no tiene bienes que justifiquen enriquecimiento alguno, pero todo el trajín de bolsos, trajes, relojes, lingotes y donaciones de sus amigos y correligionarios, cuando no de ellos mismos, dibuja a su alrededor una coreografía abrumadora. Aún aceptando los alegatos de una inocencia personal cada vez más inverosímil, el atrezo de sus ejecutorias públicas revela toda su obscenidad, una vez diseccionados sus oropeles en los sumarios judiciales y las investigaciones policiales.

El territorio que Camps y Barberá señorearon es, ahora mismo, el paisaje después de una catástrofe, en el que desprenden una humareda tóxica las ascuas de adjudicaciones infames, comisiones del 3%, malversaciones obscenas y cohechos continuados. Ellos se proclaman inocentes. Con pocos días de diferencia, ambos se han visto obligados a convocar a los periodistas para asegurar que no sabían nada de cajas B ni de financiaciones ilegales. ¿Nada? ¿Ni de los relojes, los bolsos, los lingotes y las donaciones? ¿Nada de tanto espectáculo de opulencia, de tanto derroche y tanto parvenu montado en cargo público?

El pobre Camps, tan engolado como confundido, se presentó a la ceremonia en un hotel, sin que sus ensoñaciones de ídolo caído causaran en los suyos más reacción que una cierta sonrisa de conmiseración. Otra cosa ha sido la comparecencia de Barberá, en la propia sede del partido en Valencia, con la sombra de Rajoy cubriéndole las espaldas y la contundencia de sus reproches a Isabel Bonig y a la diezmada tropa que pretende reflotar el PP desde la convicción de que la antigua “jefa” está ya amortizada. Como en una película de cine negro, la rueda de prensa recordó por momentos la clásica escena del boss saliendo a reprender a sus muchachos por haber empezado la lucha para repartirse los pedazos de su imperio al haberlo dado demasiado pronto por desahuciado.

La casta política que gobernó esta tierra (y aquí la metáfora es casi una descripción objetiva) revela, en su estrepitosa caída, ciertos tics propios de mafias de cuello blanco.

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