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Gracias por alimentarnos

Cristina Rodríguez

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En estos días escuchamos alertas sobre lo insano que es consumir aceite de palma o azúcar blanco y refinado. De los efectos perniciosos para nuestra salud de estos productos ya se ha hablado ampliamente y ya nadie (ni siquiera Coca-Cola) se atreve a ponerlo en duda. Sin embargo y lamentablemente, vendrán más alertas sobre alimentos perjudiciales, con productos cada vez más sofisticados, ténganlo por seguro.

El problema no es tanto un ingrediente en particular, sino un modelo de producción intensiva generalizado y una dieta en la que se abusa de alimentos procesados con exceso de las llamadas grasas trans.

Un modelo que, además, impone el monocultivo y acrecienta dos problemas sociales a los que debemos hacer frente a diario: el cambio climático y la precariedad laboral. Esta manera de intensificar la producción de alimentos contribuye a destruir el entorno natural y otorga a las personas que trabajan en el campo salarios que las sitúan en un escenario de supervivencia (en el mejor de los casos, para quienes trabajan en los llamados países desarrollados) o las condenan a situaciones de miseria (donde se hallan los campesinos y campesinas de los países empobrecidos).

Frente a esto, ¿qué podemos hacer desde las instituciones públicas? La Administración valenciana tiene hoy el empeño de fomentar el consumo y la producción local, con canales cortos de comercialización, para ampliar las posibilidades de comprar directamente a los productores o en los mercados de proximidad que de un tiempo a esta parte rebrotan en cada pueblo y barrio de nuestras ciudades.

En todos esos espacios es posible encontrar hoy un tesoro que está constantemente en la boca de los más reputados chefs: nuestra dieta mediterránea, que –conviene recordar- cuenta también con el reconocimiento de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por parte de la Unesco.

De Vinaròs a Guardamar, nuestras huertas están repletas durante toda la temporada. ¿Quién puede resistirse a unas alcachofas de Benicarló hechas a la brasa? ¿O una ensalada con lechuga de Alboraia y tomates del Perelló y un chorrito de aceite de La Jana; un arroz de Pego (o de Sueca) con verduras de la huerta oriolana? Y de postre, un festival de frutas, según el mes: nísperos de Callosa, cerezas de Laguar (o de La Salzadella), granadas del Camp d’Elx, uva del Vinalopó, kaki de Carlet, naranjas de Cullera, mandarinas de Vila-Real, limones de Albatera... y así podríamos continuar con casi cualquiera de nuestros pueblos y su correspondiente cultivo.

Pero no debemos olvidar que la suerte de que esta variedad de productos frescos estén fácilmente a nuestro alcance tiene nombres y apellidos, rostro tostado al sol del campo, manos agrietadas y horas y horas de trabajo, la mayoría de las veces injustamente recompensado.

Por eso, no sólo hoy día de San Isidro y patrón de los agricultores, sino todo el año, sirvan estas líneas para dar las gracias por alimentarnos cada día a todos los productores que hacen posible nuestra aclamada dieta mediterránea.

Cristina Rodríguez es diputada y portavoz de Agricultura por Compromís en las Corts ValencianesCristina Rodríguez

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